jueves, 7 de febrero de 2013

Cabrujas nuestro clásico contemporáneo (Profundo)



La grandeza de un dramaturgo, no sólo estriba en acumular piezas teatrales, o ganar premios literarios. Lo más importante es que su obra trascienda en el tiempo y el espacio, que aunque sea localista se transforme en universal: He ahí la inmortalidad, he ahí un clásico.

No hablamos de otro que José Ignacio Cabrujas (1937-1995) uno de nuestros más importantes dramaturgos que vuelve a la palestra gracias al trabajo sostenido del Grupo actoral 80 (GA80) y su líder Héctor Manrique, quien se ha propuesto retomar la dramaturgia “cabrujiana” para mostrarla al país de hoy. Ya suman en su repertorio tres de las más emblemáticas piezas del autor a saber: El día que me quieras (1979); Acto Cultural (1976) y Profundo (1971); piezas que forman parte de lo que el crítico e investigador Leonardo Azparren, especialista en Cabrujas, ha denominado el cuadrivium, completado con El americano Ilustrado (1986).

El pasado fin de semana subió el telón de Profundo, en la Sala plural del Trasnocho Cultural, una de las obras más densas del maestro Cabrujas, en tanto en ella se mezcla un imaginario religioso, ideológico y social que retrata con excelsa ironía, como sólo él lograba hacerlo, al venezolano que pone su fe en “algo” que le cambiará la vida aunque ese “algo” no exista, no sea tangible y lo que consiga es el fracaso, la búsqueda de la riqueza fácil que culmina en una obsesión sin sentido.

En Profundo asistimos a la historia de la Familia Álamo, conformada por Magra (Tania Sarabia); Buey (Luis Abreu); Manganzón (Daniel Rodríguez) su esposa Lucrecia  (Pakriti Maduro) y su sobrina Elvirita (Angélica Arteaga) quienes viven en una vieja casona donde según un fenómeno sobre natural les hace creer que está enterrado un tesoro que los hará millonarios, la idea de la existencia del Padre Olegario (supuesto enterrador del cofre) es apoyada por La franciscana (Violeta Alemán) una suerte de vidente-mezcla entre sacerdotisa y bruja- que se encarga de realizar los ritos necesarios para encontrar el ansiado tesoro. Finalmente el mito de El dorado inexistente se cumple y la terrible realidad aplasta a la familia Álamo cuando lo que consiguen hallar es la putrefacta cloaca de donde emanan insólitos objetos que se transforman en símbolos determinantes para hablarnos de un país en ruinas que nunca deja de tener esperanzas de un cambio y siembra esas ilusiones en un mesías que nos salvará de todo.

La lectura escénica de Manrique en esta ocasión luce correcta, apegada al texto “cabrujiano”. Se apoya en el performance de sus actores, veteranos y talentosos. Logra salir airoso en una complicada puesta en escena, pues todo gira en torno al diminuto espacio donde se encuentra el hoyo que cavan durante toda la obra. Inteligentemente, Manrique pone atención en la dirección de actores y logra orquestarlos de una manera extraordinaria, cada uno en su rol logra descollar de forma contundente su carácter sobre la escena. La solidez del equipo artístico ofrece interpretaciones determinantes que pasean al público desde el humor negro hasta la risa que se transforma en mueca por la dura realidad que nos arroja en la cara el texto.

Destaca del grupo el trabajo del primer actor Luis Abreu con su interpretación de Buey, pleno de matices, cargado de intensidad y tensión, conmovedor en su relación con Magra y Manganzón, contundente en su obsesión por la riqueza fácil, con este trabajo comprobamos una vez más que Abreu tiene muy merecido el título de primer actor.  Lo secunda la versátil Tania Sarabia, sobre los hombros de estos dos veteranos descansa la pieza durante el primer acto, para luego pasarle el testigo a otra no menos veterana Violeta Alemán quien conduce de forma batallante al resto hasta llevarlos a la locura de la putrefacción de la cloaca hallada. Tania y Violeta son verdad en escena, sapiencia de nuestro arte y resolución escénica que todo aspirante a actor o director debe ver.

El elenco más joven que acompaña a los veteranos está amalgamado, destaca Pakriti Maduro que entrega una conmovedora Lucrecia, obsesa con la figura de Olegario, ya que es ella quien recibe la aparición y hace cumplir lo dicho por el cura. Maduro ha logrado en sus años de práctica actoral consolidarse como actriz y permitirse matices contundentes y verdaderos que conmueven al espectador. Daniel Rodríguez se encuentra en la búsqueda de su personalidad como actor, ha demostrado con creces su talento, observamos herramientas ya explotadas por él en su construcción de voz y cuerpo, sin embargo estamos seguros que explora territorios nuevos con su Manganzón. Por su parte Angélica Arteaga, correcta en su performance, debe cuidar diferenciar aun más del personaje similar por el que transitó cuando se llevó a escena Acto Cultural. Muy difícil tarea esta en tanto son caracteres sumamente parecidos.

En síntesis esta nueva lectura de Profundo invita a la reflexión no sólo por la grandeza de José Ignacio como cronista de un pueblo tan mancillado e inerte como el venezolano, si no por la contundencia del verbo “cabrujiano” que se ha transformado en nuestro clásico contemporáneo y a la vez por reconocernos en una historia que escrita a comienzos de los setenta parece que haya sido terminada de tipiar el día antes de su estreno en 2013. La historia es cíclica esperemos que no se convierta en un círculo vicioso que es lo que se vislumbra.

L. A. R
@rosasla
Caracas 6 de febrero de 2013.

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