sábado, 28 de enero de 2023

El melodrama de La Monstrua.


                                                   Fotografía: Pablo Bayley @pablobayley 

El pasado jueves 19 de enero en los espacios del Centro Cultural BOD en Caracas, se realizó el estreno del monólogo La monstrua, original del dramaturgo uruguayo Ariel Mastandrea, protagonizado por la reconocida actriz Gledys Ibarra, bajo la dirección de Rossana Hernández y la producción de Carolina Rincón, quien con este espectáculo inaugura un nuevo proyecto teatral llamado: Productora de sueños.  

La obra cuenta la historia de Cornelia De Longue, una mujer que ha crecido en el circo Las ilusiones, donde realiza el número de la mujer barbuda, por lo tanto, considerada como un fenómeno y expuesta a la vista del público como algo extraordinario. Por su condición “anormal”, Cornelia es exhibida para que sean “los normales” quienes colmen la arena del circo y se diviertan al observar “eso” que no tiene explicación, a esa “olvidada de Dios” como ella misma se califica al iniciar su presentación.

Varios planteamientos filosóficos se proponen en este “Unipersonal patético”, como la califica su autor. Se trata de un texto profundamente reflexivo, donde se trata de transitar, a través de la ironía y el humor negro, los caminos de la forma en cómo miramos la otredad y cómo las sociedades han establecido parámetros y reglas que causan la discriminación y la violencia. Además de revisar los problemas ontológicos de La estética y lo bello ¿Qué es lo bello? ¿Quién determina lo feo y lo bello? Mastandrea ayuda a que las sombras del ser humano se pongan de manifiesto.

A través de la narración de su historia, Cornelia va desvelando su cruel vida y cómo la ha transitado. Tratar de entender qué le sucede, por qué ser diferente a la mayoría no le ha impedido sentir como todos a pesar de su aspecto exterior, hábilmente el autor nos conduce a la identificación con la protagonista y su dolor, por lo que se convierte en la heroína de su drama.

                                                   Fotografía: Pablo Bayley @pablobayley

El autor, utiliza la estructura melodramática en donde asistimos a conocer la historia de un personaje que tiene que librar la batalla de sus oponentes quienes sin piedad le han causado un terrible daño moral y físico por su condición, lo que la hace (como en el melodrama clásico) tomar el camino de la venganza para reivindicarse y es ahí donde inmediatamente hace conexión para permitir la catarsis junto al espectador, ya que éste, al sentir la compasión por ella inmediatamente la redime y la coloca en su sitial de heroína.

Peligrosa interrogante la que el dramaturgo nos propone: ¿La venganza ejecutada por nuestras propias manos es la forma de encontrar la justicia? Es aquí entonces, donde sentimos que la condición física de Cornelia, poco importa, ya que la ejecución de la traición de la que es objeto, la realizan los personajes referenciales, no por su circunstancia de monstrua, si no por la ambición. Su resolución final nos ubica claramente en una postura que recuerda a El conde de Montecristo, novela que ha inspirado los mayores melodramas del mundo: “¡En toda historia hay siempre un lugar para la venganza, que es lo mejor que le puede pasar a la justicia!” afirma Cornelia hacia el final de la obra.

Este particular es una decisión que toma el autor, como todo escritor, es su forma de contar la historia de “los diferentes”, sin embargo, esa denuncia, posición crítica, llamado de atención, acerca de la tolerancia, el respeto y la aceptación, a nuestro parecer, queda un tanto desdibujada empujándonos a presenciar una historia de venganza a un amor traicionado. Correcto o no es una decisión dramatúrgica.  Entonces, ¿la monstrua es “monstruosa” por su aspecto o por su acción? Duda que dejamos sobre la mesa para que el espectador decida, a fin de cuentas, es él quien tiene la última palabra.    

La Monstrua venezolana

El anuncio de uno de los primeros estrenos del año nos trajo el reencuentro con una actriz idolatrada por el público venezolano y quien se ha ganado a pulso su sitial de primera actriz en sus innumerables interpretaciones en la televisión, cine y teatro. Quien además después de siete años viviendo en Inglaterra, decide estrenar su primer monólogo en su suelo materno. Coincidencias felices, una de nuestras más sagaces productoras, Carolina Rincón, crea su propia compañía productora y quien además también estuvo alejada de nuestras tablas y convoca a dirigir a una de las directoras venezolana que más ha resaltado en los últimos años con sus audaces propuestas, Rossana Hernández. Tres fuertes pilares sostienen este espectáculo que profesionalmente han ganado su prestigio en nuestro mundo cultural.

La propuesta de Hernández, refuerza la teoría del autor. Decide concentrarse en la historia y la narración de las circunstancias de la protagonista, apoyada en una acertada estética de creación de atmósferas a partir de la impecable iluminación de José Jiménez. Difícil tarea es la que enfrenta por el espacio escénico en el que decidió realizar la puesta (Auditorio de conciertos del Centro Cultural BOD), ya que es una sala en donde el espectador se ubica frontalmente de ambos lados del escenario (En forma de “V”) lo que dificulta la frontalidad del espectáculo reto técnico que compromete de sobremanera el diseño espacial del montaje.

                                                   Fotografía: Pablo Bayley @pablobayley

No hay énfasis en lo grotesco y esperpéntico del personaje, es una decisión, válida. Hay acento en la dirección actoral y en el correcto decir del texto para entender la historia. Apoyada en la veteranía de su actriz, Hernández busca resaltar los momentos más sublimes y dramáticos que tiene el texto y les saca provecho creando sutiles fotogramas que impactan el ojo del espectador. Apegada a un hiperrealismo escénico que se aleja de lo oscuro y patético que pudiera sugerir el texto. Y así lo trabaja con su actriz.

Por su parte, Ibarra comprende la dimensión del personaje, apuntala el mensaje filosófico del autor, entra de puntillas en el drama, se sumerge y fluye en el texto con seguridad y aplomo, hace que la historia llegue al público que se compadece de su heroína, la entienda y la acompañe en su monstruosa acción. Sin artilugios, ni espectacularidad, a veces tímida y cuidadosa, va de la mano de su directora y se deja llevar.

Una impecable producción de Carolina Rincón respalda las decisiones de la dirección, en donde todos los elementos estéticos confluyen para reforzar la anécdota que el espectáculo quiere llevar a la platea.

En síntesis, La monstrua  convoca a desatar las dudas y confrontar filosóficamente a un espectador que vive una época en donde la fachada es lo más importante y la aprobación de la exposición personal es lo que cuenta, dejando de lado la verdadera esencia de eso que llamamos “ser”. Justifiquemos o no las resoluciones a las que apela el personaje para su redención. Particularmente sentimos que hay una dificultad suprema en manejar este tipo de caracteres patéticos y creemos que llevarlos hasta las últimas consecuencias de su desgracia sería una forma escénica de reforzar el discurso, en contraposición al melodrama propuesto por el dramaturgo. Lo terriblemente feo y grotesco puede ser lo más bello y sublime.

Luis Alberto Rosas A. 

@luisalbertor