Fotografía: Pablo Bayley @pablobayley
El
pasado jueves 19 de enero en los espacios del Centro Cultural BOD en Caracas,
se realizó el estreno del monólogo La monstrua, original del dramaturgo
uruguayo Ariel Mastandrea, protagonizado por la reconocida actriz Gledys
Ibarra, bajo la dirección de Rossana Hernández y la producción de Carolina
Rincón, quien con este espectáculo inaugura un nuevo proyecto teatral llamado: Productora
de sueños.
La
obra cuenta la historia de Cornelia De Longue, una mujer que ha crecido en el
circo Las ilusiones, donde realiza el número de la mujer barbuda, por lo
tanto, considerada como un fenómeno y expuesta a la vista del público como algo
extraordinario. Por su condición “anormal”, Cornelia es exhibida para que sean
“los normales” quienes colmen la arena del circo y se diviertan al observar “eso”
que no tiene explicación, a esa “olvidada de Dios” como ella misma se califica
al iniciar su presentación.
Varios
planteamientos filosóficos se proponen en este “Unipersonal patético”, como la
califica su autor. Se trata de un texto profundamente reflexivo, donde se trata
de transitar, a través de la ironía y el humor negro, los caminos de la forma
en cómo miramos la otredad y cómo las sociedades han establecido parámetros y
reglas que causan la discriminación y la violencia. Además de revisar los
problemas ontológicos de La estética y lo bello ¿Qué es lo bello? ¿Quién
determina lo feo y lo bello? Mastandrea ayuda a que las sombras del ser humano
se pongan de manifiesto.
A
través de la narración de su historia, Cornelia va desvelando su cruel vida y
cómo la ha transitado. Tratar de entender qué le sucede, por qué ser diferente
a la mayoría no le ha impedido sentir como todos a pesar de su aspecto
exterior, hábilmente el autor nos conduce a la identificación con la
protagonista y su dolor, por lo que se convierte en la heroína de su drama.
El
autor, utiliza la estructura melodramática en donde asistimos a conocer la
historia de un personaje que tiene que librar la batalla de sus oponentes quienes
sin piedad le han causado un terrible daño moral y físico por su condición, lo
que la hace (como en el melodrama clásico) tomar el camino de la venganza para
reivindicarse y es ahí donde inmediatamente hace conexión para permitir la
catarsis junto al espectador, ya que éste, al sentir la compasión por ella
inmediatamente la redime y la coloca en su sitial de heroína.
Peligrosa
interrogante la que el dramaturgo nos propone: ¿La venganza ejecutada por
nuestras propias manos es la forma de encontrar la justicia? Es aquí entonces,
donde sentimos que la condición física de Cornelia, poco importa, ya que la
ejecución de la traición de la que es objeto, la realizan los personajes
referenciales, no por su circunstancia de monstrua, si no por la ambición. Su
resolución final nos ubica claramente en una postura que recuerda a El conde
de Montecristo, novela que ha inspirado los mayores melodramas del mundo: “¡En
toda historia hay siempre un lugar para la venganza, que es lo mejor que le
puede pasar a la justicia!” afirma Cornelia hacia el final de la obra.
Este
particular es una decisión que toma el autor, como todo escritor, es su forma
de contar la historia de “los diferentes”, sin embargo, esa denuncia, posición
crítica, llamado de atención, acerca de la tolerancia, el respeto y la
aceptación, a nuestro parecer, queda un tanto desdibujada empujándonos a
presenciar una historia de venganza a un amor traicionado. Correcto o no es una
decisión dramatúrgica. Entonces, ¿la
monstrua es “monstruosa” por su aspecto o por su acción? Duda que dejamos sobre
la mesa para que el espectador decida, a fin de cuentas, es él quien tiene la
última palabra.
La
Monstrua venezolana
El
anuncio de uno de los primeros estrenos del año nos trajo el reencuentro con
una actriz idolatrada por el público venezolano y quien se ha ganado a pulso su
sitial de primera actriz en sus innumerables interpretaciones en la televisión,
cine y teatro. Quien además después de siete años viviendo en Inglaterra,
decide estrenar su primer monólogo en su suelo materno. Coincidencias felices,
una de nuestras más sagaces productoras, Carolina Rincón, crea su propia
compañía productora y quien además también estuvo alejada de nuestras tablas y
convoca a dirigir a una de las directoras venezolana que más ha resaltado en
los últimos años con sus audaces propuestas, Rossana Hernández. Tres fuertes
pilares sostienen este espectáculo que profesionalmente han ganado su prestigio
en nuestro mundo cultural.
La
propuesta de Hernández, refuerza la teoría del autor. Decide concentrarse en la
historia y la narración de las circunstancias de la protagonista, apoyada en
una acertada estética de creación de atmósferas a partir de la impecable
iluminación de José Jiménez. Difícil tarea es la que enfrenta por el espacio
escénico en el que decidió realizar la puesta (Auditorio de conciertos del
Centro Cultural BOD), ya que es una sala en donde el espectador se ubica
frontalmente de ambos lados del escenario (En forma de “V”) lo que dificulta la
frontalidad del espectáculo reto técnico que compromete de sobremanera el
diseño espacial del montaje.
No hay
énfasis en lo grotesco y esperpéntico del personaje, es una decisión, válida.
Hay acento en la dirección actoral y en el correcto decir del texto para
entender la historia. Apoyada en la veteranía de su actriz, Hernández busca
resaltar los momentos más sublimes y dramáticos que tiene el texto y les saca
provecho creando sutiles fotogramas que impactan el ojo del espectador. Apegada
a un hiperrealismo escénico que se aleja de lo oscuro y patético que pudiera
sugerir el texto. Y así lo trabaja con su actriz.
Por su
parte, Ibarra comprende la dimensión del personaje, apuntala el mensaje
filosófico del autor, entra de puntillas en el drama, se sumerge y fluye en el
texto con seguridad y aplomo, hace que la historia llegue al público que se
compadece de su heroína, la entienda y la acompañe en su monstruosa acción. Sin
artilugios, ni espectacularidad, a veces tímida y cuidadosa, va de la mano de
su directora y se deja llevar.
Una
impecable producción de Carolina Rincón respalda las decisiones de la
dirección, en donde todos los elementos estéticos confluyen para reforzar la
anécdota que el espectáculo quiere llevar a la platea.
En
síntesis, La monstrua convoca a
desatar las dudas y confrontar filosóficamente a un espectador que vive una
época en donde la fachada es lo más importante y la aprobación de la exposición
personal es lo que cuenta, dejando de lado la verdadera esencia de eso que
llamamos “ser”. Justifiquemos o no las resoluciones a las que apela el personaje
para su redención. Particularmente sentimos que hay una dificultad suprema en
manejar este tipo de caracteres patéticos y creemos que llevarlos hasta las
últimas consecuencias de su desgracia sería una forma escénica de reforzar el
discurso, en contraposición al melodrama propuesto por el dramaturgo. Lo
terriblemente feo y grotesco puede ser lo más bello y sublime.
Luis Alberto Rosas A.
@luisalbertor
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