Foto cortesía Venevisión
No
hay forma de digerirlo, no hay manera de entenderlo, la noticia del miércoles
02 de abril en la noche nos dio un duro golpe y nos dejó sin aliento: “se murió
Gustavo” inmediatamente comenzó la búsqueda incesante en las redes sociales
colapsadas y las llamadas para poder confirmar y creer lo impensable. Y digo
impensable porque los que tuvimos la dicha de conocer a Gustavo Rodríguez,
compartir con él algo más que trabajo, después del primer golpe de enterarnos
de su enfermedad en diciembre, no podíamos dar crédito a su partida de forma tan rápida y sin poder
despedirnos.
Gustavo
era talento, talento y más talento, un maestro, no sólo como actor nos
deslumbró con su particular tono de voz, sus gestos, sus emociones, su verdad,
sino con su humanidad. Y creo eso es lo que más nos duele, que se nos vaya el
amigo, dispuesto siempre a brindar una sonrisa, un chiste, un comentario
jocoso, o una anécdota que nos permitía no parar de reír.
Entregó
su vida a su trabajo, a tiempo completo: teatro, cine, televisión, cualquiera
que fuese el medio, su histrionismo y capacidad interpretativa se perdían de
vista. Su forma de transmitir lo aprendido cuando trabajaba como maestro de
actores era desde la asertividad, buscando siempre que sus alumnos pudieran
brillar con luz propia. Era un gran padre, esa era otra de sus aficiones sus
cuatro hijas, “sus ojos” como les decía “mis cuatro mujeres” afirmaba.
Sus
compañeros de trabajo y amigos hablan de un ser espléndido, bondadoso, sencillo
y con “don de gente”, nunca Gustavo perdía consciencia de ser figura pública y
por eso el público lo adoraba, siempre había disponibilidad para una foto, un
autógrafo. Gran contador de historias en la escena a través de sus personajes, y
de sus vivencias, detrás de cámaras o tras el telón. Esa era su gran enseñanza.
Nació
en 1947 en Bolívar y desde la primaria ya sabía que quería estar sobre un
escenario, llegó a Caracas y comenzó su formación en el Teatro Universitario de
la UCV de la mano del Maestro Nicolás Curiel y de Cabrujas, para luego
desarrollar los más importantes personajes del teatro universal desde El Nuevo
Grupo, bajo la tutela de Chocrón, Chalbaud o José Ignacio. Para pasar a la
pequeña pantalla donde se consagró con personajes inolvidables como aquel Pedro
Estrada de Estefanía, o el marido de Natalia de 8 a 9 dos telenovelas que aún
quedan en el inconsciente colectivo del venezolano. Su recorrido por las artes
escénicas fue impecable y lleno de una disciplina titánica. Que le permitía
estar haciendo al mismo tiempo una pieza teatral, filmando una película,
grabando una telenovela y dictando un
taller. No paraba, alguna vez se quejó del cansancio, pero respiraba
fuertemente, y continuaba para adelante sin desmayo.
Le
preocupaba su país, amo profundamente a Venezuela, le dolía nuestra situación,
tenía muy claras sus convicciones políticas y siempre hablaba de lo que se
merecía nuestra tierra, le molestaba profundamente la ignorancia y la mediocridad,
era un tema que no podía superar.
Hoy
que ya no podremos sentarnos a conversar con él de lo que nos pasa, a pedirle
un consejo, una opinión o una crítica; a campanear cualquier vaso de licor
entre anécdotas y carcajadas aderezadas con boleros que le encantaba cantar, en
medio de este panorama incierto que nos brinda nuestro país, al caer la tarde
sólo nos queda su entrañable recuerdo, el suspiro y la reflexión: Y encima se
nos muere Gustavo…
@rosasla
Caracas,
04 de abril de 2014
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