Por Walter De Andrade
@deandradewal
@avencrit
En
1990 recibió el Premio Juan Rulfo por su
cuento “El lobo, el bosque y el hombre nuevo”. Cuatro años más tarde, este
relato, convertido en película bajo el título “Fresa y Chocolate” se alzó con
el Premio Especial del Jurado en el Festival de Berlín, luego de haber arrasado
con ocho premios en el Festival de La Habana durante su estreno un año antes.
Ahora, la adaptación teatral escrita por el mismo autor llega al escenario del
Teatro Municipal, para dos funciones el 17 y 18 de abril, en el marco del
Festival de Teatro de Caracas 2014, bajo la egida del Grupo Actoral 80 y la
dirección general de Héctor Manrique. “Fresa y Chocolate”, original del cubano
Senel Paz (1950), es un texto que pone de manifiesto la amistad entre dos seres
en apariencia dicotómicos: David, estudiante, militante del partido comunista, defensor y
confeso “materialista-dialéctico”; y Diego, homosexual, literato, religioso y
segregado por las exigencias morales de la revolución cubana.
En
la heladería Coppelia, célebre lugar de la capital isleña, se da el primer
encuentro entre los dos personajes. David, de primeras, exhibe su carácter
machista, colindante con la homofobia.
Vocifera su ideología y apologiza las bondades de la revolución. Diego, por su
parte, lanza como carnada algunos libros
prohibidos que llaman la atención del universitario, y una invitación a su casa
para conocer el resto de su intrigante biblioteca. A partir de ahí, se inicia y
consolida una impensada amistad que va a socavar paulatinamente ideas
doctrinarias y prejuicios, en una
historia que pugna por la preeminencia de la
tolerancia.
Senel
Paz, nacido bajo el manto de la
revolución iniciada por el comandante Castro en 1959, plantea en sus personajes
dos caracteres bien definidos y el choque de las mal concebidas ideas
doctrinarias frente a la libertad individual, la convivencia, y la igualdad con
aceptación. La conciencia política de David no deja de estar comprometida, pero
evoluciona hacia la apertura, la autocrítica, la verdad humana, que va más allá
de imposiciones ideológicas. Diego decide abandonar su país, ha perdido fe en el sistema a medida que éste
lo segrega. “La revolución no acepta hombre débiles, ni maricones” predica el tercer
personaje de la obra: un funcionario casi omnipresente, sombra garante del
Estado, que deambula en los espacios vitales de ambos, interviene, evalúa,
juzga, impone dogmas y conductas. La puesta en escena de Manrique enfatiza, al
igual que el texto, la evolución del personaje de David: el respeto al otro es fundamento de la
convivencia. En un drama de corte realista, balanceado con humor, el director aprovecha
para establecer las coincidencias, que a su modo ver, se dan con nuestra
realidad. Las reacciones del público, aplaudiendo frases y momentos
específicos, conteniendo la respiración en otros, riendo; dio cuenta de su
conjunción con la historia. Los largos aplausos finales a las logradas interpretaciones
de Daniel Rodríguez, Juan Vicente Pérez
y Wadith Hadaya ilustraron la satisfacción dejada en las butacas y en las
conciencias.
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