sábado, 19 de abril de 2014

Fresa y chocolate


Por Walter De Andrade
@deandradewal
@avencrit


En 1990  recibió el Premio Juan Rulfo por su cuento “El lobo, el bosque y el hombre nuevo”. Cuatro años más tarde, este relato, convertido en película bajo el título “Fresa y Chocolate” se alzó con el Premio Especial del Jurado en el Festival de Berlín, luego de haber arrasado con ocho premios en el Festival de La Habana durante su estreno un año antes. Ahora, la adaptación teatral escrita por el mismo autor llega al escenario del Teatro Municipal, para dos funciones el 17 y 18 de abril, en el marco del Festival de Teatro de Caracas 2014, bajo la egida del Grupo Actoral 80 y la dirección general de Héctor Manrique. “Fresa y Chocolate”, original del cubano Senel Paz (1950), es un texto que pone de manifiesto la amistad entre dos seres en apariencia dicotómicos: David, estudiante,  militante del partido comunista, defensor y confeso “materialista-dialéctico”; y Diego, homosexual, literato, religioso y segregado por las exigencias morales de la revolución cubana.

En la heladería Coppelia, célebre lugar de la capital isleña, se da el primer encuentro entre los dos personajes. David, de primeras, exhibe su carácter machista, colindante con  la homofobia. Vocifera su ideología y apologiza las bondades de la revolución. Diego, por su parte,  lanza como carnada algunos libros prohibidos que llaman la atención del universitario, y una invitación a su casa para conocer el resto de su intrigante biblioteca. A partir de ahí, se inicia y consolida una impensada amistad que va a socavar paulatinamente ideas doctrinarias y prejuicios,  en una historia que pugna por la preeminencia de la  tolerancia.

Senel Paz, nacido  bajo el manto de la revolución iniciada por el comandante Castro en 1959, plantea en sus personajes dos caracteres bien definidos y el choque de las mal concebidas ideas doctrinarias frente a la libertad individual, la convivencia, y la igualdad con aceptación. La conciencia política de David no deja de estar comprometida, pero evoluciona hacia la apertura, la autocrítica, la verdad humana, que va más allá de imposiciones ideológicas. Diego decide abandonar su país,  ha perdido fe en el sistema a medida que éste lo segrega. “La revolución no acepta hombre débiles, ni maricones” predica el tercer personaje de la obra: un funcionario casi omnipresente, sombra garante del Estado, que deambula en los espacios vitales de ambos, interviene, evalúa, juzga, impone dogmas y conductas. La puesta en escena de Manrique enfatiza, al igual que el texto, la evolución del personaje de  David: el respeto al otro es fundamento de la convivencia. En un drama de corte realista, balanceado con humor, el director aprovecha para establecer las coincidencias, que a su modo ver, se dan con nuestra realidad. Las reacciones del público, aplaudiendo frases y momentos específicos, conteniendo la respiración en otros, riendo; dio cuenta de su conjunción con la historia. Los largos aplausos finales a las logradas interpretaciones de  Daniel Rodríguez, Juan Vicente Pérez y Wadith Hadaya ilustraron la satisfacción dejada en las butacas y en las conciencias.

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