sábado, 19 de abril de 2014

Madame de Sade

Por Walter De Andrade
@deandradewal
@avencrit


Los acordes roncos y eléctricos de “Sweet dreams” del andrógino rockstar Marilyn Manson y el pecho desnudo de tres púberes enmascaradas en movimientos provocadores, son el preámbulo y la marca de lo que se vendrá en el escenario: desde una estética industrial, desgarrada, se versará sobre la perversión, los límites, y  la moral social.

“Madame de Sade”, del japonés Yukio Mishima (Tokyo, 1925-1970), en versión y dirección de Vladimir Vera con la producción del grupo Rajatabla, es una mirada a las lujuriosas y libérrimas concepciones del afamado  Marqués de Sade, desde la perspectiva de seis mujeres que le adversaron y amaron, que sucumbieron a la inaceptable decisión del aristócrata de confrontar sin tapujos la moral púdica y sosa de su época.  

La pieza, luego de su sonada temporada de estreno el pasado mes de marzo en la Sala Rajatabla, llegó al elegantemente remozado Teatro Bolívar para desnudar pasiones y prejuicios a través de la presencia inevitable de Donatien Alphonse François de Sade (1740-1814), quién no solo con su conducta desinhibida, sino también con su literatura, ilustró la oscuridad y los alcances del deseo y la perversión humanos; lo que le valió la prisión acusado de conducta impropia y perturbador de la moral. Durante los años de encierro del marqués, su esposa le aguarda con dedicación y fidelidad, pero precisamente cuando es liberado, en medio de los tumultos revolucionarios de la Francia de 1790, ésta lo abandona y se recluye en un convento.

Es esta contrariedad la que llevó al autor japonés a indagar en los posibles motivos que empujaron a René de Sade a tomar tal determinación. Publicada en 1965, esta ficción histórica narra, en plenos acontecimientos de la Revolución Francesa,  las circunstancias que llevaron al encarcelamiento de Alphonse, los esfuerzos de su entorno para liberarlo y de su suegra para mantenerlo preso, y su relación con seis mujeres, únicos personajes de la obra, quienes desde sus distintos puntos de vista arman el rompecabezas total del personaje del marqués, que aunque ausente en la trama, afirma su presencia constante con la influencia innegable que ejerce sobre cada una de ellas. Y en esos diálogos, en esas líneas, el autor habla también del espíritu humano, la libertad individual, el amor, la felicidad, y la hipocresía moralista de una sociedad  que está sucumbiendo ventanas afuera bajo el filo de la guillotina.

Vera propone, como es su costumbre, una puesta en escena que busca la polémica, que martilla la pacatería. Vestuario anacrónico de tendencia punk, una iluminación bien distribuida;  un escenario enrejado como metáfora a las prisiones que pueden ser personales, sociales, morales, espirituales, lúdicas; delimitan el espacio en el que la primera actriz Francis Rueda luce correctísima en su Madame de Montreuil –madre de René-; y Fedora Feites asertiva en el papel de la decidida esposa. Candice Wilcox, Adriana Bustamante, Rosangela Ingallina, Eliana Terán, Deborah De Freitas y Grazziella Mazzone, completan -con altibajos- el elenco de este  conveniente atrevimiento escénico. ¡Nos seguimos viendo!

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