lunes, 4 de marzo de 2013

"Pedro y el Capitán"

Adolfo Nittoli y Vicente Peña
Por Walter De Andrade

“Pedro y el Capitán” es una de las tres piezas de teatro escritas por el uruguayo Mario Benedetti (le anteceden "El reportaje" en 1958, e "Ida y vuelta" en 1963) . Publicada en 1979, el texto supuso para el escritor el reto de adentrarse en “un género muy difícil, creo que funcionó porque tiene nada más que dos personajes; yo con tres personajes en teatro no doy...” comentó. Esos dos personajes son un torturado y un torturador quienes en una sala de interrogatorios desarrollan un diálogo que deja al descubierto las dimensiones humanas de cada uno. Según palabras del mismo autor, no pretende ser “el enfrentamiento de un monstruo y un santo, sino de dos hombres, dos seres de carne y hueso, ambos con zonas de vulnerabilidad y de resistencia”. En este enfrentamiento se van deshojando las diferencias morales e ideológicas, las distintas concepciones de ver el mundo, y cae como un mazo la advertencia de que el poder corrompe y destruye lo que de humanos nos queda. 

El grupo teatral Repico, con Consuelo Trum en la dirección general, tomó el texto del uruguayo y lo hizo escena en la sala Rajatabla los pasados 26 y 27 de febrero en el marco del Festival de Teatro de Caracas 2013, con una propuesta muy bien definida en sus propósitos. 

El escenario se reduce a un pequeño espacio, un cubo blanco de no más de 2mts cúbicos, levantado en perspectiva frontal, que de entrada dirige la atención del espectador como si de una gríngola se tratase y lo inserta también en la reducida opción del preso, lo hace compartir la angustia, potencia la inquietud, la claustrofobia que puede arropar a Pedro se traslada al espectador, quién se mueve impotente en su silla, cambia de posiciones, busca respiro, pero está tan atado como la víctima. La tensión va in crescendo en cada uno de los cuatro actos en los que se divide la pieza, y en ese transcurrir los personajes experimentan una progresiva transformación. Pedro, va mutando de víctima a vencedor, y en este cometido es exitosa la interpretación de Vicente Peña. Logra adentrarse en la fatiga física y mental del detenido, va creciendo entre suplicio y suplicio, y lo que del cuerpo se queda en la máquina de tortura (aplicadas fuera de escena) lo recupera en la entereza de sus ideales, de su espíritu. Por su parte, Adolfo Nitolli asume enteramente la fuerza del Capitán, pasa de inquisidor en pleno control a suplicante atormentado por su conciencia. Cada acto de la pieza lo recibe con una prenda menos de su rígido uniforme militar, se despoja de ropas como de bríos y termina acorralado por su contradicción interna. En la represión que el poder ejerce ambos son víctimas. El vestuario (Joaquín Nández) y la iluminación (Lina Olmos) son atinados en su expresividad y aportan contundencia. 

Lo que sí resultó ruidoso, es la presencia adrede de una camarógrafa que registra planos detalles del interrogatorio para su proyección en tiempo real, y aunque es explícita su participación como elemento de la puesta en escena, su deambular interrumpe y no le aporta dividendos a una propuesta que luce consolidada en su poética y su plástica. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario