Por Bruno Mateo
@Bruno_Mateo
Tres personajes,
una vieja que vive recordando su
glorioso pasado, lleno, según ella, de blasones, escudos y linaje, pero
mutilada de brazos, en bancarrota y viviendo en un casa grande en ruinas. Un hombre viejo,
sobrino de ella, fracasado que sólo aguarda que su tía muera para heredar algo.
Una mujer vieja que ha pasado la vida cuidando a la dueña de la casa viviendo
en la espera de la muerte de la señora para, también, heredar. Tres seres
anodinos que gravitan en un hogar derruido por el tiempo y accionando en el
tiempo de lo que pudo haber sido y no fue. Una historia en modo subjuntivo.
Desde una perspectiva
sociológica, y tomándome la licencia de un análisis comparativo entre la
realidad española actual y esta pieza escrita y montada por un grupo español,
podría decir que es una metáfora de la España contemporánea. Así como, es
válido usar al personaje de Bernarda Alba de García Lorca como un símil entre
la Iberia de 1936 en vísperas de la Dictadura franquista, también es legítimo
pensar en esta vieja como la España vigente, la cual se encuentra, actualmente,
en una crisis profunda viendo hacia su
pasado lleno de fantasmas.
El juego de la
puesta en escena de “Nadie lo puede creer” se desarrolla en un espacio circular
que nos refiere a un lugar estático, sin luz, sin hogar, es decir sin vida. Los
ventiladores en escena nos hace imaginar olfativamente el olor a cloroformo, a
lo necrofílico de la casa. La pieza es
de esos montajes que, al principio, pareciera no emocionar, pero a medida que
avanza el diálogo y las acciones nos va introduciendo en un mundo distinto, en
este caso, una realidad deliciosamente macabra. Delicioso en tanto los
parlamentos de humor negro, muy típico de la identidad española. La ironía de Quevedo
(1580-1645) está en esas voces de los
actores que nos dibujan en nuestros rostros espectadores una sonrisa trágica.
Nos reímos de la acción, pero lloramos por
la realidad de esas palabras dichas, aparentemente a la ligera.
El grupo La
Zaranda, después de más treinta años desde que emprendiera su periplo teatral, nos
vuelve a encantar. Un trabajo con lenguaje propio que busca en las raíces
identitarias de su imaginario cultural la memoria ancestral que trasciende a
cualquier geografía por la invitación a reflexionar sobre la fragilidad del ser individual dentro
de un colectivo.
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