lunes, 27 de octubre de 2014

La venta de un país

Una comedia musical creada sobre el texto de Isaac Chocrón


Por Edgar Moreno Uribe
@eamorenouribe
@avencrit

 

El desarrollo del teatro criollo del siglo XXI depende del talento y la sensibilidad de los productores. Ellos consiguen no solo el dinero sino la obra adecuada y todo lo que su espectáculo exige. Se acabó la tradición de que eran los buscadores de mesas, sillas, etcétera. No, un productor es el súper creador del montaje, con todos los riesgos que significa. Así ocurre en  Nueva York, Londres, Madrid y París, además de Buenos Aires, mientras Caracas se asoma tímidamente.

Tal es el caso de Carlos Scoffio Bello  quien se enamoró del teatro de Isaac Chocrón (Maracay, 1930/Caracas, 2011) y produjo La máxima felicidad y Asia y el lejano oriente, por ahora, tras haber resucitado el legendario espectáculo El coronel no tiene quien la escriba de Carlos Giménez; los tres en este crucial 2014. Ahora lleva cuatro semanas de temporada con una pieza  que revela el siniestro poder de la mercadotecnia y cómo se puede vender un país.

En Asia y el lejano oriente, la reciente producción de Scoffio Bello, un grupo de actores se   citan en un teatro para contar, cantar  y bailar una fábula sobre un nación cuyos habitantes decidieron venderla y luego repartirse la ganancia. Ahí están, pues, los diligentes cómicos Gonzalo Velutini, Julie Restifo, Gerardo Soto, Gladys Seco, Oswaldo Maccio, Natalia Román, Fernando Azpúrua, Fabiola Arace, Jan Vidal-Restifo y Marla Flores, convertidos, además en felices bailarines y cantantes, para la lúdica ceremonia de entregar al mejor postor el subsuelo, el suelo, la atmosfera y el cielo del país donde nacieron, crecieron y soñaron.

Estrenada en 1966 y remontada por la Compañía Nacional de Teatro hacia 1985, Asia y el lejano oriente, es una metáfora de Chocrón (era economista, graduado en USA) sobre lo que podría  ocurrir en  una sociedad si es sometida a las manipulaciones típicas de la compraventa y al final fuese asumida por una empresa trasnacional, tras aplicarse unos cuantos mecanismos legales, como un plebiscito, y la entrega de los respectivos cheques a cada uno de los habitante de ese territorio para que se marchen a otros países.

El espectáculo de tan truculento tema, y posible en estos tiempos, argumentado con simpleza, se ajusta perfectamente a los cánones del teatro bien hecho, con música variada y  adecuadas canciones en su tono  y bailes precisos, para hacerlo más grato o digerible al espectador, quien sacará sus  propias conclusiones, porque espectador bobo no hay en estos tiempos y menos en Venezuela.

No es fácil digerir  este cuento teatral, pero el mismo puede ser una realidad si los gobiernos no controlan o están alertas ante el  capital financiero internacional y advierten a sus pueblos sobre tales posibilidades.

Hay que subrayar  la vital y precisa presencia de técnicos y artistas como los asistentes de escena: Sergio Malpica y Stephanie Bor. Federico Ruiz & Santos Palazzi, compositores. Luz Urdaneta, coreografía. Vestuario de Silvia Vidal; ambientación Carlos Medina y luces de Martin Flores.

Está bien realizado este teatro con música y bailes y eso magnifica el producto cultural que proporciona variopintos elementos para  analizar la realidad del Tercer Mundo y de otros continentes donde también hay países susceptibles de ser vendidos. ¡El director Javier Vidal incluso creó un colofón con una canción desgarrada sobre la pérdida  de la patria, dedicada  a quienes no deseen nunca una cosa así!

 

 

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