Una comedia musical creada sobre el texto de Isaac Chocrón |
Por Edgar Moreno Uribe
@eamorenouribe@avencrit
El
desarrollo del teatro criollo del siglo XXI depende del talento y la
sensibilidad de los productores. Ellos consiguen no solo el dinero sino la obra
adecuada y todo lo que su espectáculo exige. Se acabó la tradición de que eran
los buscadores de mesas, sillas, etcétera. No, un productor es el súper creador
del montaje, con todos los riesgos que significa. Así ocurre en Nueva
York, Londres, Madrid y París, además de Buenos Aires, mientras Caracas se
asoma tímidamente.
Tal es el
caso de Carlos Scoffio Bello quien se enamoró del teatro de Isaac Chocrón
(Maracay, 1930/Caracas, 2011) y produjo La máxima felicidad y Asia y
el lejano oriente, por ahora, tras haber resucitado el legendario
espectáculo El coronel no tiene quien la escriba de Carlos Giménez; los tres
en este crucial 2014. Ahora lleva cuatro semanas de temporada con una pieza
que revela el siniestro poder de la mercadotecnia y cómo se puede vender
un país.
En Asia
y el lejano oriente, la reciente producción de Scoffio Bello, un grupo de
actores se citan en un teatro para contar, cantar y bailar
una fábula sobre un nación cuyos habitantes decidieron venderla y luego
repartirse la ganancia. Ahí están, pues, los diligentes cómicos Gonzalo Velutini, Julie
Restifo, Gerardo Soto, Gladys Seco, Oswaldo Maccio, Natalia Román, Fernando
Azpúrua, Fabiola Arace, Jan Vidal-Restifo y Marla Flores, convertidos, además
en felices bailarines y cantantes, para la lúdica ceremonia de entregar al
mejor postor el subsuelo, el suelo, la atmosfera y el cielo del país donde
nacieron, crecieron y soñaron.
Estrenada
en 1966 y remontada por la Compañía Nacional de Teatro hacia 1985, Asia y el
lejano oriente, es una metáfora de Chocrón (era economista, graduado en
USA) sobre lo que podría ocurrir en una sociedad si es sometida a
las manipulaciones típicas de la compraventa y al final fuese asumida por una
empresa trasnacional, tras aplicarse unos cuantos mecanismos legales, como un
plebiscito, y la entrega de los respectivos cheques a cada uno de los habitante
de ese territorio para que se marchen a otros países.
El
espectáculo de tan truculento tema, y posible en estos tiempos, argumentado con
simpleza, se ajusta perfectamente a los cánones del teatro bien hecho, con
música variada y adecuadas canciones en su tono y bailes precisos,
para hacerlo más grato o digerible al espectador, quien sacará sus
propias conclusiones, porque espectador bobo no hay en estos tiempos y
menos en Venezuela.
No es
fácil digerir este cuento teatral, pero el mismo puede ser una realidad
si los gobiernos no controlan o están alertas ante el capital financiero
internacional y advierten a sus pueblos sobre tales posibilidades.
Hay que subrayar la vital y precisa
presencia de técnicos y artistas como los asistentes de escena: Sergio Malpica
y Stephanie Bor. Federico Ruiz & Santos Palazzi, compositores. Luz
Urdaneta, coreografía. Vestuario de Silvia Vidal; ambientación Carlos Medina y
luces de Martin Flores.
Está bien
realizado este teatro con música y bailes y eso magnifica el producto cultural
que proporciona variopintos elementos para analizar la realidad del
Tercer Mundo y de otros continentes donde también hay países susceptibles de
ser vendidos. ¡El director Javier Vidal incluso creó un colofón con una canción
desgarrada sobre la pérdida de la patria, dedicada a quienes no
deseen nunca una cosa así!
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