por Walter De Andrade
El trasfondo político y social de la propuesta es evidente y emite una preocupación por los peligros que acechan la libertad creadora.
Hace unos cinco o seis años aproximadamente el autor caminaba por un corredor de la Galería de la Academia de Florencia (Italia). A paso apurado y no sin emoción, un respiro profundo lo prepara para el encuentro. Al final del pasillo, bañado por la luz natural que se cuela por una cúpula, deslumbra la figura de un hombre desnudo, de unos 5 metros de alto, esculpido en mármol pálido. Es el David, vencedor sobre Goliat, inmortalizado como referente de la belleza humana por el cincel prodigioso de Miguel Ángel Buonarroti. Del embeleso provocado, nació el impulso que se hizo dramaturgia y así, esculpido ahora en la palabra, el “David” se hizo teatro en la pluma del consolidado actor Luigi Sciamanna, quien debuta como dramaturgo con un díptico centrado en la pieza más controversial del escultor florentino. “La novia del gigante”, estrenada en el 2012 fue la primera entrega, y el pasado 27 de marzo, en el marco del FITC 2013, se estrenó “El Gigante de mármol” en la sala de la Asociación Cultural Humboldt como cierre del ciclo.
En ésta última, Sciamanna se remonta a 1503, y presenta la aguerrida defensa que Miguel Ángel hizo de su obra ante la intención generalizada de destruirla por obscena y pagana. El texto, inteligente y ricamente escrito, se centra en exponer la confrontación del artista con los representantes de la iglesia, los comerciantes y los políticos, distintas caras del poder obtuso. El trasfondo político y social de la propuesta es evidente y emite una preocupación por los peligros, todavía vigentes, que acechan la libertad creadora. Si en “La Novia del gigante” hablaba el ciudadano común frente al poder, acá es un artista el que confronta al sistema en defensa de su obra.
El elenco conformado por Jorge Palacios, Armando Cabrera, Marcos Moreno, José Gregorio Paredes y Elvis Chaveinte, además del propio Sciamanna, se muestra consolidado, con un manejo sólido del texto, encomiable trabajo vocal e interpretaciones bien delineadas. Impecable el vestuario de Eva Ivanyi y Raquel Ríos que junto a la sobria iluminación de Manuel Troconis entregan una visual íntegra.
La pieza podría sí, ajustarse, sintetizando el desarrollo del conflicto que se hace reiterativo. El epílogo, luego del encuentro onírico de Miguel Ángel, ya victorioso, con su escultura vivificada (creemos que es el desenlace final), toma rumbos desconcertantes en historia y planteamiento escénico debilitando el acertado discurso hasta allí mostrado.
Columna publicada el 02/04/2013 en el diario El Nuevo País
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