martes, 28 de mayo de 2013
Bajo tierra con César Rengifo
Por E. A Moreno Uribe
¿Sería chavista el dramaturgo César Rengifo (Caracas, 1915/1980) si hubiese sobrevivido a sus dolencias? No sé, lo que denunció con su teatro no era exclusivo, porque el resto de la inteligencia venezolana, especialmente la izquierdista, también luchó para detener ese proceso desgastador que durante el siglo XX significó la explotación de los hidrocarburos. No hay que ser chavista para execrar los abusos cometidos no sólo por las empresas sino por los gobiernos títeres. Todo lo que advirtió se cumplió y aunque al final el petróleo fue controlado por el Estado venezolano, las secuelas de aquellos nefastos años no han podido curarse, ni los muertos inocentes resucitarán jamás.
Él hizo lo suyo al escribir su teatro, pero pocos le hicieron caso y las consecuencias están a la vista, porque “ya no somos un país independiente económicamente. Junto con el alud del capital extranjero, explotador, nos llega también una pseudo civilización estandarizada. Y junto a los ranchos, habitados por gente depauperada y sin ninguna cultura, aparece la pseudocultura del petróleo”.
Conocí de trato y palabra a César y su radicalismo me conquistó.Lo recuerdo ahora al ver y degustar el excelente espectáculo Bajo tierra, que ha presentado Rio Teatro Caribe y Auyan Tepui Producciones en Unearte, bajo la dirección de Francisco Denis Boulton y con el desenfadado apoyo actoral de Verónica Arellano, Gladys Prince, Zair Mora, Luis Domingo González, Jesús Carreño y Antony Castillo, dentro del dispositivo creado por Rafael Sequera.
Bajo tierra es un inteligente y amoroso ensamblaje, logrado por Karin Valecillos, de cuatro piezas de César sobre la explotación petrolera: Las mariposas de la oscuridad (1951-1956), El vendaval amarillo (1952), El raudal de los muertos cansados (1969) y Las torres y el viento (1969). Ahí resumió los inenarrables avatares de los trabajadores del petróleo y la de los campesinos desplazados por tan cruel industria. Escribió, pues, para advertir sobre las frustraciones de un amplio sector de la sociedad venezolana por el sinuoso destino de la renta petrolera, además de la muerte lenta de la agricultura y el éxodo de los campesinos a las grandes ciudades para buscar un destino incierto o esquivo, al tiempo que señaló la incesante sustitución de la cultura nacional por una foránea, “bien servida” por todos los medios de comunicación.
El director Denis Boulton quería montar esos textos pero no consiguió los recursos financieros y optó por el comprimido que le hizo Vallecilos. Plasmó la parodia de un programa de televisión que es visto por una abuela, su hija, mientras al nieto lo devora la Internet, en cualquier hogar venezolano.
Trabajó con esa fusión y los mínimos actores, reelaborando lenguaje y puntualizando acciones escénicas. Toda una estética de la sencillez que ha mostrado en sus anteriores montajes, como Machete caníbal o Sexo. El espectáculo se centra en el relato de la desgracia humana como consecuencia de la miserable explotación del recurso natural y el engaño a que se sometió al campesino principalmente. El humor es el otro personaje presente y es bálsamo para digerir todas las desgracias de esos seres arruinados sin saber porque.
El montaje se llama Bajo tierra porque el petróleo se extrae del suelo y para hacer referencia a los hombres que trabajan bajo tierra, a una cultura que queda bajo tierra y un país que quizá, todavía, está bajo tierra en el sentido que depende de este ‘oro negro’, y esto no solo interviene en lo económico sino en muchos ámbitos sociales y culturales.
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