por Carlos Herrera
La vida nos ofrece tener la familia con la cual nacemos y como lo refería el dramaturgo venezolano, Isaac Chocrón, “la familia elegida” esa que estará con uno porque fue la que escogimos, para bien o para mal en lo que será el decurso de nuestra adultez. La familia elegida podrá constituirse por personas íntimas, amigos o conocidos que, con el pasar de los años, ya cuando la persona se presiente en el ocaso de su existencia, termina sabiendo que no solo le han acompañado en las verdes o las maduras, de aguantarse los cambios de luna derivados del carácter o personalidad sino, incluso, porque terminan siendo cómplices, aguzados oidores de todas nuestras cuitas y firme bastón cuando por razón u otra, el andar existencial no haya impedido moral, sentimental o psicológicamente hecho caminar lerdos.
Son la voz de una esperanza que hace que la letra de un viejo bolero que reza casi tajantemente sobre la compañía de la vieja soledad hace que intuyamos que siempre habrá ese alguien, ese amigo, esa persona que por uno u otro factor, esté a nuestro lado para no sentirnos tan desasistidos, tan solos, tan huérfanos de un alguien en lo que sabiamente un dramaturgo suscribiría bajo el título de una obra como “Compañeros de viaje”, porque la vida es eso, un largo viaje donde muchos estén o no cerca de ti, emprenden juntos o por separado ese periplo hacia la eternidad y son, quizás pocos, pero escogidos, los que más allá de la partida, quienes te recordaran.
Los días sábado 4 y 5 de mayo tuve la especial oportunidad de estar en la calurosa tierra guanareña una vez más. El propósito; acompañar a los que considero una de mis familias más queridas en el medio teatral. Me refiero a toda la gente que, de alguna u otra forma he visto crecer y ser quienes son a lo largo de décadas como lo conforma la Compañía Regional de Teatro de Portuguesa quienes, nuevamente levantaron haciendo lo que mejor saben hacer que es buen teatro, estuvieron por espacio de tres semanas presentando su más reciente trabajo teatral, “Compañeros de viaje” del dramaturgo argentino, Carlos Gorostiza (Buenos Aires, 1920) de quien hayamos algunas referencias dentro del primer tomo de la compilación Escenarios de dos Mundos, Inventario Teatral de Iberoamérica y que en palabras del investigador, Gerardo Fernández nos ilumina al decirnos que, aparte de ser uno de los autores y creadores más renombrados del s. XX en tierra gaucha, ya desde sus inicios –pero que marcaría su posterior desarrollo como artista de las tablas como del pensamiento escénico- e ir descollando en distintas formas creadoras que van de la poesía a la dirección teatral, pasando por experiencias como actor hasta llegar a ser novelista y cineasta, fue fácil reconocerle ese peculiar elemento de siempre tratar de perfilar un “estilo expresivo que nos representara y nos diferenciara, y en el cual nos reconociéramos” dado que Gorostiza fue capaz de involucrarse con “referencias concretas a problemas reales e inmediatos y a situaciones verdaderas y creíbles, a una indagación profunda en la coyuntura politicosocial que vivía el país y en la naturaleza de los cambios que la sociedad argentina estaba experimentando, a la aplicación de formas lingüísticas que eran fiel y jugosa reproducción del habla popular cotidiana; a una verdad y meticulosidad en el perfilado de personajes no sólo coherentes y enterizos, sino también genuinos y espontáneos”.
Autor que, desde obras como El puente pasando por El pan de la locura o Matar el tiempo logró calar no sólo con fuerza sino con honestidad para exponer cosas que le permitiese ser trascendente a lo largo del Cono Sur y, por ende, a toda la extensión sudamericana e, incluso, a nivel mundial.
Como venía diciendo, la experiencia ofrecida por la CRTP en los espacios de la Sala “Federico Collado” del Centro Cultural “Hermán Lejter” (Guanare / Edo Portuguesa) se constituyó en base a la afiligranada capacidad de versionamiento efectuada por un ducho artista cuya capacidad de respetar argumento, personajes y lo relativo a la forma específica de su estructura dramática donde la esencia queda y solo unos detalles se ajustan en pro del contexto donde se habrá de llevar su representación como del potencial público que la expectará fue dado por Aníbal Grunn para un texto corto de un acto (Aeroplanos, estrenada en 1990), un juguete teatral del cual sitúa al lector/espectador de ese texto espectacular en sintonía con dos hombres en avanzada edad (Francisco y Antonio), grandes amigos unidos por unos inquebrantables nexos que los han convertido en auténticos náufragos de la vida pero sobrevivientes porque comprendieron siempre que fueron sólidos compañeros de viaje que se supieron complementar como moneda de dos caras, que aunque sean lanzados al aire para ver cual es el destino de lo que marca al caer siempre el lado que no se ve, es el otro. Esos amigos del siempre, viudos, que no han viajado fuera de su terruño, pero que saben del mundo porque o bien uno colecciona estampillas o el otro, se informa, no desconocen sino sus geografías de sus sensibilidades, las fronteras inasibles de sus cuitas y anhelos; son derecho y revés de vidas conformadas por el más maravilloso canto que dos seres pueden expresarse: la fraterna amistad.
Una unificadora amistad que les hace leerse uno al otro sin cortapisas y comprender que la vida es ese pequeño espacio donde se une la esperanza con desasosiego de una mala noticia, es esa unión de almas que puedan que estén en un juego de preguntas/respuestas o de jugar dominó o hasta de chupar un caramelo y sorber tragos de café pero en la conciencia que son humanos y efímeros y que, al final de todo hasta un vuelo a otro país seguirá siendo enaltecedor para afianzar que lo humano prevalece y decirnos que hay signos del reconocimiento en mi que están en ti.
El trabajo como puesta en escena efectuada por Carlos Arroyo no se planeó amplificar nada. Escenificación intimista, espacialidad conformada por un cuadrado con mínimo de elementos: una mesa, dos sillas, y tres porta elementos (casetera fondo izquierdo, teléfono en primer plano primer plano izquierdo y en al fondo, una vasija metálica; un juego de dominó, una mesita con una cafetera, dos tazas). Sencillez con el espacio que, sin ser parco, supo capturar la vitalidad y energía de dos histriones en la articulación de sucintas tensiones como de micro climas emocionales.
Pero, ¡Ojo!, estamos ante un drama lacónico pero poderoso que, para algunos espectadores podría lanzarlos al peligroso terreno del melo porque se asoma mirando su abismo pero con sapiencia para bordearlo gracias a la sobria experticia de director que ha sabido también vivenciar esa clase de situaciones desde su tránsito como actor haciéndole comprender que, lo simple no es cosa de colocar actores a fin de decir cosas sin ton ni son sino de que lo que se dive y acciona puede mover un universo; una dirección que indico al diseñador de iluminación que tonalidades y acentos con los reflectores debían estar en consonancia con lo específico textual y de lo que ocurría sobre las tablas y, así, armar una atmósfera complementaria con una ambientación musical (bolero) escogido ex profeso para colocar el sentido y significación de lo que sucede como acción dramática; fue una puesta hecha desde la experiencia y apuntalada con intuición a fin de dinamizar un proceso decantado para que cada persona supiese donde hallar la médula de ese algo dramático les podía tocar su fuero interno. Una dirección aplomada gracias a que de lo poco, exacto y de lo necesario, preciso. Eso fue el el mejor logro de la dirección: apuntalar un espacio escénico sin el embadurnamiento de los elementos no verbales a fin que, texto y actuación brillasen por sí mismos.
Carlos Arroyo supo comprender estas coordenadas y ponerlas al servicio del dos magníficos actores como lo son Wilfredo Peraza y del propio Aníbal Grunn quienes de menos a más (en una lectura sabatina tocada por el feroz bullicio de un soberana lluvia que se desató justamente en los momentos más álgidos de la representación) pero que, en segunda lectura como espectador, pude deleitarme de ese poderoso factor que es la actuación elevada a niveles de lo orgánico donde la matización de los parlamentos sabía colocar ese acento donde se debía, que cada frase tenía una razón, que cada parlamento estaba unido a un recuerdo o a una exposición de verdad y sobre todo, porque ambos se fusionaron como artistas en un proceso e interrelación de personajes que se transformaban y emanaban hacia la platea: verdad escénica.
Fue sencillamente un trabajo de florilegios excepcional donde Grunn y Peraza lograron ese canto hermoso y sublime de constatar como con una dramaturgia tan especial como la de Gorostiza (y con los toques necesarios de la versión) eran capaces de llegar a lo más profundo de la emotividad del espectador. Un regalo histriónico porque la validez del acto escénico está en esa capacidad de decirnos cosas que, al salir de la sala e irnos alejando del teatro, frases, imágenes, parlamentos, gestos, silencios, miradas y hasta entendidos de lo que fue lo visto, revolotean en nuestros oídos, se asoman al cerrar los ojos y hasta permanecen cuando ya la soledad del ser individual, se ausenta de lo social para hacernos reflexionar que ¡la vida es eso: un minuto con los demás!
Para efectos de ir cerrando este compendio de crónica crítica diré que la producción para Compañeros de viaje fue sintética y pertinente para los efectos de lo que Carlos Arroyo deseaba ver sobre la escena; la labor en tal sentido conforma la composición plástica del ámbito escénico donde el juego de colores permitió una armonía cromática que al entrar el juego de iluminación de Kelyson Berrios, las tonalidades nunca alborotan la retina sino se acoplaron a un sentido de atmósfera de quietud, de sosiego y hasta de estar a tono con lo que las acciones verbales y psicológicas se emanaban desde la escena. La realización de escenografía de Luís Alberto Salas y la producción de Julián Ramos terminan por acoplar en su justa dimensión el concepto global de este satisfactorio y emotivo canto a la amistad que nos ofreció la CRTP en una breve temporada de la cual aspiro como animal de teatro, poder constatar en otras salas y con otros espectadores para verlos evolucionar con retos distintos a los que conllevó su experiencia en su terruño artístico guanareño. Hermoso espectáculo que sin llegar a una hora, sumerge nuestra alma en un regocijo que mereció mi más espontáneo aplauso. Acotación: ¡Les volveré a ver porque fue una muy grata experiencia artística como teatral!
Miércoles 08.05.2013
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