viernes, 26 de junio de 2015

EL TEATRO Y LA DIVERSIDAD SEXUAL

Por Prof. (Unearte. Ceca Anzoátegui) Jesús Benjamín Farías Rojas
Buenas tardes, antes que nada quiero agradecer a los organizadores del festival de teatro Rosa por la invitación, y por haber posibilitado este encuentro que no pretende más que afianzar y fortalecer eventos como este, hasta hace muy poco imposibles de realizarse. Quiero decirles que para mí es un honor estar aquí, pues, como hombre venezolano, como hombre homosexual, y como hombre de teatro, este tipo de actividades, que permita la visibilidad de colectivos muchas veces perseguidos, discriminados, burlados, vulnerados en todos su derechos, obstaculizados, y lo que es peor silenciados hasta la invisibilidad, es sencillamente una alegría. “De mi corazón brotan flores en la mitad de la noche” dice un poema azteca, y mi corazón está brotando flores aquí y ahora, en este momento histórico, donde si bien hay sus oscuridades, porque nada puede ser perfecto, también se están facilitando momentos muy luminosos, y quizás haya para todos nosotros un nuevo amanecer donde el respeto, la tolerancia, la igualdad en todas sus múltiples manifestaciones, sean las condiciones que prevalezcan.


Desde que el hombre, esa entidad conocida por hombre que se ha mantenido hasta hoy, es hombre, siempre han existido las llamadas diferencias, siempre han existido hombres que a la hora de amar, han preferido a los de su mismo sexo, sino, remitámonos al legado dejado por los griegos, por los persas, por las primitivas manifestaciones literarias del lejano oriente y de áfrica, y viniéndonos más acá, las grandes y pequeñas civilizaciones prehispánicas, donde ser diferente, era tan común como comer maíz, tan común, como cazar o recolectar conchas, de eso hablan las pinturas, las esculturas, la literatura y el teatro, ¡El teatro!, ese universo del modo social de las civilizaciones antiguas, esa conciencia, ese espejo que abarca todas las clases sociales y que ha reflejado una y otra vez, todos los vicios, todas las iniquidades y toda la grandeza del ser humano.


El teatro griego nos legó a Aquiles, el héroe trágico por excelencia y con una sexualidad ampliamente discutida, que abarcaba a Deidamía, la madre de su hijo Neoptólemo, pasando por Troilo, el bello hijo de Príamo a quién Aquiles, luego de ver rechazado su avance amoroso, atraviesa con su lanza en el templo de Apolo, hasta llegar a Patroclo, su primo, su amigo fiel, y según la versión más popular su amante- amado. Y digo amante-amado porque el rol sexual de Aquiles, se discutía ya desde el Banquete de Platón, donde queda puesta de relieve la naturaleza sexual de Aquiles, quién, por boca de Fedro decide, a pesar de la premonición de su madre, matar a Héctor para vengar a su querido Patroclo. Quedan fragmentos de una obra de Esquilo, titulada Los Mirmidones, donde los dos son amantes, de igual forma, Los amantes de Aquiles, obra perdida, convenientemente, de Sófocles, un drama satírico donde Aquiles rechaza las insinuaciones amorosas de los sátiros, Shakespeare, también lo caracteriza enamorado de Patroclo, en Troilo y Crésida. A pesar de esto, y a ello me refería cuando hablaba de la polémica en cuanto a la sexualidad o definamos más bien homosexualidad de Aquiles, hay sectores, de los más conservadores, que niegan el amor de Aquiles por Patroclo al punto de silenciarlo y a cambio de ello, hablan de amistad.


La mención de Aquiles como personaje teatral, por poner un ejemplo, sirve para establecer un modo de vida donde los hombres vivían libremente su sexualidad, era una opción de vida, una fase por las que muchos jóvenes pasaban, y que el auge del cristianismo, la inquisición lo llamaba el “pecado nefando”, cercenó, llenándolo de culpas, de miedos, de esas oscuridades de las que aún hoy nos cuesta deslastrarnos.


Existe una obra escrita en 1593 por Crhistopher Marlowe, que trata explícitamente el amor homosexual, me refiero a Eduardo II, rey de Inglaterra que hizo algunas reformas en su país, granjeándose el odio de los nobles y la iglesia, que amó a Piers Gavestone hasta la locura, y que fue horriblemente asesinado a causa de su amor. Maurice Druón, en su majestuoso fresco sobre los reyes malditos cuenta la historia, no obstante, en la tragedia de Marlowe, la figura de Eduardo II cobra relieves insospechados, aquí, como en las obras de Shakespeare, la fuerza de los diálogos, la situación dramática simplificada por requerimientos del género, y la perfilación de los personajes, le dan un vigor que dura hasta nuestros días. Releyendo la obra, uno no deja de preguntarse cómo fue posible que en el siglo XVI, pudiera escribirse y sobre todo, publicarse una obra con tales características, si nos remitimos a la historia, la humanidad estaba saliendo de uno de sus periodos más oscuros como fue la edad media, con toda su gama de supersticiones, el predominio de la iglesia y el feudalismo, sin embargo, las condiciones de la Inglaterra de ese tiempo eran las propicias, no solo había ocurrido el cisma estado-iglesia propugnado por Enrique VIII, también la regentaba Isabel, la reina virgen, tan propicia a las manifestaciones artísticas, y finalmente estaba en vísperas de una guerra con España, la España de Felipe II, la misma, que había llevado el medioevo europeo a la América latina.


Eduardo II fue una tragedia homosexual del modernismo, la primera, y la única tal vez, del teatro inglés de fines del siglo XVI, y comienzos del XVII, la única quizás de un periodo de la historia del hombre ,donde comenzó a cobrar mayor fuerza el concepto de familia como célula fundamental, la familia burguesa con toda su rígida carga de códigos sociales, donde el heterocentrismo emerge para dejarnos a ese padre absoluto, que tiene la carga de mantener a su grupo consanguíneo, y por lo tanto es su dueño, donde la mujer es subordinada a la casa, anulada en todos su derechos naturales y jurídicos, y donde los niños, procreados para reproducir el modelo paterno, para seguir la línea, son criados severamente en la vigilancia y el castigo, verbos que no gratuitamente utiliza Michel Foucault en sus estudios sobre las prisiones. Es importante focalizar este momento histórico, porque mucha de la ausencia, mucha de la invisibilidad, mucho del silencio que en siglos posteriores sufrieron los colectivos homosexuales, se gestaron aquí, Los cuadros familiares lo dicen, las casas, el arte en todas sus manifestaciones lo dicen, y si bien es cierto que desde la baja edad media la sodomía era rigurosamente castigada porque enfurecía a Dios, porque era una enfermedad contagiosa, como decía Alberto el Magno, porque era anti natura, fue aquí cuando la sodomía dejó de ser un pecado para convertirse en delito, como lo decretan las Primeras Pragmáticas contra la sodomía, promulgadas por los reyes católicos y su nieto Felipe II, El Buggery Act de 1730, de Enrique VIII, o la Constitutio Criminales Carolina, del Sacro Imperio romano germánico. A un código de Napoleón que influyó en la despenalización de la homosexualidad en muchos países, ocurrió la masacre de Amsterdan en 1730, a las primeras manifestaciones modernas del modo de vida homosexual se opusieron las sociedades puritanas y moralista, que instauradas por el estado eran las encargadas de oprimir tales aperturas a través del terror, esto trajo como consecuencia el oscurantismo de sus costumbres, la marginación de la vida homosexual, que se traslado a la periferia de las grandes ciudades, que la hizo velada, invisible.


Y si bien es cierto que comenzaron de manera tímida las luchas por la reconsideración de algunos derechos civiles, que el término sodomía fue sustituido por el de homosexualidad en 1869 por Karl María Kertbeny, y los trabajos de Krafft- Ebing, Ellis, y Freud entre otros muchos, la situaron como patología en lugar de ser un vicio o una perversión como hasta ese entonces, situación en que permaneció hasta bien entrado el siglo XX, también es cierto que el trabajo hacia la opresión ya estaba hecho, que la estandarización de una sociedad patriarcal, donde la figura del macho, del hombre viril sin ninguna fisura era el factor predominante, una sociedad que condenaba toda diversidad, que cercenaba toda diferencia antes de gestarse.


El teatro no estuvo exento de esta situación, si hubo algunas novelas que trataron el amor entre hombres, como Teleny de Wilde o el Maurice de Foster, también hubo desafueros a la manera del Marqués de Sade o las novelas libertinas de Apollinaire, sin embargo el teatro mantuvo una suerte de silencio ante este tema, cansado tal vez de tantas persecuciones clericales, a lo mejor por la situación de comodidad y esplendor de aquellos años, más interesante que las obras fue el proceso seguido a Oscar Wilde por el amor que no osa decir su nombre, o el transfuguismo de Benavente quién decía “Pide a Dios que no te deje probarlo”, vidas marcadas por la brillantez de sus carreras como dramaturgos y por el escándalo. Y hablando de escándalos, fue Las Tetas de Tiresías, una obra de Guillermo Apollinaire la que de una u otra manera vino a sacar al teatro del letargo y comodidad donde había caído, causa de polémicas, por su tono antimilitarista, por sus tintes feministas y de abierto desafío a todo lo establecido, la obra cuenta la historia de Teresa, quien insatisfecha con su vida de mujer cambia de sexo con el fin de establecer parámetros de igualdad con respecto a su consorte. La obra, adjetivada de drama satírico fue un escándalo por sus panfletos de paz en la primera guerra, por sus travestismos y por su lenguaje desenfadado y subido de tono. Sin embargo no confrontaba de manera directa el problema de la homosexualidad, como si lo confronta Jean Genet en sus obras, de manera desenfada, agresiva, brutal, Jean Genet, fue el iniciador de un estilo de representación del amor homosexual, ligado ya a las bajas esferas, a la marginalidad, al submundo, antepone el homosexual delicado, amanerado, al ladrón, al proxeneta, jugó con la imagen de estereotipo gays insertados en el inconsciente colectivo, la loquita fuerte, el marinero, el policía, el malandro, el chulo musculoso, y creó la primera Drag queen de la literatura, su célebre Divine de Santa María de las flores. Su universo es el de las cárceles como en Severa Vigilancia, donde la celda se convierte en un santuario de deseos reprimidos, de violencia y de muerte. Tenesse Williams por otra parte, ofrece una visión callada de la homosexualidad, velada, un amor que necesita esconderse como en el caso de Tom del Zoológico de Cristal, quién se pierde del hogar, algunas noches sin explicar para donde, o reprimirse, como en el caso de Brick y Skipper, de La gata sobre el tejado caliente, vislumbrada cuando escudriñamos en la verdadera naturaleza de su amistad desfogada en los partidos del rugby.


Asimismo, de la represión de la homosexualidad habla García Lorca en El Público, aunque confieso que la primera vez que leí la pieza me pregunté, ¿Qué leí yo?, por la complejidad del texto, por toda su carga surrealista porque no entendía el paso de uno a otro personaje, sus travestismos, su irrealidad, fue después de varias lecturas que vislumbré la inmensidad de la pieza, el acto de liberación que pudo significar para García Lorca escribirla, hay otras piezas del poeta que tratan de la homosexualidad y su represión, como La Bola negra y La destrucción de Sodoma, lamentablemente están piezas fueron destruidas.


Y ahora llegamos a la América latina, nosotros, esta equivocación geográfica que somos, para citar a Cabrujas, estuvimos muy influenciados por la tradición española y la cultura del Occidente, en ese sentido, copiamos modelos hasta llegar a tener una entidad propia, y como nos costó. Y si nos costó asumir nuestras diferencias, esas diferencias parecidas de las que hablaba Uslar Prieti en Mundo Nuevo, Nuevo Mundo, y que sin embargo, están allí y no necesitan explicarse, más aún nos costó teatralizar el modo de vida homosexual. Tuvimos que pasar por muchas cosas, guerras civiles, invasiones, caudillismo, golpes militares, desaparecidos, democracias representativas, pobreza, desigualdades, en fin, madurar como países, tuvimos que deslastrarnos, del machismo imperante en las mujeres, de ese patriarcado regidos por matriarcas a la manera de Úrsula Iguarán y por qué no de Bernarda Alba, para comenzar a deslizar en nuestros escenarios las vivencias del amor oscuro. Y digo amor oscuro porque en la primera obra que se estrenó en la Argentina tratando el tema de forma específica, data de 1914, es una pieza de José González Castillo titulada Los Invertidos, donde utiliza los cánones arbitrarios de la época, la homosexualidad como una lacra social que hay que suprimir, la homosexualidad como ente corruptor, la homosexualidad como manifestación del mal, como ejercicio de poder de las clases altas sobre los más desposeídos. Aunque nacido en España, Pedro Badanelli, emigró a la Argentina, es allí donde escribe El Alba sobre Sodoma estrenada en 1925, y publicada en 1969, donde hace un llamado a la tolerancia con respecto a la cuestión homosexual. En el tercer Fausto, del dramaturgo mexicano Salvador Novo, publicada en francés 1936, se recrea el mito fáustico, allí el diablo convierte a un hombre en mujer para enamorar a su mejor amigo, quien al final no le corresponde porque está enamorado del hombre que fue él, una comedia de equívocos si se quiere, pero que a pesar de su tono ligero, tuvo que esperar más de veinte años para ser publicada en español. En Venezuela, Leopoldo Ayala Michelena en su guiñol La barba no más de 1922, fue uno de los pocos que se atrevió a poner un personaje declaradamente gay en una de sus obras, si bien este era un peluquero afeminado, fuerte, como decimos ahora, un momento refrescante en la vida del protagonista, como personaje no trasciende, no aporta ni quita nada a la historia del teatro y la sexo diversidad. Sin embargo fue meritorio que el autor se haya atrevido si quiera a colocarlo en una de sus obras en un tiempo en que el silencio y la invisibilidad eran la norma.


Y he aquí las vertientes por las que ha transitado el teatro con temática homosexual en la primera mitad de siglo veinte, hasta bien entrado el siglo veinte quiero decir, y eso es lo homosexual como apología del mal, la homosexualidad como problema, y lo homosexual como objeto de burla y de desprecio.


La teatralidad homosexual como apología del mal, surge justamente con la finalidad de desacreditarla, nosotros somos los depravados, los promiscuos, los comedores de niños, los pervertidores, y es este el contexto para que se escriban obras como Los invertidos de González Castillo, donde no hay ninguna redención posible, al mal hay que exterminarlo, el mal paga con la muerte.


La teatralidad donde se plantean los problemas de la diversidad sexual surgen mucho después, en ese momento no pensaba que los homosexuales pudieran sentir, tuvieran familia, amigos, hijos, empleos, para ellos solo existía el homosexual delicado, de tipo mujeril y lo exponían y lo exponen aún como en subasta, para el escarnio público, para reír, para burlarse, digo esto a propósito de la obra de Ayala Michelena, que nos brindó un tipo que ya se manejaba en otras latitudes y que aún hoy, se pasea por los escenarios del mundo entero.


La loca frívola, la loca de lengua viperina, la loca mala, la loca arribista, la loca envidiosa, la loca showcera, la loca antipática, la loca bruta, la loca pobre, la loca triste, la loca que provoca lastima, pobrecita ella, por su vida tan dura, formaron parte del discurso homofóbico durante mucho tiempo provocando el rechazo de muchos sectores, son estereotipos utilizados por la televisión y el cine con el fin de ridiculizarnos, esa fue la imagen del homosexual que vendieron los medios, y algunos sectores teatrales lo utilizaron en sus obras para hacer reír, para comercializar, dando paso además, a otros estereotipos como la musculoca, el gay glamuroso, el metrosexual con toda su gama de ambigüedades, el paviloca, el marimalando heredados de Genet, que no muestran de manera profunda el universo homosexual, con todos sus complejos, con todas sus grandes contradicciones, sus miedos, y las decisiones de vida encerradas en los candados anti cizayas que los armarios de la sociedad les había impuesto.


En este sentido, si hubo un dramaturgo que rompió el silencio para tratar seriamente el tema de la sexo diversidad, ese fue Isaac Chocrón, quien, por primera vez lo aborda de manera clara, decidida, valiente, como en el caso de La Revolución, estrenada el 30 de julio de 1971, y que algunos teóricos han querido soslayar para centrar el tema en los confines de la política, La Revolución es la primera obra de teatro que aborda el asunto de manera descarnada, brutal, provocativa, tanto, que decir que la pieza trata de la homosexualidad simplemente, sería reducirla, pues, es el hombre y su miseria, el eje que atraviesa la obra de principio a fin. Ahora bien, Chocrón dotó a sus personajes de una agresividad, de una dureza, de una sensualidad que contrasta notablemente con todo lo que se había escrito hasta ese momento, eran hombres homosexuales hablando y moviéndose en un escenario de teatro por primera vez en el país, tan humanos, como su autor mismo. Por primera vez un personaje homosexual en el país se mujerea, habla desde su miseria, de la soledad, de su sexualidad y el deseo, y se aleja del oficio de modisto, camarero donde lo había ubicado la literatura anterior, para ser una dama de la noche. Chocrón no inventa nada y no es su pretensión, partiendo de los estereotipos establecidos autentica otros.


Luego de La Revolución hubo una especie de efervescencia por los temas de la diversidad en el teatro Venezolano, aunque no todas tenían su profundidad nos hacíamos cada vez más visibles, sobre todo a partir de los años ochenta hasta postrimerías de siglo, claro,  pero para eso tuvieron que aparecer y desaparecer imperios, guerras, la revolución juvenil, la revolución gay a partir de Stonewall, las drogas como medio social de evasión, las marcas hacen estragos en la juventud y la música tecno, aparecen los juegos electrónicos, y la teoría Queer, mientras aquí se estrenaba la versión venezolana de Los muchachos de la banda de Mart Crowley, Jav y Jos de José Simón Escalona, Todo bicho de uña de Román Chalbuad, que ya había escrito también Réquiem para un eclipse, Muerte en Venecia de Daniel Uribe, Edipo gay de Carlos Omobono,  Detrás de la avenida de Elio Palencia, Mr Juramento de Néstor Caballeo, El último Brunch de la década de David Osorio, y otros que no menciono por desconocimiento o porque no he leído, los temas de estas piezas son; el desamor, las relaciones autodestructivas de pareja, la venganza, el suicidio como manera de escape, la prostitución, explotación en el travestismo, la violencia y el SIDA, este es el marco del El último Brunch de la década, y lo es de Escrito y sellado, una de las obras más hermosas escritas por Chocrón y uno de sus últimos trabajos, Chocrón no cae en el dramatismo fácil, pese a que la sombra del SIDA se refleja en toda la pieza, lo mismo que el dolor de la perdida por el sujeto amado, la obra enfatiza más la aceptación y la sobrevivencia.


En la actualidad hay nuevos enfoques sobre la temática de la diversidad sexual, la soledad, el narcisismo, la intolerancia entre los mismos colectivos, el matrimonio, la infidelidad, la adopción, la competencia entre parejas, el miedo a la vejez y la soledad, la homofobia, la discriminación, como puede verse vidas más cercanas a la sexualidad normativa y que nos concierne a todos, aquí valdría la pena hacer referencia a Palencia, quién tiene una línea bastante respetable de obras que tratan sobre la sexodiversidad, obras como Detrás de la avenida, Arráncame la vida-Mátame mamá, La Quinta Dayana y Penitentes, por nombrar algunas, están regida por el derecho a la diferencia, la necesidad afectiva, El VIH y la soledad. El VIH, es también el tema de Bruno Mateo en su obra Ya no somos los mismos, quien pone como telón de fondo los hechos ocurridos en Caracas en 1989, año clave, porque es cuando se diagnostican en el país los primeros casos de SIDA, de este autor de delinean también temas como la intolerancia en Una historia inconclusa así como la soledad en la vejez del mundo de las trans, en Las dragas en la funeraria. Hablando de soledad, ese fue el tema de la primera obra de este servidor, el primer aporte a la lucha por la visibilidad, la obra se titula No me beses en los labios y es un canto al miedo a envejecer solos, pero también al rechazo de asumirse gay, dos personajes y dos formas de vivir la homosexualidad.  Las Aguas Negras, un trabajo teatral en tres tiempos, es mi manera de protestar contra la violencia ejercida hacia los travestis que trabajan en las calles, y que han sido víctimas de la intolerancia más infame, no es una obra fácil, es brutal, agresiva, tanto en las relaciones de los protagonistas en un conflicto común que debería hermanarlos, como la hostilización del entorno. En Bichito Raro, se cuenta la vida de Albertico, un niño con características gays, y sus amores con Papi, un jugador de beisbol, la esperanza del barrio El Caribe, así, el barrio es testigo acusador y juez de los amores de estos adolescentes, pues, Papi termina asesinado por la intolerancia de los habitantes del barrio. Hay otras piezas como Murciélagos en tu vientre, sobre la no aceptación y Misa en una capilla ardiente, sobre el SIDA y la iglesia católica, son granos, de arenas, escritos con la mayor disponibilidad, con ánimo de lucha, porque mientras un gay siga siendo maltratado en las calles, mientras un gay sea minimizado, burlado, oprimido,  siempre habrá historias que contar y dramaturgos dispuestos a escribirlas, esta lucha tiene que seguir, y como luchamos sino es escribiendo dentro de la mayor visibilidad posible, dentro de la mayor autenticidad, porque como dijo Pedro Almodóvar en Todo sobre mi madre, Uno es más autentico cuando se parece más, a lo que siempre soñó de sí mismo. Muchas gracias.

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