@cehs1957
@avencrit
Como espectador y crítico teatral cada vez que decido asistir a ver un montaje teatral, tiendo a revisar la cartelera que se asienta en los medios impresos de la ciudad; incluso, atiendo a lo que me llega por vía electrónica de lo que es un estreno, reposición o continuidad de alguna temporada. Muchas veces en ese cotejo / decisión que me hará decidir que espectar entre jueves a domingo caigo en cuanta que no todas las salas o no todo los grupos exponen sus programaciones en dichos medios. Con todo, se convierte en una aventura estar al día en saber si lo que me impulsa a ver tal o cual montaje responde a lo que debería ser un elemento fundamental: constatar si lo programado en un lapso dado es de algún autor (a) nacional. No es cuestión de girar en un fanatismo nacionalista pero realmente me resulta preocupante dejar de lado lo que ha sido el esfuerzo creativo de los dramaturgos de mi país y solo ir a ver lo es la producción dramática de autores foráneos sean estos clásicos, contemporáneos, vanguardistas, emergentes o experimentales.
Un autor venezolano o una dramaturga nacional desde cualquier ángulo que desee mirarlo, responde más a mi horizonte de expectativa como ser social de mi país que lo que pudiese ser la novedad o la continuidad de seguir mostrando sobre las tablas de esta ciudad la producción teatral suscrita por autores que en nada están conectados con mi realidad, mis problemas, los asuntos y temas que nos atañen o, sencillamente, que estén tratando de indagar cuestiones que, puedan decirnos a nuestro subconsciente que lo nuestro es tan relevante como lo ajeno. Sin pruritos y sin chauvinismo alguno, siento que la dramaturgia del patio como bien lo pudiese haber calificado una amiga investigadora tiene tantas vertientes y tantas cosas por expresar que uno como público debería ser consecuente en seguir esos textos y verificar como grupos, compañías, directores, actores y diseñadores son capaces de concretar esos imaginarios en pro de una conexión con la Venezuela del ahora, del ayer o de lo que sería asertivo comunicarle a la sociedad de este presente siglo XXI.
De lo anterior queda se abren muchas interrogantes que pueden llevar decenas de escritos y dado que el espacio es limitado, por lo menos algunas de estas cuestiones se las expongo a usted a amigo lector: ¿Cómo opera la mentalidad del productor / programador de las instituciones culturales públicas o privadas al momento de considerar lo que será la oferta escénica de cierto periodo? ¿Establece o emplea criterio que permita que se dé más realce a la autoría nacional sobre espectáculos de base autoral foránea? ¿Qué opera para que se acentúe en ciertos momentos la presencia de producciones sustentadas sobre textos nacionales donde haya justeza en cuanto a promover al autor emergente o de resaltar ciertas obras poco vistas sobre las tablas? ¿Programar lo nacional implica que la dramaturgia responda a temas álgidos o tramas de moda?
La responsabilidad de darle peso a la dramaturgia nacional debe ser una norma obligada para todo programador. Ofertar lo nuestro tras cualquier programación implica estar atento a lo que ha sido y está siendo escrito por nuestros autores y autoras, por ende, este elemento debe ser contemplado con más firmeza por los encargados de programar la oferta mensual de cada espacio teatral. Derivado de ello, quizás una consecuencia favorable sería proponerles a nuestros espectadores de temas, asuntos y contenidos nuestra dramaturgia produce y que, sin desmedro de otras escrituras, debe ser lo fundamental.
Ojala en esta ciudad se lograse articular una mesa técnica de programadores de las distintas instituciones culturales públicas con el propósito de prever una línea de fortalecimiento de la producción dramatúrgica nacional. Eso sería educar y sensibilizar a nuestro público que lo nuestro es relevante debe ser un estímulo a quienes día a día con su imaginario y su labor piensan lo venezolano para lo que lo que será la escena nacional a futuro.
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