miércoles, 28 de mayo de 2014

¿Teatro universitario hoy? Reflexiones desde el ayer

Por Carlos Herrera
@cehs1957
@avencrit


Antes de desarrollar el presente ensayo –que no aspira convertirse en diagnostico taxativo sobre el estado y condición del teatro universitario actual en Venezuela- estimo pertinente aclarar que, es saludable manejar un entendido conceptual sobre ¿Qué se entiende por teatro universitario? Ello conlleva -desde mi personal formación / apreciación como profesor universitario y crítico teatral – que el mismo es una suma de conceptos un tanto indeterminados; sin embargo, esta misma acción de superposición de unos y otros supuestos me ha permitido permear una criterio compresible dentro de la dinámica artístico creativa nacional. Incluso, desde que he asumido sus aristas así como el cotejo entre lo que se ha ido reflejando por espacio de unos veinticinco años permite que sin ir a una reflexión -nunca abisal pero tampoco superficial- entorno al mismo de las implicaciones de su dinámica, contexto de realidad socio cultural y de algunos elementos que, en apariencia barniza el rostro formativa escénico que nos expone cada vez que como espectador me he acercado a constatar en auditorios o salas teatrales el de forma y fondo que para tanto profesores, estudiantes y hasta para teatristas profesionales se proyecta como el Teatro Universitario de hoy.

Ad latere esta postura algo panorámica puede servir como pretexto para impulsar la inserción de otros alcances sobre su actual status quo, de miradas sobre su hacer de situar con cierta claridad ¿a quien está dirigido? y especialmente buscar responder ¿existe o no alguna clase de paradigma dentro de la praxis que todo grupo de teatro universitario efectúa al intentar hacerse del ejercicio de formación / conceptualización / exposición del producto artístico “no profesional” en un tiempo dado? Una y otra respuesta, son como especifique al inicio paralajes que sitúen al lector de si podría separar las castañas de las brasas que las cuecen y ayudarle a aprehender que ese manido conceptualismo que encasilla una forma / visual de lo que es el Teatro Universitario es prácticamente equivalente a otras conceptualizaciones dadas al hacer como lo sería el Teatro Popular, el Teatro Comunitario o sin ir más allá, al Teatro de Creación Colectiva: una práctica escénica que colinda casi siempre sobre las grandes cuestiones que constriñen al denominado teatro profesional en su intensa labor de accionar y crear un efecto de transformación sobre individuos y lo socia político humano de su tiempo.

EN POS DE UNA TIEMPO E HISTORIA COMÚN

Hace ya algún tiempo dentro de los distintos artículos escritos sobre esta práctica, en la Revista Tramoya (1977) algunos autores suscribieron que “los teatros universitarios en Venezuela carecen de objetivos claros y bien definidos, ya que no existen propósitos concretos de convertirlos en instrumentos capaces de formar a los futuros hombres de teatro que el país necesita”. Si bien esta posición era tajante, hay que aclarar que desde mi particular percepción un joven que se hubiese acercado a los espacios de cualquier T.U., sea en cualquier década del pasado siglo veintiuno, estaría viendo que lo que se adquiere como técnicas de formación artística y proyección hacia un supuesto de convertirse de lleno en profesional del teatro venezolano, dista de esa apreciación. Sabemos que ha pasado mucha agua bajo el puente de lo que sería válido suponer uno de los objetivos o no de estar adscrito a la plantilla de un teatro universitario hace cuarenta años a lo que hoy día supone inscribirse en las filas de este género. Lo marca un solo sentido: el actor que se forma dentro del contexto de un Teatro Universitario de un centro académico llámese U.C.V., U.L.A., U.D.O., u de otros ente de educación superior, parece comportar una búsqueda lúdica diferenciada de lo que es su formación hacia un carrera como sería derecho, arquitectura, medicina, letras o historia.

Ni siquiera hay que cortar por el sentido de visual que un joven que siga un lineamiento de formación distinto al artístico sabe o entiende que, el teatro universitario es solo un ámbito donde canalizar sus anhelos / expectativas sobre una inquietud por las tablas pero su norte es concretar una carrera universitaria y no convertirse al final de sus estudios, en teatrista profesional. Pero hasta esta percepción es controvertible; sabemos que más de un ejemplo se ha constatado de ver y comprobar que graduados en determinadas carreras clásicas dentro de la Alma Mater de reconocidas universidades han salido excelentes dramaturgos, directores y actores. Para nadie es raro saber por ejemplo que Isaac Chocrón, Ibrahim Guerra o José Gabriel Núñez – por solo nombrar tres de los más conspicuos representantes de la dramaturgia y dirección escénica venezolana – ostentan títulos en carreras que o no ejercieron o sencillamente dejaron de lado para seguir una vocación más profunda que era la del arte de Thespis.

Una cosa es que existan materias, espacios de formación en Escuelas o Facultades dentro del recinto académico que impregne al educando de herramientas más o menos v básicas entorno a lo formativo formal que se impartiría desde un Teatro Universitario. Formarse en una especie de taller teatral en paralelo a lo que es la carrera clásica no es semejante a que el joven por inclinación natural se inscriba en el seno de Teatro Universitario estable de su casa de educación superior. Menos aún, cuando ya aparecen en las currícula de ciertas Facultades la figura de Escuela de Arte con clara definición de una carrera con visos de teoría y práctica diseñada como pensada para formar cuadros profesionales con rango de aceptación formal por el llamado Consejo Nacional de Universidades. También está el hecho que el joven que forma filas en esos estudios de arte buscando derivar hacia especialidades de Promoción o Artes Escénicas no se vinculen a grupos intrafacultades o que en el mejor de los casos, se sumen a la filas del Teatro Universitario. Al final, la formación académica primara de forma coherente el horizonte de ese joven pero hay que inquirir una vez más ¿Será un amateur o un profesional al egresar y sumarse al terreno de una práctica teatral donde hay una clara mezcla de diletantismo formativo, líneas más o menos congruentes en escuelas, talleres de rango temporal específico dado por reconocidos hombre y mujeres que han hecho del teatro una vida activa como profesional? Este joven tiene la “capacidad integral que permita estimular y desarrollar su capacidad creativa” (Salomón, López, Marthan, 1974:101) o sencillamente, el joven solo considerará que la formación académica formal (medicina, derecho, química, ingeniería, etcétera) ¿primara más que su talento, su vocación y anhelo por imbuirse de lleno rompiendo años de esfuerzo formativo en una carrera clásica ganada con sangre sudor y lágrimas para egresar con un flamante título universitario u optara por quemar naves y dedicarse a lo que siempre se le manifestó como vocación natural para ir posteriormente en pos de convertirse en un teatrista sin licenciatura reconocible pero lleno del fuego / pasión que le hará saberse más profesional del arte teatral que de la carrera que lo formo?

Insisto, ya dentro de la orbita de la académico formal se han trazado carreras en distintas universidades; está la Escuela de Artes adscrita a la Faculta de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela con más de dos décadas formando más desde el plano teórico que práctico a Licenciados en Teatro en la Mención Artes Escénicas; sabemos en que Mérida (ULA) y la Universidad del Zulia (LUZ) cuentan con flamantes carreras de arte incluso, ya es tradicional saber que en otros centros académicos el teatro ha sido una directriz con cierto tenor de aglutinar voluntades y calibrar anhelos como sería la UDO o la UCAB. Y, sin embargo, sería con la presencia de estudios de nivel técnico como la Escuela “César Rengifo” en la esquina del Cuño en Caracas o Escuelas de Teatro como la “Inés Laredo” (Maracaibo), “Ramón Zapata (Valencia) o (Álvaro de Rossón) en Barquisimeto donde un joven de edades entre los 17 a los 25 años habría obtenido la posibilidad de formarse para las artes, recibiendo en contados casos reconocimientos de Técnico Superior Universitario o en su menor escala, una capacitación formativa de lo que sería lo obvio poseer sea para desarrollarse como histrión, autor, diseñador u otra disciplina emparentada con el oficio profesional.

No hay que obviar que en Caracas existió hasta hace más o menos unos cuatro años, el Instituto Universitario de Teatro que detento estudios académicos que validaban después de un espacio de cinco años una formación orientada fundamentalmente hacia los linderos de la Actuación, la Gerencia y Producción (en distintas ramas), la Dirección e incluso, la Docencia. La distancia de formación de un egresado de una universidad como la UCV o de la ULA distanciaba de lo aprendido en teoría / práctica por el cada egresado, incluso, sus perfiles de egreso eran disímiles aunque convergiesen en la práctica del quehacer dentro de la dinámica de grupos, compañías o insertos en las entrañas de instituciones públicas o privadas culturales del país. Ahora, con menos tiempo, la presencia indiscutible de la Universidad Nacional Experimental de las Artes (UNEARTE) que haciendo distingo de doctrina, directrices académicas y orientación de visión / misión, se ha convertido en un anhelado centro formativo para muchos jóvenes que sienten y anhelan formarse para el medio teatral.

Pero la piedra angular en cada una de estas realidades obliga a re pensar que la presencia del “funcionamiento de los teatros universitarios como grupos únicamente, y su integración exclusiva por estudiantes, cuya permanencia está determinada por el tiempo que duren sus estudios académicos” (Salomón, López, Marthan, 1974:101) sea siendo válida. Extrapolo de su inquietud articulista que la realidad por ellos visualizada hace ya treinta y siete años parece estar aun sobre el tapete al deslizar que el sentido / presencia / acción de lo que para ellos era lo sintomático del Teatro Universitario estaba signado porque más de las veces dependían de las direcciones de cultura, que adolecían de presupuestos estables “acorde a las necesidades y sujeta su organización y estructuración al punto de vista del director de turno”. Algo que hoy por hoy sigue haciendo mella en la realidad operativa y funcional de lo que es un Teatro Universitario. El paralaje se acentúa aun más porque si esa fue un acercamiento reflexivo a la situación del teatro universitario hoy de más de treinta años, pareciese que las sombras y las luces de un sólido y auténtico Teatro Universitario de hoy en pleno siglo XXI estuviese sujeta por los tobillos de una esencia que va más allá del vasallaje de de unas líneas rectoras formativas, de un presupuesto estable, de un plan escénico que conlleve experimentalidad tanto para los lenguajes creativos como para los modelos de formación de los directores que los conduzcan así como una tentadora capacidad de correlacionarse con la comunidad base donde están inserto ese Teatro Universitario.

¿Y AHORA QUE?

Creo entender que un joven que milita en el seno de un Teatro Universitario sea del ente académico que fuese esperaría complementar en práctica y teoría una serie de formulamientos de cambio distintos a los tradicionales –llámese materias teórico prácticas que obtengan de su carrera en Artes o vista grosso modo en los talleres de teatro de una Escuela o Facultad. Lo experimental, la ruptura de entendidos conceptúales, la búsqueda de nuevas fronteras de lo estético artístico, la validación con la formulación del stablisment teatral profesional, la captación sensibilización de un entorno de recepción disímil a lo que se confronta como realidad base de grupos reconocidos, independientes o institucionalizados, el poseer un perfil estable de sus integrantes, el disponer de sede propia para funcionar, de percibir –sin desmedro de sus alcances conceptuales o acción creativa – de presupuestos mínimos y continuos, de validarse en estrenos, temporadas, muestras, ciclos y festivales son solo uno de las líneas que debería ostentar un Teatro Universitario hoy por hoy. Coincido con lo expresado una vez por Juan Hormigón (1974) en Teatro, Realismo y Cultura de Masas cuando nos decía que: “Los hombros del T.U., que siempre habían sido la vanguardia artística e ideológica del país, fueron aquí –léase, España de mediado de los años setenta- mansos y sumisos corderos. No existían, ni existieron después. Su asistencia se limitó a figurar, a entrar en la gran farsa (…) a representar un papel ignominioso por lo falso y artificial”.

Una reflexión tan válida y actual como la que la realidad del Teatro Universitario hoy mayo de 2011 en Venezuela se pretende asumir al colocar como referente áureo, al histórico caso del Teatro Universitario sacudido desde sus cimientos en la U.C.V., al irrumpir un hombre de la talla de Nicolás Curiel; un medio de formación que rompió paradigmas, que se enriqueció de dentro hacia sus tuétanos y vomitó contra cualquier obstáculo burocrático académico y toda pretensión de mantener ecuménica de valores, teorías y formas de asumir el reto de la renovación. Hoy aun estamos atrapados por el canto glorioso de aquellos años; el teatro universitario se ha desfigurado, atomizado, desdibujado y adocenado en su efectividad de ser auténtico rotor de impulso a la renovación y a la autenticidad. El teatro universitario del actual tiempo presente es más de lo mismo pero con empaques de ostentación más que sangre oxigenada que haga de la práctica un ariete de empuje hacia los portones del nuevo siglo. Hormigón lo expresó muy dignamente en sus líneas (1974:115), “Huir de la discusión pura y pasar a la acción consciente y concreta. Olvidar por un momento las posturas ambiguas y retóricas de muchos críticos –viejos y jóvenes- (…) que parecen querer monopolizar con sus opiniones la única verdad dramatúrgica posible, pasando a investigar seria y pausadamente todas las disciplinas que coinciden en el trabajo y prácticas teatrales”.

¿CUÁL DEBERÑA SER UN AUTÉNTICO TEATRO UNIVERSITARIO?

Estamos aun digiriendo los discursos de la postmodernidad en el campo del arte y del teatro. Empero, ¿Qué es auténtico o imprescindible para capitaliza socialmente un Teatro Universitario con sólida repercusión de transformación hacia el seno de su Alma Mater e incluso, irradiar su pensamiento extra muros, es decir, que toque a la praxis de los cambios socio culturales y políticos de esta Venezuela del siglo XXI? Cuestión farragosa de enunciar y compleja de dirimir. Coincido por lo que una vez el teatrista Oswaldo Dragún expreso como una bandera del compromiso social del teatro –y, por extensión, me permito acuñarlos a la visión / misión del todo Teatro Universitario de hoy- que había que convertirse en un “defensor de un teatro comprometido con la evolución social y la justicia, es decir con el hombre”. He percibido que, ya son muchos los años que este concepto de “compromiso” y teatro por “el hombre” se ha diluido como sal en agua en el hacer de la práctica de los actuales Teatros Universitarios. Se escabulle la responsabilidad de sus actuales directivos como de los centros académicos donde estos grupos se asientan a un tono aburguesado y maniqueo de los productos gestados en el seno de estos colectivos. Se prima la congruencia de no tocar o rozar las directrices de los Consejos Académicos como si estas instancias supiesen a ciencia cierta ¿Cuál es la rectoría de un Teatro Universitario al momento de darle el place de un espacio, una temporada o de la asignación de un presupuesto justo? Por no saber cual es el meollo del asunto la senda de un teatro universitario se puede vestir de ropajes coyunturales para el beneplácito del brindis, el cotilleo con sus pares académicos, para ilustrar edulcoradas fotos y sesudos artículos en sus revistas universitarias pero nunca, nunca terminan por entender que con cada gesto de benevolencia, de miradas seculares que dicen poco pero señalan mucho a la hora de burocratizar la acción / praxis de un Teatro Universitario es condenar la realidad de acción transformadora de estos colectivos del centro a la periferia y de la periferia hacia una senda de invisibilización donde no se emane cambios, rupturas, renovaciones sino que se terminen de aburguesar en la complacencia que los interlocutores en eso que llamamos “recepción” (público y / o sociedad) no está preparada para dejarse sacudir por los fuegos de renovadores de esas prácticas universitarias.

Ya en tiempos que el debería haber más compromiso, se nota el oropel de lo superficial coyuntural en la práctica de los Teatros Universitarios de Venezuela; ya no hay el soplo del signo de lo social o lo político como bandera de cambio; los estandartes de la experimentalidad se han oxidado por el agua mansa de lo superfluo de los temas y las tramas; el mensaje se omite y se realza el florilegio de las formas; lo conceptual se atenúa por que puede ser corrosivo, crear incomodidad o atentar contra la mano que les apoya pero se estimula la creación escénica universitaria que en forma y fondo luzca cada vez más alineada a lo europeo no a lo nacional o latinoamericano socio político; se influye de forma solapada a que los discursos escénicos (producciones espectaculares) se pintarrajeen parafraseando al teórico Juan Villegas (2005: 219) de contenido verborreicos, disimuladores y “silenciadora de los sentimientos personales, represora de la sensualidad y la sexualidad y enfatizadota de lo teatral” pero adoptando ropajes sin dialéctica posible.

Un factor concomitante en algunos productos (propuestas escénicas) emanados desde la realidad del Teatro Universitario en los hasta ahora ha sido el transcurso de los presente once años de este nuevo milenio sobre las tablas de un sector de las escenas académicas caraqueñas es que sus discursos teatrales están signados por un elemento apocado de contenido, no está patentizada esa necesidad de persistir en hurgar más a fondo por un lenguajes y codificaciones experimentales, se percibe la poca capacidad de generar ruptura / adecuación de códigos y estéticas y una recurrencia de temáticas desconectadas del horizonte de expectativa de lo social político y cultural.

Para el teórico, Jorge Dubatti (2007: 162) en su reflexión sobre la práctica convivial que toda experiencia escénica debe contemplar, expone que: En su práctica el teatro instala un campo de verdades subjetivas, cuya intelección permite conocer a los sujetos que las producen, portan y transmiten”. Es así que, por extensión más de las veces son pocas las oportunidades que esta situación se concreta para la dinámica escénica universitaria. El colectivo universitario por lo general tiende no solo ser anónimo dentro de su zona de influencia sino que se magnifica al salir fuera del contexto de los espacios donde asumen su práctica; incluso, para la misma comunidad (estudiantes / profesores / personal administrativo) les es ajeno o lejano saber ¿Quiénes son? ¿Qué hacen como acción artística? ¿Qué les permite convertirse en voces culturales dentro del universo de lo académico? Más adelante este investigador (Dubatti: 2007, 175, 176) acentúa su visual sobre el aspecto de “El artista, intelectual específico” cuando expone que: “De acuerdo con los versos de Alberto Girri (Envíos, 1967) (…) la poésis es una forma de organizar la realidad, no de representarla. Nada menos. El teatro está lejos de ser, entonces, mero “museo de la representación” o “Mercantilización de la nostalgia” o “reservorio de un legado pasado” (...) El teatro sabe: tiene saberes específicos –técnicos, metafóricos, terapéuticos, sociales, políticos-, solo accesibles en términos teatrales. Los artistas teatrales poseen un pensamiento específico sobre esos saberes, hasta hoy desatendidos. Nadie considera a los teatristas intelectuales. Sin embargo, hay muchos intelectuales que no son artistas, pero no hay artista que no sea intelectual”.

Cuan asertiva son estas palabras porque para entender / aproximarse a lo que uno supone que es la juventud universitaria que se acerca a conformar un núcleo teatral académico, desde el hecho que sepan ¿Por qué están allí y no integrando un Taller Montaje de un grupo o institución teatral profesional?, les convierte en personas que buscan algo distinto o disímil a lo que a contracorriente supone el Teatro Profesional como sería el caso formativo del Taller Nacional de Teatro (TNT de la Fundación Rajatabla, o adscribirse como alumno a la Escuela “Juana Sujo” o a las filas del Laboratorio Teatral Anna Julia Rojas”. Se inscriben en los Teatros Universitarios de las Universidades y desde allí cosifican un horizonte formativo que en paralelo cubrirá los baches de ansiedad intelectual, académica o, en el mejor de los casos, artística que en su toma de consciencia saben que no ejercerán como artistas teatrales al egresar luego de cinco años de formación en tal o cual carrera. Y, sin embargo, se sabe que muchos esperan que la formación dentro de los T.U., sea distinta, abierta, incisiva, provocadora y hasta cuestionadora de los paradigmas socio culturales que les alienta al saberse parte referencial de una casa de estudios superior.

Hay algo curioso en las propuestas que se ha podido constatar en los últimos cinco años: el Teatro Universitario se ha venido apropiando de las reglas de uso de los símbolos “multimediáticos y tecnológicos” y relaciones con elementos del cine, la radio y hasta de los nuevos medios (redes sociales) que constituyen parte del tinglado de los medios globalizadores que la industrialización mediática / comunicacional le suministra año a año en sus manos. Ello parece crear un camino divergente que parece pugnar contra otra vario pinta variedad de discursos que tiende a desalinear su perspectiva del mundo o de la realidad donde cada sujeto (estudiante / actor; estudiante – dramaturgo o estudiante / director) efectúa de la dialéctica progresista con el espectador.

Incluso el actual Teatro Universitario de hoy día (2011) se nutre unas veces más otras menos, de fórmulas derivadas de lo circense así como de técnicas del clown pero no para fortalecer una carga ideológica sino para hacer de la experiencia algo externo donde la risa estalle pero no la toma de consciencia del rol de actor / director y menos aun, del ser que se sienta a constatarlos como clave abierta de comunicación donde lo tradicional esté de la mano con lo clásico y que lo moderno no este divorciado de los experimental. El teatro Universitario está en este tiempo en una especie de terapia de shock post traumático mucho después de su época de oro. Su quimera se ha desvanecido; sus capitanes guardaron las espadas y sus guerreros mejor ataviados se están olvidando ¿Cuál es su rol?

Como colofón, debo expresar sin cortapisas que no caeré en el marasmo de la insensibilidad y de me dejaré llenar del polvo de lo negativo. Todo es viable si se asume con propiedad un norte y una luz para hacer del Teatro Universitario no lo que fue en una época pretérita sino en pos de un sistema de valores que lo relegitimice, que sea más diverso, que tenga capacidad de crítica y auto crítica, que esté a la par de la academia en su búsqueda de lenguajes y signos que ayuden a comprenden lo individual como lo colectivo; que la práctica sea caracterizadora y no coyuntural. Que los grandes maestros vuelvan a su seno y los estudiantes se impregnen de una auténtica sangre de comunidad pensante y actuante, que los paradigmas sean provocadores y no imbuidos de efectos opiáceos para así transformar y no proyectar las manidas consignas.

El Teatro Universitario del actual siglo XXI deberá ser epítome de la investigación, la experimentalidad y la validación con las comunidades que lo confrontan. El teatro Universitario de hoy año 2011 de esta era sea en la UNEARTE o en el T.U., de cualquiera de nuestras universidades autónomas o que respondan al proyecto de cambio de las Universidades Experimentales deberá estar al servicio de la sociedad y no de la historia con ha minúscula. Ese será su dilema y su Némesis. Los T.U., tendrán como senda la desacralización de los supuestos y hacer del fenómeno del concepto de trabajo, generación de nuevos ideales y la búsqueda permanente de su sino histórico ese elemento que cale de forma audaz en los imaginarios de esta sociedad que clama por cambios y transformaciones hacia un mejor futuro.

REFERENCIAS

• DUBATTI, Jorge, Filosofía del Teatro I. Convivio, Experiencia, Subjetividad. 2007, Textos Básicos Editorial Atuel, Buenos Aires. Argentina
• HORMIGÓN, Juan Antonio, Teatro, Realismo y Cultura de Masas, 1974,Cuadernos para el diálogo, Ediciones de Bolsillo, Madrid, España
• TRAMOYA, Cuaderno de Teatro, Universidad Veracruzana. Abril – Junio 1977, No.:7 México.

Caracas 2011

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