Foto: Nicola Rocco |
Por Bruno Mateo
@Bruno_Mateo
La
historia transcurre en una especie de sala de tanatología para dar la sensación
de una nación muerta. En este “Macbeth”
se da una lectura distinta, lo que produce un significante que pretende
vincular una realidad, interpretada por
el director, sobre la política
contemporánea venezolana y la vida del Rey de los escoceses que gira en torno a
la ambición, el poder y la usurpación. Vínculo débil con poca sustentabilidad argumentativa y mucha impresión personalista del proceso político
nacional de Arocha.
Este montaje nos trae infinidad de elementos
que se articulan para ofrecer una visión un tanto efectista: imágenes
impactantes, ruptura total con las convenciones teatrales tradicionales,
cuerpos desnudos llenos de sangre, el
extremo acercamiento de los actores con el público son algunas
estrategias para lograr una atmósfera apabullante. No hay duda que hay una
búsqueda incesante de nuevas estéticas.
El
trabajo actoral de Juan Carlos Gardié como Macbeth es merecedor de muchos
halagos, un dominio de escena desde su primera aparición hasta la culminación
del montaje. Su interpretación es explosiva, cargado de mucha pasión. Un
verdadero acierto fue la representación de las brujas (hermanas fatídicas) por
Simona Chirinos, Dayana Carmona, Homero Chávez y Dallas Aguirrez. Por su parte,
Diana Volpe interpreta a una Lady Macbeth serpenteante.
Los
dramas de Shakespeare son tan bien elaborados en cuanto a estructura que
soportan cualquier lectura y es perfectamente válido usarlos para hacer
paralelismo con una realidad, aunque esa
realidad sea una percepción parcial.
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