Por Carlos Herrera
@cehs1957
@avencrit
En la dinámica de los distintos proyectos escénicos que se concretan por los grupos preocupados del teatro infantil es raro percibir su inclinación a tocar los llamados temas tabú. Esta clase de temas abordan situaciones, tocan asuntos sobre aspectos relacionados con las problemáticas del niño, púber o del adolescente que estén acordes a lo que bien se esgrime calladamente en el seno familiar como se sabe pero no se discute; incluso, a lo largo de los años, tópicos como el abordaje sobre el amplio abanico de lo sexual, el abandono de los progenitores, las secuelas que se genera con el divorcio de los padres, el maltrato o el desinterés por lo que son los intereses de la niña, niño o adolescente, es dejado de lado porque aun la dramaturgia nacional no tiene auténticos dolientes capaces de construir fábulas que deban ser escenificadas por grupos teatrales comprometidos y responsables que vean que las tablas no es solo cuestión de evasión o entretenimiento para el núcleo familiar a la hora de asistir a tal o cual espectáculos los fines de semana. Incluso, si el tema es áspero o difícil de explicar por el adulto al niño, ello termina por convertirse en socio cómplice para seguir manteniendo cierta clase de paradigma en cuanto a lo que, desde la escena se desea conseguir más allá de un simple momento educativo o de solaz.
El tema de tabú sociológicamente hablando, es un tipo de trama que por sus cuatro costados debe y merece contar con una dramaturgia seria como respetuosa; merece tener grupos, directores y actores capaces de saberla trabajar y exhibir sin rayar en lo superfluo o lo banal; es un tipo de teatro que en pleno s. XXI aun está en pañales aun cuando aspectos y elementos como la violencia superan con creces, parte de las tramas que más de las veces uno como espectador percibe tras algunas historias orientadas a ser aprehendidas por el niño espectador. Es preferible edulcorarlas, tergiversarlas o manipularlas desde otras perspectivas que afrontar el asunto con la seriedad que amerita. El tema tabú dentro del teatro para niños, hoy por hoy, parece exponer la ineficacia de nuestros autores y creadores de la escena como un asunto que se debe seguir postergando incluso, porque ello tampoco es lucrativo en materia de atraer de forma consciente a un espectador con capacidad de considerar que esos asuntos no le habrán de interesar. Evadir el tema tabú u relegarlo a unos pocos atrevidos es la respuesta que en estos años uno como hombre preocupado por ver un mejor teatro para niños y niñas ha ido constatando.
El pasado domingo en la sede del Teatro La Colmenita Bolivariana situada en Maripérez, la articulación de coproducción dada entre Teatro El Chichón y Producciones Cacique, nos proporcionó uno de estos temas que deberían estar siendo tocados de forma más diversificada en los teatros del país. Me refiero al estreno de "No es un juego", texto teatral de la autora Carmen Milagros Oseches Dam quien asumió con coraje "la realidad que viven a diario nuestros niños, niñas y adolescentes a causa del maltrato infantil, la incomunicación entre padres e hijos y la influencia de los vídeos en el comportamiento cotidiano". Con una puesta en escena sincera, desprolija de efectismos, con una actitud plena de contar y mostrar las reglas del teatro y con asertivo idea de los sus actores (Yuvanoska Rodríguez y César Güariman) debían conferirle al paso de las etapas de niño/púber/adolescente tenían que otorgarle a sus personajes, hizo que la dirección de Eliezer Paredes tuviese mucho que decirnos y que confrontar más allá del simple espectáculo que más de las veces uno verifica en otras salas de la capital.
Trabajo digno desde la verdad física y la articulación de que decir y cómo decirlo sea bien en lo dialógico o las acciones lúdicas por parte de los jóvenes histriones que encarnaron a personajes que sabemos existen, por la pulcritud de un montaje alejado de lo anestésico sensorial y enfocar que hay valores pedagógicos y morales que se deben construir ante el ojo del espectador, sumando la experiencia de la producción de dos colectivos que, por lo menos aspiran cambiar los desgastados paradigmas de temas y asuntos de un teatro infantil aun fuertemente tejido por los paradigmas de princesas, dragones, monstruos o, desgastados maléficos. Es un teatro consciente como necesario. ¡Ello no tiene precio!
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