El día sábado 21 de abril a las 7:00 pm., cuando Caracas estaba enmarcada por la decreciente sensación de manifestaciones sonoras de la sociedad civil tras los procesos comiciales, estaba reunido con un nutrido grupos de personas en los alrededores del estar donde está el busto de desaparecido, Carlos Giménez que da acceso a la Sala Rajatabla que alberga al grupo Fundación Rajatabla, la cual representa a una institución artístico formativa teatral que celebra en este 2013, sus 42 años de vida institucional ostentando el mérito de ser “bien de interés cultural de la nación”. El propósito era asistir a presenciar la más reciente producción teatral, Con una pequeña ayuda de mis amigos del dramaturgo, guionista y articulista venezolano Néstor Martínez Caballero (Nacido en Aragua de Barcelona en 1951; reconocido con Premios como el Premio Instituto Internacional del Teatro, Municipal, Premio Nacional de Dramaturgia 2012) y que contó con la aplicada puesta en escena por José “Pepe” Domínguez Bueno sumado al perspicaz trabajo en la producción general por William López.
Trabajo teatral que califico de atractivo para la actual generación de jóvenes porque emanó sin aspavientos una vital energía artística que supo proyectar reflexiones en forma de acciones y situaciones hiladas tras la carga de significación del texto de Caballero. Fue así que, todo el staff actoral convino la apuesta de hacerlo bien, hacerlo plausible, hacerlo con denuedo y hacerlo con energía. Tras ellos, la coherente dirección que articuló la decodificación y recodificación escénica la cual sin apelar a exageraciones dio un sentido de conexión a quien desee seguir leyendo tras lo argumental como una pieza de teatro puede o no tener vigencia para el actual momento que vive nuestra sociedad nacional. También indico que, con la concreción del montaje de Las lunas de Maisanta (2008) (recordemos que fue estrenada hacia 1983 por el propio autor) las tablas nacionales se insuflan de elementos de correlación para el público y de hilación para seguir comprendiendo que tenemos valores dramatúrgicos representados en un amplio espectro de piezas teatrales que merecen ser escenificadas, más cuando son las de un autor de la talla y dimensión como la producida por mas de treinta años (desde El rey de los araguatos (1978) hasta Las lunas de Maisanta (2008) con la cuales ha proyectado nuestros valores a lo largo del país e, incluso, hacerse patente en otras geografías latinoamericanas y europeas.
Caballero ha sido un autor que merece ser estudiado con mayor rigor por la crítica, la academia peor más que nada, ser asumido con hidalguía por grupos y directores. Este año, hemos tenido en las salas de la Gran Caracas de verificar como tres de sus obras laten han estado expresando su capacidad reflexiva, su tratamiento de lo histórico y hasta su incisivo escalpelo sobre los vericuetos de lo psicosociológico de un país como el nuestro. Caballero ha sido tenaz y sincero, ha sido y es penetrante en saber decir sin ambages cosas que otros las colocan de forma oblicua. Un dramaturgo de los grandes y esencial porque es insistente con los temas de una sociedad y de una Latinoamérica que late dispar pero con el mismo corazón de saberse no expresado a carta cabal. De hecho, es uno de lo pocos dramaturgos que es insistente con su estilo de escribir, con su faena de investigar y con ese ojo que mira los resquicios del ser social tal y como lo hacia el maestro Rodolfo Santana. Por ello, no es "jalarle bolas" al autor cuando desde estas líneas le expreso con admiración que su insistencia, su reflexividad autoral y su capacidad de manejar los temas y asuntos que nos conciernen son de urgente necesidad llevarlos más y más a los teatros y a la escena caraqueña como regional; con él no debe haber egoísmos ni reconcomios ya que ha demostrado con suficientes motivos que es un autor medular dentro de la dramaturgia venezolana desde finales de los años setenta del s. XX y buena parte actual s. XXI.
En lo personal, para el día que me tocó asistir a ver Con una pequeña ayuda de mis amigos yo, en lo físico no estaba del todo bien: varios días encerrado, sentía el cuerpo con malestar y con estado de callada ansiedad civil porque no me atrevía a retomar el quehacer de ir a ver teatro porque la inseguridad ha hecho mella en mi confianza de andar seguro por nuestras calles. Pero como dice un amigo: “¡Arriba corazones!” y opte decidir entre varias alternativas que anhelantes esperaba su público para subir telón de función. La sorpresa fue grata. Había más de tres cuartos de sala para un espectáculo que apenas estaba en su segunda semana. El saberme espectador especializado y más aun, bastante acompañado, me permitió intuir que habría un ritmo de entrega de la plantilla actoral al visualizar que existía un aforo anhelante que esperaba lo mejor de ellos. Me ubique en la primera fila del lado izquierdo cerca de la puerta de salida; desde allí tenía un cierto ángulo para ver cosas que por lo general se escapan de otros niveles. La acción de ver, de aspecto de observar, de pensar viendo me obligó a preguntarme casi de inmediato: ¿Qué estaba pasando en otros escenarios de mi urbe mientras yo contemplaba este espectáculo? Imagine o impuse alguna intuición al respecto dada lo desconcertantes de los factores que me hacían constatar que a pesar de que la ciudad aun estaba tensa, el público asiste a ver arte, que al igual que yo, había esa obligante necesidad de seguir haciendo las cosas que nos gustan y que, las tablas acá o allá sigue imperando la imaginación que se potencia sobre la majestad de decenas de textos que, la creatividad sigue sus sendas y que tanto actores, directores, diseñadores y técnicos de forma callada están haciendo patria.
¡Ah, el teatro!, arte que sigue siendo laborioso territorio para que muchos colectivos artísticos y humanos nos y me haga siendo partícipe de esa seguridad que sigo siendo animal de teatro. Un ser que anhela asombrarse, que persigue oír cosas que lo sacudan, que le urge colocarse en lugar tranquilo pero no privilegiado para ser sorprendido con la palabra, las imágenes y el poder de la transformación crítica.
En fin, saber que lo mío es teatro y que hacer la rutina de ser ciudadano y crítico debe proseguir sus rituales. Pues con todo y el malestar y la incomodidad que tenía, con la inquietud de contexto sociopolítico que sacudía a mi país y compartiendo conversaciones previas con amigos y conocidos que también buscaban sentirse espectadores, estaba con ellos en esa extraordinaria caja de sueños que sigue siendo Rajatabla.
En ese rectángulo experimental (de los pocos que hay en esta Caracas) nos propuso apenas se cruza el umbral estar seguro que uno deberá estar muy pero muy atento a ¿Cómo estará dispuesto el espacio? a ¿Qué clase de riesgo de desentrañamiento de texto tendré la oportunidad de cotejar? y, sobre todo, ¿Seguiría ofreciéndome un algo que variase mi estado inicial de recepción como espectador? Se que entre a sabiendas que lo que allí vería desarrollarse – que me agradase o no – le diría un algo muy sutil a mi subjetividad. Y vaya que si lo logró. Me hizo dispararme preguntas e inquietudes distintas a que llevaba antes de decidirme a ver esa propuesta y no otras; esto en comparación a lo que hace muchos años cuando era más joven lleve a una sala y las puse en confrontación de la vez primera que vía ese texto de Caballero. Pues bien, insisto, ¡Si, valió la pena!
El hecho que, en casi hora con cuarenta minutos de expectación ofrecido por Rajatabla me hizo olvidar mis dolencias, mis ansiedades y me hizo retomar lo que valoro en un teatro: la dignidad para hacer las cosas. Y no con ello coloco un marbete de bueno o malo a lo receptado sino que tras esas dos palabras está un trabajo, una entrega, un esfuerzo, una idea de lo que se debe decir y eso es razón suficiente para otorgarles mi aplauso final a todos, sin excepción.
Con una pequeña ayuda de mis amigos valió el esfuerzo personal. Me sentí grato, me atrapó lo que observe, me hizo sentir que estaba en un espacio tipo túnel del tiempo el cual desde la banda sonora hasta ciertos aspectos que me tocaban como joven de aquel tiempo, se hizo mucho más incisivo. Son cincuenta y seis años de vida pero con esta pieza vista con más “sabiduría” de vida, con más experiencia de vida y con algo más que sentirme ya un adulto volvía a emerger interrogantes que creía olvidadas; empezaron a brotar y converger en ese tiempo del ver y del pensar, del recuerdo y la reflexión que estaba ante una situación dramática que no solo me hablaba de un grupo de personajes que se sienten que han traicionado sus ideales y hasta quizás, con la intención de colocar el elemento temático por parte de Caballero a lo que es el fracaso de los sueños.
Un todo que se hiló como teatro (y que mezclada a mi expectación) hacía que la formulación de tesis frisada por Caballero de que hay que perseguir los anhelos, de romper con las conformidades, de desencajar las rutinas y hasta de subvertir los miedos se afloraban como algo tangible en este 2013. Que lo que allí como canto dramático tenía cosas actuales aun vigentes. Que la escena tenía cosas para decirme y para decirle a un grupo de espectadores que, por razones disímiles, convergimos esa noche: que aflore un cambio posible pero sin miedo. Todo esto me hizo estar como espectador atento, como ciudadano alerta, como ser social pendiente y como público que tenía que apoltronarse en la comodidad de la butaca ni menos aun, rendirse sumisamente ante las imágenes que se le ofrecían o complacerle sino tomarlas, masticarlas y asimilarlas dialécticamente porque al salir a eso que, llamamos “realidad” (para unos, social, para otros económica ideológica y quizás para muchos otros, política o, lo que usted desee) esta le escupirá el rostro sin que usted lo note, le pateara el trasero aunque no lo desee y le hurgará la consciencia de modo ya que la vida si bien no es un teatro -y menos a la inversa- a veces se tocan, a veces no hace un guiño escalofriante y ello debe ser lo que lo que llamamos teatro, por lo menos debe ofrecerle a quien se siente atraído a verlo.
Podría decir que no es la mejor puesta en escena lograda por Pepe Domínguez para Con una pequeña ayuda de mis amigos pero la valoro por su frescura y elemento de desparpajo donde una planta actoral con tino conformada por Gerardo Luongo como el personaje Gilberto, lució adentrado en saber emplear cada hilo de tensión que demandaba su personaje, empleó con sabiduría cuerpo, voz e impostación, Luongo sabía que el espacio tenía que emplearse con agudeza y así lo hizo porque su dilatada experiencia como histrión le permitía valorar el termómetro tanto de ritmo como de resolución de reacción tanto lo que demandaba el actor consigo mismo como con el personaje; a Dora Farías (como Zulay), empoderada de una sincera ductilidad porque supo encarnar los pormenores de una composición que tenía altas, bajas y sutilezas nada fáciles de aprehender; su mirada y cuerpo supieron colocar tensiones, dar giros a cada sutileza de sus parlamentos y, sobre todo, manejarse con fluidez sobre el espacio demarcado para sus acciones.
Ángel Pájaro (en su rol de Álvaro) un actor que crece cada vez más sobre la tablas. En él hay buena escuela, juiciosa como asimilado conocimiento de lo que la técnica es arma para un actor; su apego a la búsqueda eficiente de un hálito orgánico le hizo estar a lo largo de la representación fuese centrado, cauto como vigilante, a fin que cada matiz de acción tuviese desde su persona de artista la más oportuna respuesta.
José Luís Bolívar (asumiendo al personaje de Gilberto Joven) y Weidry Meléndez (como Zulay Joven) estuvieron justos pero creo que la dirección debió marcarlos más, es decir, que hubiese ese reflejo de lo que exponían los personajes que eran ellos mismos pero, de más edad, si la capacidad individual de estos dos promesas histriónicas hubiesen demarcado una línea de convergencia con el mundo interior de sus papeles las respuesta quizás -¡Ojo!, que es solo mi apreciación subjetiva como una simple lectura alo dado por ellos) le hubiese permitido crear una conexión más orgánica con lo que sería dado por los trabajos de Luongo / Gerónimo – Farías / Zulay, hubo en ellos fuerza y crispación en momentos claves de sus situaciones personales pero llevarlas al mundo interior era otra cosa; aun pueden reflexionar sobre las tablas cada parlamento y cada acción y muy probablemente, crezcan con el pasar de otras funciones; estoy convencido que lo lograrán.
Para el caso del trabajo de Eliana Terán la observé aplicada, comedida y aplomada en casi todo el trabajo. Es una actriz que debe revisar aspectos técnicos con la voz la cual aun no tiene muchos matices. Su soltura es fresca y tiene muy buenos momentos. Si se apega a concentrase mucho más, logrará darme buena base a su composición. Para Jean Franco De Marchi en su caracterización de el Tigre debo decir que debe no caer en la rigidez de un personaje mental; siento que hay potencia en él para decir pero no me convence la actitud escénica. Debe ser ambiguo en su debilidad pero claro en su acción / reacción física y ello queda sesgado por la técnica que emplea. Más claridad en lo orgánico cuando escenifique escenas claves con su amigo Saturno e, incluso, cuando se expone como símbolo de una época; actor con capacidad de crecer si sabe administrar donde si esto y donde no aquello, en especial lo gestual. Para lo visto del trabajo de Vicente Bermúdez (como Saturno) pues desde mi visual es que debe haber más compromiso interno; su situación de creencias y de sensibilidad homoerótica no termina de estar tener un asidero fiel a lo que dice. Hay energía, explosividad, ganas pero debe saberlas aplicar en función de compactar lenguaje corporal como gestual que, a veces fue externa, a veces, desigual, a veces capta pero, en términos globales, debe profundizarlo aun más. Actor que puede responder con rigor a su papel si sabe entender que no solo es cuestión de moverse y decir cosas sobre las tablas sino proyectar algo que sacuda al espectador.
Finalmente, Jhonny Torres (Coro) estuvo dentro de canon delineado por la dirección de Domínguez que junto a los actores y actrices del Taller Nacional de Teatro (TNT) están conformando las nuevas camadas de la actuación para el colectivo Rajatabla como para el país teatral. Hubo en ellos buena sintonía con lo que deseaban hacer desde lo coreográfico hasta los pequeños bocadillos. Es gente joven con ganas. Con una pequeña ayuda de mis amigos contó con la iluminación asertiva de David Blanco, creando los cambios de atmósfera requeridos; un diseño discreto pero ágil para la propuesta de escenificación de esta obra por parte de Silvia Inés Vallejo, el aspecto coreográfico a tono para el grupo actoral realizado por José Lugo y mencionaré aportes dado al todo visual de esta producción como lo des los murales de Andy Warhol intervenidos por Silvia Inés Vallejo, la fotografía y diseño digital de Mariana Caño y pintado por Oriehely Brizuela; aparte del diseño de vestuario de Rufino Dorta para reconstruir una época donde la paz, el amor, y la inconformidad eran banderas de una generación. En igual consonancia, el elemento de banda sonora a cargo de Eduardo Bolívar para componer una retrospectiva sonora clave.
Con una pequeña ayuda de mis amigos cerró su primera temporada este año en la Sala Rajatabla sin embargo, se espera que a través de los acuerdos que logre mantener con la Fundación para la Cultura y la Artes (Fundarte) de la Alcaldía de Caracas, este espectáculo logré estar en un segundo aire de movilidad y llegar a otros espacios y espectadores en esta amada ciudad nuestra.
Carlos E. Herrera
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