Ignacio Márquez en El hombre almohada |
Por Bruno mateo
@bruno_mateo@avencrit
Desde el 24 de abril de 2015 se
está llevando a escena en la Caja de Fósforos en Bello Monte la pieza EL HOMBRE
ALMOHADA (The pillow man) (2003) del dramaturgo inglés Martin Mcdonagh (1970),
traducida al español por Fernando Azpurua bajo la dirección y puesta en escena de
Ricardo Nortier, con las actuaciones de Carlos Arráiz, Ignacio Márquez, Agustín
Segnini y del mismo Nortier, producción del Circuito Cenica y La Caja de
Fósforos.
Texto dramático que se inscribe dentro del Teatro de
la crueldad y que fue galardonado en 2004 por el Círculo de críticos de Nueva
York como Mejor obra extranjera,
asimismo acreedor del Tony 2005 al mejor
texto teatral, nos muestra a un escritor que es detenido por la policía por escribir historias en donde los niños son asesinados
y que luego se vuelven realidad gracias a su hermano con problemas mentales en
un Estado totalitario. El discurso mezcla la narración con la teatralización.
La pieza es muy efectista en cuanto a los diálogos, con unas acciones que se
van hilvanando hasta llegar a la
resolución del conflicto (el asesinato del protagonista). En lo particular, la
dramaturgia de McDonagh coloca escenas
contundentes que me vinculan con emociones de repulsión por la manera que es
tratado el reo por la policía, sin embargo, no he podido ir más allá de esta
sensación ya que el texto en sí mismo no me hace conexión con otras
situaciones.
En cuanto a las interpretaciones
puedo decir que estuvieron acordes con las características de cada personaje,
destaco las interpretaciones de Carlos Arráiz e Ignacio Márquez, quienes
imprimieron en sus trabajos una dinámica vinculada con las situaciones
textuales durante las casi dos horas que
dura el montaje, asimismo, lograron transformarse en escena en dos personas de carne
y huesos, alejándose de la creación literaria.
La puesta en escena de EL HOMBRE
ALMOHADA es concisa en donde todos los
elementos, incluyendo el televisivo, juega un papel clave para la recreación
cruel de la historia. La iluminación ambienta ese espacio de reclusión, de
sometimiento y de clausura. Un montaje claro para los espectadores.
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