lunes, 15 de septiembre de 2014

Apuntes para pensar

Por Carlos Herrera
@cehs1957
@avencrit

 I
 Como espectador y crítico teatral elevo a las instituciones culturales (públicas y privadas) que programan producciones escénicas venezolanas; a grupos y compañías teatrales del país; a los directores y dramaturgos que asumen los retos de montar obras de autores venezolanas o sus propios textos.

 La Venezuela del 2014 requiere oir con audacia y sin remilgos, las voces de todos ellos porque cada autor propone una perspectiva o un entendido que nos revela, que nos identifica y nos posiciona en tiempo y espacio.

 Los nombres más connotados junto a las nuevas rúbricas de los dramaturgo que irrumpen con sus reflexiones sobre el oficio  o con sus escritos dramaticos pincelan a nuestra sociedad, a las inquietudes que nos tocan o los anhelos que nos tratan de unificar cuando el desconcierto o los avatares tratan de generar ausencias de horizontes.

 En cada escena, en casa sala, en cada espacio no convencional debe existir con pleno orgullo el nombre de una obra venezolana.

 Este hermoso país tiene una vastedad de autores y un miríada de piezas que esperan sean escenificados.

 Es solo voluntad de sabernos mirarnos y dar el si por la dramaturgia del patio.

 II

 A los actores, a los productores de grupo e independientes y  ?por qué no?, hasta los diseñadores les exhorto a que se animen a colocar un dato importante en los programas de mano: la fecha de estreno cada obra de autoría nacional; dejar clara la fecha de su temporada y no obviar el año cuando dicha obra fue escrita y/o escenificada.

 Ello servirá a que, en el futuro, la investigación y la memoria de su hacer sea rescatable. Somos una nación que aun está marcada por el sello del olvido. Hay que hacer fuerte la memoria.

 El teatro es creación inmaterial cuando se escenifica por ende, hay que preservar sus huellas y que el legado de cada autor, cada artista este claro. El futuro de arte escénico lo demanda; sepamos obrar.

 III

 Si vamos al teatro, dejemos que la palabra y la acción nos sacuda y nos sorprenda; dejemos de lado, por una hora o algo más, la parafernalia tecnológica que nos acompaña (celulares, grabadoras, Ipods, tabletas, cámaras) y otorguenle al sentido de la recepción, esos hermosos minutos sin que los artilugios de la modernidad nos impongan una demanda distinta que no sea el gozo y la maravilla que ante nuestros ojos y oídos se develan.

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