miércoles, 12 de febrero de 2014

Entre sacos de arena y oraciones

Foto cortesía de: Williams Marrero.

400 Sacos de arena se titula la más reciente pieza teatral escrita y dirigida por Luigi Sciamanna que pertenece a un tríptico en el que ha estado trabajando el dramaturgo, actor y director en los últimos años sobre la relación poder-arte y cómo el primero, a través de la historia, siempre ha intentado reprimir, acabar y silenciar al segundo como vehículo eficaz de expresión del ser humano.
El espectáculo de Sciamanna, resulta en su conjunto un derroche de excelente producción y pulcra puesta en escena, pero con desniveles en actuaciones y debilidades en la dramaturgia.
La anécdota cuenta el hecho histórico ocurrido en la Italia de los años de la segunda guerra mundial, cuando la población de Milán fue azotada por los bombardeos. Un militar llega a un convento del mencionado lugar para advertir a las monjas que lo habitan el hecho que ocurrirá en 24 horas y la urgencia de abandonar el sitio. Lo particular es que en el sótano de dicho convento se encuentra una de las obras de artes más impactantes del renacimiento: La última cena de Da Vinci, a la que las religiosas deben proteger para que no sufra los embates del bombardeo.
En medio de este conflicto central de la pieza, se desarrolla una sub-trama entre el militar (Martin Peyrou) y una de las hermanas (Mariaca Semprún) quienes se enamoran, e incluso pasan a mayores consumando ese enamoramiento fugaz, bajo la protección y anuencia de la Madre Superiora (Elba Escobar) sin embargo es aquí donde sentimos los cabos de la dramaturgia quedan sueltos, pues esta pasión se resuelve sin ningún obstáculo a la vista del público y lo que es peor con el consentimiento de todo el clan de religiosas. Siendo éstas unas “monjas de clausura” como lo aclaran al principio de la pieza, es extraño que reciban con tanta ligereza y fogosidad a un hombre extraño y de las características de este soldado (hombre musculoso y muy bien formado) y no exista ningún prurito ni impedimento para que el amor se consuma.
Sciamanna logra amarrar de manera eficaz su conflicto central (el poder destruyendo el arte) hasta llegar al final de la historia cuando vemos luego del bombardeo que la obra en cuestión protegida por las religiosa logra salvarse.
No cabe duda que el mayor logro “efectista” del director es recrear a través de sonido el bombardeo al convento, uno de los mejores momentos de este espectáculo, sumado a la creación de la atmósfera de clausura y recogimiento que puede existir dentro de un convento de este estilo.
Otra de los aciertos es la dirección músico-coral de la maestra Isabel Palacios (también actriz del montaje) junto a la Cameratta Barroca de Caracas, que refuerzan el clima necesario para un montaje de este tipo.
Sentimos que Sciamanna en su afán por intentar que el público caraqueño vuelva a apreciar verdadero teatro de arte se suma un punto a su favor como lo hizo con sus dos anteriores título: La novia del gigante y El gigante de mármol; pero es menester señalar que siempre el cuidado en la síntesis textual y de representación contribuye a ganar más adeptos al espectáculo teatral en tanto el público de hoy en día no se encuentra preparado para distender su atención a casi tres horas de espectáculo.
El lenguaje teatral además de entretener, debe plantear conflictos que mantengan al público atento pegado de sus asientos y en donde los personajes tengan la necesidad de accionar para resolver los mismos. En 400 Sacos de arena, éstos lucen débiles, lo que hace que el espectador se siente a disfrutar más de una misa teatralizada y de una estética escénica que lo ubique en un claustro de hermanas para observar su cotidianidad.

Luis Alberto Rosas.
Caracas, 12 febrero de 2014.
@rosasla

  

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