lunes, 2 de diciembre de 2013

Simón


Por Juan Martins

Simón,  de Isaac Chocrón ha sido presentada por la «Federación Argentina de Cooperativas de Trabajadores Autogestionados (Facta)» en coproducción con «Bauem Cop.» y la dirección de Marcelo Mangone en el marco del 31 Festival de Teatro de Occidente como un espectáculo rico en el componente actoral. La tarea entonces para este grupo argentino —a saber por lo que ellos mismos anunciaron en el Foro Crítico del festival— tiene un compromiso social relevante en sus objetivos. Destacar este hecho es elemental ante la premisa estética que finalmente vimos representada y en el que hacen énfasis en su discurso como visión política y social la cual los reúne. Bien, sin embargo, quiero pensar que también son una agrupación artística. Acudimos a su representación por el hecho artístico y ante la experiencia de lo escenificado. Y es justo en ese momento cuando reproduzco la comprensión de la obra y la medida de su significación. Es decir, para mí como espectador es el instante del espacio escénico lo que consolida el discurso de esa poética y no su enunciado retórico (entiéndase por retórico la relación enunciativa del discurso —lo político y social de éste— por quien lo declara). Lo sabemos. Pero veamos una perspectiva de esta visión crítica (es sólo un punto de vista crítico y modesto, no la crítica en sí), si en toda obra se producen signos, tenemos así la representación de una estructura: la codificación de signos al instante de esta representación. Se contiene de lenguaje. Y allí, quiérase o no, están presentes tres formalidades del discurso: lo paradigmático, sintagmático y semántico donde lo fluido de sus relaciones produce el discurso en el que puede sobrevenir un nivel sobre el otro, en este caso, el pragmático: el hecho épico de un personaje para todos conocidos como lo son «Simón Rodríguez» y  «Simón Bolívar». El diálogo, la síntesis de la representación es el orden social y político del discurso y el resto de ese discurso no puede exhibirse por separado la funcionalidad de los signos entre sí: el vestuario, la música, el gesto, aun el movimiento de los actores. Todo signa, produce significado. Estamos claro los espectadores venezolanos de una obra como ésta en nuestro contexto. Su referente político o el hecho histórico de sus personajes adquieren niveles retóricos hartamente conocidos. Digo esto porque si el componente actoral exhibido sostiene el equilibrio ante el espectador entre lo estético y lo histórico. Si no estaríamos ante un panfleto aburrido como alienante. En cambio, para nuestro placer, nos encontramos con muy buenas actuaciones contenidas de ritmo, impulso y dinámica la cual nos introdujo en la realidad de lo escenificado. A mi modo de entenderlo, la actuación ha sido orgánica, cuya energía se organiza sobre la puesta en escena y se precisa en la estructura del relato teatral, mejor dicho, sobre la sintaxis del relato teatral. La palabra escrita adquiere corporeidad. Este relato (el cual le es inexorable su visión histórica y narrativa de su autor para el momento de la escritura) se compone a partir de los actores, su representación, o sea, transcripción de significados en la acción del actor. Esto viene de la (de)codificación hecha por el director para establecer la relación de signos verbales y no/verbales a fin de esa representación. Y de esa traducción de códigos quedan definidos los de la actuación. Por eso «rescata» de cualquier discurso político la corporeidad escénica de los actores. Si tenemos claro el lugar de esta dramaturgia, es de saber también que lo que interesa para su representación es la capacidad de sus actores Carlos González en el rol de «Simón Bolívar» y Fernando Martín en el de «Simón Rodríguez» respectivamente. Ambos estructuran, se organizaron para mantener sus niveles interpretativos hasta alcanzar el entusiasmo del público. Nada fácil cuando se tiene de pretexto la historia. Ya el público reconoce el significante «Simón» o cómo adquiere esa alteridad en el signo teatral. Por sí sólo no funciona, hay que traducirlo, que ficcionarlo. He dicho en otros momentos del proceso de transducción que se lleva a cabo del texto dramático para su final representación. Este traslado de signos se expresa en la actuación, en la síntesis de ese proceso que se me exhibe, como decía, orgánica, sentida y de corporeidad por ambos actores, incluso, el actor/músico quien adquiere un sentido de imagen en la puesta en escena. Lo cual permite un nivel emotivo con el público. Primero por lo que representa a«Beethoven», signando la época y el sentimiento romántico del momento histórico y, por otra parte, el sentido de las sensaciones que nos trasmite ese personaje sobre el espacio escénico, subrayando la imagen, la emoción y el pensamiento de tal contexto. Este rol del músico en escena fue hecho por Sergio Milman. Las actuaciones, en otro nivel del espacio escénico, recurren a la acción, al ritmo, a la buena interpretación del texto dramático, el sentido organizado del desplazamiento en el poco espacio escénico definido y el uso o proyección de la voz con energía o sentido corporal de la escena. Tal ritmo nos coloca en el disfrute y el placer obtenido.

Creo que en esa síntesis le mejoraría no colocar a «Beethoven» al centro del escenario. Le otorgó una carga semántica innecesaria la cual le resta a las actuaciones respectivas. Todo en el escenario signa, por ello, el cuidado de los signos y su representación. Desde luego el uso de la música en vivo concede un nivel emotivo importante sobre el público, pero hay que —insisto, es un punto de vista— reducir su exhibición física de ese sonido, dejando su presencia en el marco del signo auditivo. Tal reducción confiere mayor fuerza interpretativa. Empero esto se verá modificar de acuerdo con la relación que se adquiere con el público. El público es parte de esa representación y éste interpreta la presencia del músico de manera diferencial. Sin embargo mi sugerencia está dirigida a reducir el espacio al mayor nivel posible, puesto que trato de argumentar lo que he dicho públicamente: el nivel del formación del actor argentino es de alto perfil, lo cual forma ya una tradición dentro del teatro latinoamericano. Excelente espectáculo, donde el actor es el partícipe de la acción dramática.

31 Festival de Teatro de Occidente/Guanare,  nov. de 2013/Avencrit

 


 

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