martes, 3 de diciembre de 2013

Ciane/Hamlet


 
 
Por Carlos Herrera
@cehs1957
 
Al confrontar una obra clásica supone que tendremos ideas previas
antes de entrar a la sala. Algunas giran sobre la capacidad del grupo
de asumir el reto de serle fiel al texto; otra, relativa al tipo de
búsqueda respecto al tema cuando el colectivo decide encarar si ese
drama, comedia o tragedia (las más usuales) responde a expresarle una
reflexión que esté en consonancia al tiempo moderno, es decir, que el
asunto dramático esté vigente para la expectativa de una sociedad su
público a fin que sea capaz de hilar fino y percibir ese mensaje
inscrito por un determinado autor que, en su tiempo si sabía
conectarse con el espectador de su época. Otras incidencias giran
sobre que clase de preparación técnica, estética o artística maneja un
director y los miembros de su grupo a la hora de proponerse tomar el
clásico con un fin determinado que rompa con los cánones que estatizan
lo particular de una obra harto estudiada y quizás hasta colocada en
un sitial áureo que imposibilite generar lectura alternativas sobre lo
que tocaba su trama como tratamiento filosófico.

Asumir el teatro clásico que va de la producción de los grandes
griegos pasando por piezas del barroco español o, incluso, clásicos de
la producción dramática de un país supone que el producto escénico
disparará para algunos loas y para otros, denigraciones. Para lo
primeros si el director / grupo comprendió las normas y leyes que
deben regir la estaticidad del clásico a fin de no desvirtuarlo o
propender a desfigurarlos; para otros, que el clásico es mucho más que
eso y debe servir como arcilla moldeable para expresar nuevos giros a
lo que implica y/o supone es lo sacrosanto del texto / autor, por
ende, la denigración del trabajo escénico nunca soportará una
recepción flexible y menos aun comprensiva de lo que debe establecer
un artista de la escena respecto a la férula del como representar en
este aquí y ahora, cualquier obra de la producción textual calificada
como teatro clásico.

En este 2013 dentro de la dinámica de la escena teatral caraqueña
hemos constatado como el teatro clásico parece ser esa arcilla
moldeable que tiene un fin deslastrado del corsé de la mirada
ortodoxa. Un ejemplo, es que nos propone el Centro de Investigación
Artística Nueva Escena (CIANE)
con su propuesta del Hamlet del
isabelino William Shakespeare en la Sala Rajatabla.

Trabajo espectacular, montaje desapegado de la idea ortodoxa del cómo encarar
un texto que tiene sus formas y exigencias para concretarlo de una
forma que sea correcto. Pero acá vimos audacia porque buscó conectarlo
como discurso autónomo donde el manejo de la unidad dramática se
articulo con elementos no verbales coreográficos sustentados en
técnicas corporales (cuasi circense) con técnicas de zanquería
–propias del teatro de calle- y en la proyección de ruptura a la
italiana desde un ritmo pleno de vitalidad juvenil y sobre todo de
estableciendo una recodificación de lo que el espectador maneja como
comprensión de Hamlet tradicional.

La propuesta dirigida por Soraya Orta y producida por Peggy Bruzual ha dado que hablar para quienes la confrontaron ya que hay aspectos que generaron gustos y  aprehensiones.

Mucha energía de los actores y actrices que decidieron sumarse a
este proyecto de CIANE. La dualidad de papel protagónico encarada por
Martín Astudillo y Oliver Jaramillo fue sincrética aunque no se esté
nos indica la imagen paradigmática de este personaje. David Abad y
Yurahy Castro como debieron ir más a fondo con sus papeles; Scarlett
Jaimes
y Jota Leal en situación y con brillo específico; Pedro Pineda
con peso escénico.

Trabajo comprometido, dinámico y obsesivo en crear
ruptura a la formalidad de un Hamlet intocable, sin embargo entre
gustos y apegados a una propuesta adusta y circunspecta CIANE expresó
una idea artística autosuficiente para afirmarse que buscaban riesgo y
quiebre. Desde mi visual, ¡lo lograron!
 
 

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