Por Carlos Herrera
@cehs1957
@cehs1957
Dentro
del marco de la XXXI primera edición del Festival de Teatro de Occidente en la
ciudad de Guanare (estado Portuguesa) tuve la suerte de espectar el montaje
Simón escrita por uno de los dramaturgos del s. XX como lo fue Isaac Chocrón
(1930-2011) novelista y ensayista, autor cuya producción teatral cuenta con un
legado de piezas tras las cuales el lector puede verificar a un afinado en su
singular estilo de la teatralidad, poseedor de una eficacia con el manejo del
lenguaje y por haber desarrollado una exploración temática específica que
gravitó en lo personal sin dejar de lado una profunda inflexión sobre la
realidad del país; todo ello permitió ser catalogado como representante del
“realismo subjetivo” en Venezuela.
Chocrón
y su pieza Simón (1983) ganan la atención de la Federación Argentina de
Cooperativas de Trabajadores Autogestionados (Facta) en coproducción con Bauem
Cop –luego de la recomendación–dada por Juan Carlos Gené a estos sobre esta
pieza y articularon una producción teatral que, sin lugar a dudas, enaltece con
calidad, sensibilidad y regio manejo de la sintaxis dramática chocroniana el
asunto de un teatro histórico que rara vez fue centro de atención de nuestro
hoy desaparecido autor.
La
obra es esa clase de pieza que no cae en la reconstrucción in extremis a la
exactitud histórica, sino que apela al imaginario de lo que pudieron ser los
nexos de amistad entre el joven Bolívar tras la muerte de su esposa (María
Teresa del Toro) y va tejiendo los encuentros del futuro Libertador con su
tutor, Simón Rodríguez, en la ciudad de París cuando el primero era un dandy y sus
ideas sobre la emancipación apenas eran una luz germinal en su corazón. Pieza
que apela a hilar sobre los nexos de afecto como la influencia del mentor
intelectual ilustrado con ideas de Rosseau en momentos cuando se daba el
ascenso de Bonaparte como emperador. Desde el cruce de ideas hasta el choque
amoroso de opiniones empezaba a ser urdimbre para crear el análisis que
derivaría en inflexión del Juramento del Monte Sacro donde un Bolívar preclaro
comprendía cuál debería ser su propósito como hombre, pensador y finalmente,
como patriota que buscaría romper con el yugo español.
Simón
se me evidenció como una propuesta donde la palabra correcta no es fiel a lo
que se desea expresar, sino que me induce a calificarla de contundente por
densificar con credibilidad su respeto al texto chocroniano, la dirección dada
por Marcelo Mangone fue sintáctica, el espacio justo, la planta de movimientos
precisa, una cónsona atmósfera que le aportó el diseño de Miguel Solowej para
la iluminación, el atavió de vestuario (diseñado por Nené Murúa) con firme
estudio de época –pero con cierta infidelidad al famoso sombrero “Bolívar” con
el cual el joven Simón generó un sacudimiento a la moda parisina en aquellos
años iniciales del s. XIX –pero cuya unidad es sobria y a la vez elegante se
sumó a la síntesis de Carlos Di Pasquo en la escenografía y la composición
musical de Luis Sticco sobre la partitura original de L. V. Beethoven dieron
pues, la argamasa para una unidad teatral.
Las
actuaciones fueron compenetradas, perspicaces y llenas de filigranas por la
capacidad técnica de Fernando Martín (Simón Rodríguez) y Carlos González (Simón
Bolívar) al crear una fusión de sutilezas y matices en esa relación de amistad
entre ambos personajes y que permitió el sincero aplauso del público. Simón fue
exhibido en la Casa del Artista los días 22 y 23 y supe de quienes lograron
cotejarlo, que fue una propuesta emotiva como digna
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