Por Juan Martins
La Compañía
Regional de Teatro de Portuguesa y el Teatro Estable de Portuguesa
nos presentan Araure escrita en versión libre por Aníbal Grunn y
dirigida por Carlos Arroyo en el marco del 31 Festival de Occidente, nos
exhibe el carácter épico en el que lo axial cumple su estructura con lo
pedagógico, su relación entonces con el espectador se compromete con su
registro histórico: el contexto con una fase de nuestra historia, fase por lo
demás apegada a las causas románticas del proceso de independencia de la
Venezuela decimonónica. Este estadio histórico requiere de responsabilidad con
el discurso. Es la opción cuando se asume la representación de la historia.
Como en toda representación, el componente pragmático del lenguaje debe ser
cuidado, es decir, la dependencia del signo con la sociedad, su estrecha
relación con esos aspectos históricos sociales, por muchos conocidos, en una
Venezuela cuya pasión por dichos acontecimientos arroja a propios y extraños a
la interpretación del discurso de lo representado. Podemos trastear en
ese intento. La caída sería dura, puesto que lo épico subraya el aspecto
político sobre un tejido polarizado como el nuestro, sin embargo, Carlos Arroyo
en su dirección asume este riesgo en función de aquél perfil épico de la
historia: la batalla de Araure es configurada en el espectáculo por medio de
grupos de representación (músicos, actores y bailarines) simétricamente
encontrados para subrayar los elementos de oposición que estructuran el
conflicto. La guerra de la independencia puesta al margen de la interpretación
conceptual de la historia (la lectura retórica de los sucesos) a modo de
hacerla doméstica y divertida al público, se le hace teatro de calle, accesible
a degustarlo. Cercana a su noción de la vida, del componente que le deviene en
el marco de su identidad. De modo que la historia no es un hecho abstracto,
sino complementado en su figura social, en la figura que se le arregla en el
espacio escénico. Si se me permite la frase, la composición cultural del
llano se hace en él por su participación. En este sentido pedagógico del
espectáculo, es un trabajo brecthiano por excelencia, pero no tiene mayores
pretensiones estéticas antes que pedagógicas y esto es decir bastante ante un
público que les pertenece a fuerza de conquistarlo con disciplina y labor. El
público participa, elabora su interpretación, se cruza literalmente en las
escenas al disponerse en forma circular, pero a la inversa: es el espectador
quien debe mirar hacia cada lugar del círculo (el modo en que se dispone el
espacio escénico) para visualizar la obra. Su factoría pedagógica es un logro
ambicioso. Y lo consigue. Hay que destacar la labor de investigación que se
llevó a cabo en la versión escrita. El arqueo de un texto publicado en el siglo
xix y trasladarla a este componente ya es en sí una labor titánica por parte de
la Compañía Regional de Teatro. Sería de gran valor que se hiciera
publicar éste en una edición especial, dada las características de esta
dramaturgia para su futura documentación de la historia del teatro venezolano y
en qué lugar de esa dramaturgia está Celestino Martínez Sánchez, su autor.
Se hace necesario acudir a más de una
función para determinar el componente actoral ante los músicos y los
bailarines, a modo de establecer con mayor rigor un análisis del componente
actoral. El público se identifica con la representación, permitiendo que las
emociones se integren en una dinámica de color, ritmo, sensación y música. En
esa menestra, la actuación. De allí que la actuación es un componente, no el
todo de la representación. En términos semánticos nos hallamos ante un proceso
de transducción. Esto es, codificar los
signos que están en el texto para el ejercicio de la escena. Su director no
sólo dispone de lo vigente en el texto, también, recrea aquellos que son
necesarios. Sobre todo cuando ha sido dispuesto para el teatro de calle. El
compromiso con su público queda consolidado.
31 edición del
Festival de Teatro de Occidente/Guanare, nov. de 13
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