Por Juan Martins
Simón, de
Isaac Chocrón ha sido presentada por la «Federación Argentina de Cooperativas
de Trabajadores Autogestionados (Facta)» en coproducción con «Bauem Cop.» y la
dirección de Marcelo Mangone en el marco del 31 Festival de Teatro de
Occidente como un espectáculo rico en el componente actoral. La tarea
entonces para este grupo argentino —a saber por lo que ellos mismos anunciaron
en el Foro Crítico del festival— tiene un compromiso social relevante en sus
objetivos. Destacar este hecho es elemental ante la premisa estética que
finalmente vimos representada y en el que hacen énfasis en su discurso como
visión política y social la cual los reúne. Bien, sin embargo, quiero pensar
que también son una agrupación artística. Acudimos a su representación por el
hecho artístico y ante la experiencia de lo escenificado. Y es justo en ese
momento cuando reproduzco la comprensión de la obra y la medida de su
significación. Es decir, para mí como espectador es el instante del espacio
escénico lo que consolida el discurso de esa poética y no su enunciado retórico
(entiéndase por retórico la relación enunciativa del discurso —lo político
y social de éste— por quien lo declara). Lo sabemos. Pero veamos una
perspectiva de esta visión crítica (es sólo un punto de vista crítico y
modesto, no la crítica en sí), si en toda obra se producen signos,
tenemos así la representación de una estructura: la codificación de signos al
instante de esta representación. Se contiene de lenguaje. Y allí, quiérase o
no, están presentes tres formalidades del discurso: lo paradigmático,
sintagmático y semántico donde lo fluido de sus relaciones produce el discurso
en el que puede sobrevenir un nivel sobre el otro, en este caso, el pragmático:
el hecho épico de un personaje para todos conocidos como lo son «Simón
Rodríguez» y «Simón Bolívar». El diálogo, la síntesis de la
representación es el orden social y político del discurso y el resto de ese
discurso no puede exhibirse por separado la funcionalidad de los signos entre
sí: el vestuario, la música, el gesto, aun el movimiento de los actores. Todo
signa, produce significado. Estamos claro los espectadores venezolanos de una
obra como ésta en nuestro contexto. Su referente político o el hecho histórico
de sus personajes adquieren niveles retóricos hartamente conocidos. Digo esto
porque si el componente actoral exhibido sostiene el equilibrio ante el
espectador entre lo estético y lo histórico. Si no estaríamos ante un panfleto
aburrido como alienante. En cambio, para nuestro placer, nos encontramos con
muy buenas actuaciones contenidas de ritmo, impulso y dinámica la cual nos
introdujo en la realidad de lo escenificado. A mi modo de entenderlo, la
actuación ha sido orgánica, cuya energía se organiza sobre la puesta en escena
y se precisa en la estructura del relato teatral, mejor dicho, sobre la
sintaxis del relato teatral. La palabra escrita adquiere corporeidad. Este
relato (el cual le es inexorable su visión histórica y narrativa de su autor
para el momento de la escritura) se compone a partir de los actores, su
representación, o sea, transcripción de significados en la acción del actor.
Esto viene de la (de)codificación hecha por el director para establecer la
relación de signos verbales y no/verbales a fin de esa representación. Y de esa
traducción de códigos quedan definidos los de la actuación. Por eso «rescata»
de cualquier discurso político la corporeidad escénica de los actores.
Si tenemos claro el lugar de esta dramaturgia, es de saber también que lo que
interesa para su representación es la capacidad de sus actores Carlos González
en el rol de «Simón Bolívar» y Fernando Martín en el de «Simón Rodríguez»
respectivamente. Ambos estructuran, se organizaron para mantener sus niveles
interpretativos hasta alcanzar el entusiasmo del público. Nada fácil cuando se
tiene de pretexto la historia. Ya el público reconoce el significante «Simón» o
cómo adquiere esa alteridad en el signo teatral. Por sí sólo no funciona, hay
que traducirlo, que ficcionarlo. He dicho en otros momentos del
proceso de transducción que se lleva a cabo del
texto dramático para su final representación. Este traslado de signos se
expresa en la actuación, en la síntesis de ese proceso que se me exhibe, como
decía, orgánica, sentida y de corporeidad por ambos actores, incluso, el actor/músico
quien adquiere un sentido de imagen en la puesta en escena. Lo cual permite un
nivel emotivo con el público. Primero por lo que representa a«Beethoven»,
signando la época y el sentimiento romántico del momento histórico y, por otra
parte, el sentido de las sensaciones que nos trasmite ese personaje sobre el
espacio escénico, subrayando la imagen, la emoción y el pensamiento de tal
contexto. Este rol del músico en escena fue hecho por Sergio Milman. Las
actuaciones, en otro nivel del espacio escénico, recurren a la acción, al
ritmo, a la buena interpretación del texto dramático, el sentido organizado del
desplazamiento en el poco espacio escénico definido y el uso o proyección de la
voz con energía o sentido corporal de la escena. Tal ritmo nos coloca en el
disfrute y el placer obtenido.
Creo que en
esa síntesis le mejoraría no colocar a «Beethoven» al centro del escenario. Le
otorgó una carga semántica innecesaria la cual le resta a las actuaciones
respectivas. Todo en el escenario signa, por ello, el cuidado de los signos y
su representación. Desde luego el uso de la música en vivo concede un nivel
emotivo importante sobre el público, pero hay que —insisto, es un punto de
vista— reducir su exhibición física de ese sonido, dejando su presencia en el
marco del signo auditivo. Tal reducción confiere mayor fuerza interpretativa.
Empero esto se verá modificar de acuerdo con la relación que se adquiere con el
público. El público es parte de esa representación y éste interpreta la
presencia del músico de manera diferencial. Sin embargo mi sugerencia está
dirigida a reducir el espacio al mayor nivel posible, puesto que trato de
argumentar lo que he dicho públicamente: el nivel del formación del actor
argentino es de alto perfil, lo cual forma ya una tradición dentro del teatro
latinoamericano. Excelente espectáculo, donde el actor es el partícipe de la
acción dramática.
31 Festival de Teatro de Occidente/Guanare, nov. de 2013/Avencrit
No hay comentarios:
Publicar un comentario