Foto cortesía de: Williams Marrero.
400
Sacos de arena se titula la más reciente pieza teatral escrita y
dirigida por Luigi Sciamanna que pertenece a un tríptico en el que ha estado
trabajando el dramaturgo, actor y director en los últimos años sobre la relación
poder-arte y cómo el primero, a través de la historia, siempre ha intentado
reprimir, acabar y silenciar al segundo como vehículo eficaz de expresión del
ser humano.
El espectáculo de Sciamanna, resulta en su conjunto un
derroche de excelente producción y pulcra puesta en escena, pero con desniveles
en actuaciones y debilidades en la dramaturgia.
La anécdota cuenta el hecho histórico ocurrido en la Italia de los años de la segunda
guerra mundial, cuando la población de Milán fue azotada por los bombardeos. Un
militar llega a un convento del mencionado lugar para advertir a las monjas que
lo habitan el hecho que ocurrirá en 24 horas y la urgencia de abandonar el
sitio. Lo particular es que en el sótano de dicho convento se encuentra una de
las obras de artes más impactantes del renacimiento: La última cena de Da Vinci, a la que las religiosas deben proteger
para que no sufra los embates del bombardeo.
En medio de este conflicto central de la pieza, se
desarrolla una sub-trama entre el militar (Martin Peyrou) y una de las hermanas
(Mariaca Semprún) quienes se enamoran, e incluso pasan a mayores consumando ese
enamoramiento fugaz, bajo la protección y anuencia de la Madre Superiora (Elba Escobar)
sin embargo es aquí donde sentimos los cabos de la dramaturgia quedan sueltos,
pues esta pasión se resuelve sin ningún obstáculo a la vista del público y lo
que es peor con el consentimiento de todo el clan de religiosas. Siendo éstas
unas “monjas de clausura” como lo aclaran al principio de la pieza, es extraño
que reciban con tanta ligereza y fogosidad a un hombre extraño y de las
características de este soldado (hombre musculoso y muy bien formado) y no
exista ningún prurito ni impedimento para que el amor se consuma.
Sciamanna logra amarrar de manera eficaz su conflicto
central (el poder destruyendo el arte) hasta llegar al final de la historia
cuando vemos luego del bombardeo que la obra en cuestión protegida por las
religiosa logra salvarse.
No cabe duda que el mayor logro “efectista” del
director es recrear a través de sonido el bombardeo al convento, uno de los
mejores momentos de este espectáculo, sumado a la creación de la atmósfera de
clausura y recogimiento que puede existir dentro de un convento de este estilo.
Otra de los aciertos es la dirección músico-coral de
la maestra Isabel Palacios (también actriz del montaje) junto a la Cameratta Barroca
de Caracas, que refuerzan el clima necesario para un montaje de este tipo.
Sentimos que Sciamanna en su afán por intentar que el
público caraqueño vuelva a apreciar verdadero teatro de arte se suma un punto a
su favor como lo hizo con sus dos anteriores título: La novia del gigante y El
gigante de mármol; pero es menester señalar que siempre el cuidado en la
síntesis textual y de representación contribuye a ganar más adeptos al
espectáculo teatral en tanto el público de hoy en día no se encuentra preparado
para distender su atención a casi tres horas de espectáculo.
El lenguaje teatral además de entretener, debe
plantear conflictos que mantengan al público atento pegado de sus asientos y en
donde los personajes tengan la necesidad de accionar para resolver los mismos. En 400 Sacos de arena, éstos lucen
débiles, lo que hace que el espectador se siente a disfrutar más de una misa
teatralizada y de una estética escénica que lo ubique en un claustro de
hermanas para observar su cotidianidad.
Luis Alberto Rosas.
Caracas, 12 febrero de 2014.
@rosasla
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