El soldado se lleva a la monja: el amor y el sexo desafían a la guerra. |
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En estos históricos momentos el venezolano Luigi Sciamanna escribe y monta obras teatrales originales, tal como lo hizo durante los últimos años: La novia del gigante (2012), El gigante de mármol (2013) y ahora con 400 sacos de arena. Tres muestras de su sólida erudición y su peculiar estilo de teatralización que exige de los espectadores un tanto de paciencia ante la extensión de sus representaciones, pero todo eso es superable ante la novedad de lo que plasma y la calidad de su factura.
400 sacos de arena- hace temporada en Teatro de Chacao- es un delicioso ritual religioso -la misa y otras ceremonias clericales son estremecedores eventos -no porque la salvación de La ultima cena, de Leonardo Da Vinci sea el plausible pretexto dramático, sino porque se desarrolla en una atmosfera conventual y se usan como textos principales a selectos fragmentos de la Biblia, especialmente la epístola de San Pablo a los corintios ("El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta"), además de numerosos salmos y canticos .La carne del espectáculo es la reconfortante palabra de Dios y sus profetas, mientras 12 monjas y un soldado colocan 400 sacos de arena para defender, del inminente bombardeo de los Aliados sobre Milán en aquel 15 agosto de 1943 agosto, la pared que soporta el fresco davinciano en el convento de Santa María de las Gracias.
Históricamente, quienes protegieron La ultima cena fueron los religiosos de esa iglesia, pero Sciamanna les cambió el sexo y recreó toda una saga con las monjitas entregadas a sus oraciones y el natural flechazo entre el militar y una de la más ardientes de las religiosas. Se suscita así una historia de amor que evoca a la pieza La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca, pero ahí el nuevo Pepe el romano, el musculoso soldado Martín Peyrou, sí se lleva a la amorosa monjita (Mariaca Semprún le da sangre y carne a tan inesperada Adela), mientras la abadesa (una celestina Bernarda, encarnada maravillosamente por Elba Escobar) organiza la huida de sus féminas para que no las maten las bombas que sí provocaron finalmente la caída del régimen fascista de Mussolini. O sea que también es un brioso alegado contra la perversa política del totalitarismo, enemigo de la vida y el amor.
En síntesis, la rocambolesca historia de amor se sobrepone al hecho histórico del salvataje de la pieza de arte y el público queda atrapado y exultante al ver como el amor y el sexo son aún las pulsiones más nobles y más hermosas de los seres humanos, los que en otros escenarios se inventan la guerra para después proclamar la necesidad de la paz. Siempre la realidad será superior a la ficción, en este caso, y el público por eso aplaudió frenéticamente, además porque el amor prohibido siempre alimenta el deseo y la imaginación es un monstruo que no solo devora multitudes sino reinos completos.
La puesta en escena, con perfiles minimalistas y usando 13 sillas contemporáneas, se concentra en esas monjitas, un tierno ariete contra la barbarie. ¡Bravo por Luigi Sciamanna y por la monja Isabel Palacios dirigiendo a esas coreutas! Como colofón del espectáculo, el cual duró 135 minutos, recuerdo como los colombianos poetas piedracielistas eran capaces de destruir un mundo con tal de construir un verso, aquí nuestro Luigi Sciamanna, un tanto en la tónica de Maquiavelo, trueca monjes por monjas de clausura, salva a Jesús y sus apóstoles, pero reivindica al amor y el sexo por encima de otras invenciones humanas, como la religión y sus enternecedores rituales.
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