Por Carlos Herrera
@cehs1957
@avencrit
Nuevamente una de las agrupaciones icónicas del teatro europeo del siglo XX retorna a nuestro país. La presencia de grupo danés El Odín Teatret (creado en 1964 en la ciudad de Holstebr) con su energía práctica y sabiduría teórica ha empezado a inundar los espacios de la Universidad Nacional Experimental de las Artes. A propósito de la Cátedra Permanente Jerzy Grotowski, se realizó la Tercera Jornada: “Maestros y Vertientes” (organizada por Diana Peñalver y Guillermo Díaz Yuma con el apoyo de la Unearte), un evento que coloca una vez más ante estudiantes, profesores y todo aquel que tomó sus previsiones de inscribirse un amplio abanico de talleres, conferencias y funciones teatrales que este afamado colectivo ha ido cosechando en su dilatada trayectoria.
En esta ocasión, el plus se deriva por la figura trascendental de Eugenio Barba como maestro Invitado. Él, junto a la plantilla del Odín Teatret, reimpulsa en Caracas el proseguir ahondando en todo aquello que les ha hecho ser una referencia sobre aspectos teóricos y prácticos en torno a técnicas de trabajo para el histrión. Éstas tienen su raigambre en los “supuestos subjetivos del teatro-oración de Grotowski y generan reflexiones sobre lo que les hizo derivar en el establecimiento ulterior de “la puesta en escena en función de una perspectiva sociológica”.
Ante la mirada expectante del público uneartista, como amante del arte escénico local, este colectivo representó una las tantas obras que conforman su repertorio: Itsi Bitsi (1991). Como tal, su posible traslación sería como sol y nieve y fue ideada a partir del texto de la actriz Iben Nagel Rasmussen, quien forma de lo exhibido en la Sala Anna Julia Rojas de la Unearte. Se apuntala dentro de un ámbito espacial desprolijo de escenografía y con apenas la iluminación de un relector que abre un círculo donde los músicos actores Jan Ferslev y Kai Bredholt proyectan con definida organicidad, ritmo interno conjugado y una tesitura expresiva alejada de cualquier asomo de exageración. Es una fábula de tono fragmentado que obliga al espectador a caer en cuenta de que son parte de la vida de la actriz cuando, en los años sesenta del s. XX, atravesaba una existencia tanto física como interna de exploración e indagación, lo que se suma a las experiencias con los viajes hacia otros países, así como el transitar con los particulares efectos de los psicotrópicos. Un viaje testimonio, un viaje con dos vertientes: el mundo y sus crudezas; otro, subjetivo, que da sentido a la confrontación de lo que se es y lo que se busca ser.
La dirección y montaje del texto de Barba —aunque pueda calificarse de teatro museo– ofrece una infinidad de puertas a lo que llamamos el camino de la experimentalidad, cuya dinámica sobre lo escénico ellos muy bien han sabido sustanciar para lo que es la altura de lo teatral de este tercer milenio. Ellos atrapan y exponen lúcidamente lo medular de algunos de sus postulados. Uno, de los que se percibe, es lo que definieron como “teatro de fractura” que trata de escindirse de las tradicionales fórmulas de formación actoral académica pero sostenido en las “formas de organizarse, en la función artística y sociológica, en los métodos de trabajo y en los objetivos de sus actividades”. Ello es quizás lo que debe estudiarse con entereza por muchos oficiantes del llamado teatro del tercer mundo con miras a derivar parte de las sabias enseñanzas tanto grotowskiana–barbiana en este aquí y ahora de lo que muchos se jactan de gritar como experimentalidad.
La presencia del Odín Teatret en Venezuela se hace vital y necesaria porque permite a todos reconocer su loable legado en tiempos donde se requiere de la luz que este grupo ha sabido sostener por décadas.
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