Por: Bruno Mateo
Fuente: CentroMolinos
Revista especializada en Teatro para Niños y Jóvenes
Volumen I, Número 2
Caracas : Agosto 2003
Nombrar drogas, sexo riesgoso, violencia, corrupción, trasgresión del género, asaltos, robos, terrorismo, guerras, hambre, pobreza extrema, enfermedades infectocontagiosas, pérdida de los valores familiares, incomunicación, deterioro del ecosistema, frivolidad, seres humanos que se pueden generar sin la concepción biológica natural, clones y sobre todo, el peor de los males: la indiferencia; señalar estos tópicos en un Foro en el cual el centro de la órbita de los discursos es la creación de textos dramáticos para la niñez y la juventud, resulta engorroso. No obstante, éstas son las referencias socioculturales con las cuales se enfrentan los dramaturgos en el umbral de este milenio.
En la dramaturgia venezolana para niños, en mucho de los casos, se encuentran temas y personajes recurrentes y repetitivos, tales como: princesas, caballeros y dragones, la terrible mala que tiene esa condición de malvada sólo porque le da la gana de serlo al estilo de las telenovelas de los años cincuenta, seres más bondadosos que los Teletubies, hadas, duendes y gnomos, magos y hechiceras, ollas mágicas, niñas criadas con comportamientos de internados suizos del pasado, jóvenes tremendos, pero respetuosos, niños y niñas melindrosos, la niña que se duerme y sueña, la búsqueda de algún objeto fantástico; en fin, una gama virtual de algo extinto. En realidad, los temas y los personajes son alusivos en cualquier parte del mundo, lo fastidioso ocurre con su tratamiento escénico. Son utilizados como estrategias para "resolver" situaciones. Sin acciones. Sin contenido. Sin valores estéticos. La vacuidad de la palabra.
Esa paradoja entre una realidad que existe en un contexto específico en tiempo y espacio versus los textos dramáticos sin cable a tierra podría ser muy rica e interesante, si y sólo si se lograra utilizar, inteligentemente, en beneficio de una literatura dramática emergente. Esa confrontación refleja una posibilidad de hibridación selectiva. Realizar obras eclécticas, donde se puedan tomar elementos de ambas realidades y desechar lo innecesario. Esos personajes clásicos como la Cenicienta, Caperucita Roja no se quedan en el transcurrir de los años o acaso en su forma original, tampoco deberían quedar en las páginas avejentadas de los libros. Esos clásicos se pueden retomar para actualizarlos, hacerles nuevas y variadas lecturas; y por otro lado, el abanico temático que nos ofrecen estos tiempos es amplísimo. En este punto se hace menester aclarar que no estoy insinuando hacer un Al Rojo Vivo o Crónicas Marcianas para el consumo de niños y jóvenes. Nada más alejado de mi pensamiento. Sólo insisto en que la imaginación de los dramaturgos(as) debe estar ganada a la comprensión de la realidad de los niños, no verlos como adultos pequeños, que fue uno de los grandes errores de la educación pasada. Se creyó que inculcar valores implicaba, únicamente, disciplina, orden y castigos sin ninguna diversión. No me crean, pregúntenle a Alicia (Lewis Carrol, 1832-1898) quien escapó a un lugar fecundo de sueños y fantasías, a un país de ilusión, víctima de una represión sociocultural, hasta que la Reina de Corazones la trajo abruptamente a su tiempo.
Considero que las obras de teatro, aquellas dedicadas a esta etapa primera de la vida de los seres humanos, tienen que dejar leer referencias valorativas de cualquier índole, llámense de contenido, artístico, formales. Un texto sin algo para comunicar o que abra posibilidades imaginativas no es nada. La obra se puede interpretar como un ministerio, una misión o un servicio. "Es indispensable que el servicio sea del más alto nivel posible en lo creativo y lo técnico". Desde esta óptica, el texto para niños ayuda a configurar la personalidad del niño e insertarla dentro de un sistema social. Entra en un proceso de socialización. La literatura infantil se convierte en un factor importante en dicha conformación. El dramaturgo aquí aparece indefectiblemente como un padre, el que indica el camino en consecución de los valores socialmente correctos. Muchos de los textos nacionales para el público infantil están repletos de moralejas y mensajes. En reiteradas ocasiones se interrumpe la acción para aleccionar al espectador (lector), lo que repercute en un aletargamiento de la obra, es decir, se alarga innecesariamente el tiempo de lectura (representación) y se olvidan del elemento del goce y de la fruición que produce un fenómeno creativo. Ese deleite hasta mágico que se produce en el instante de esa comunicación tácita de lector (público) y la obra.
El teatro nunca deja de transmitir alguna idea o de poseer una lectura particular acerca de alguna parcela del conocimiento, sin embargo, pienso que los elementos estéticos son la base de toda creación y el hecho teatral es un proceso creativo. "La finalidad del arte consiste simplemente en crear estados del alma". Muchas veces los dramaturgos venezolanos intentan dar lecciones de moral y buenas costumbres, importantes para la formación de valores en los niños, no obstante, estos "mensajes" se convierten en elementos distractores. Sólo quedan como frases hechas sin ninguna trascendencia. El teatro, y en especial el que se realiza para niños y jóvenes, es un proceso dinámico. Necesita crecer y ser atrevido, como lo reclama la contemporaneidad. La dramaturgia infantil venezolana no ha logrado desprenderse de una actitud timorata y asustadiza por temas actuales. Es de acotar que existen algunos dramaturgos venezolanos que trabajan temas de interés contemporáneo, tales como: la guerra, situaciones políticas determinadas, problemas ecológicos. Pero, casi siempre estas obras pasan a ser corpus ideológicos o simples panfletos que utilizan los dramaturgos para exponer sus tesis. El texto se convierte en un teatro de ideas. Se piensa, lo digo por los resultados de los montajes, que los niños están por debajo de una comprensión holística de su entorno. Sin tratar de entrar en honduras psicológicas, los textos dramáticos y el teatro como espectáculo no quieren crecer. Sufren de una especie de síndrome de Peter Pan. Enfrentar la actualidad de un contexto implica necesariamente responsabilidades, tal vez he aquí el meollo de la resistencia de los dramaturgos nacionales en abordar tópicos cónsonos con nuestra realidad. Como bien lo dijo, el dramaturgo Luiz Carlos Neves en su pequeño (en extensión) libro Poética del teatro infantil: "el dramaturgo debe estar sintonizado con la literatura infantil y juvenil modernas, su lenguaje, sus temas y tendencias para, en el momento de la escritura teatral, liberar al texto a ser escrito de la carga narrativa"...
No se pretende aquí indicar un camino para escribir, ni conseguir unas reglas fijas y monolíticas en el proceso escritural; mi única intención es apuntar sobre la incongruencia entre los intereses de los lectores (espectadores) infantiles y los textos dramáticos "actuales".
Para resumir, considero que:
La dramaturgia infantil y juvenil venezolana carece de riesgos en cuanto a la innovación de temas e incluso en la estructura de los textos.
Los dramaturgos asumen la creación de un texto literario de una manera extrema, es decir, mientras algunos escritores realizan obras de excesiva fantasía, por otro lado, hay quienes pretenden hacer del teatro un hecho panfletario y/o excesivamente didáctico.
Los textos dramáticos sufren una dicotomía entre realidad e imaginación, pareciera ser una relación irreconciliable.
La subestimación por parte de los creadores hacia las capacidades cognoscitivas y de comprensión de los niños, adolescentes y jóvenes.
Por último, la exigua, en la mayoría de los casos, preparación cultural, académica y técnica que poseen muchos de nuestros autores para la elaboración de textos teatrales para la niñez y la juventud.
Fuentes consultadas
DI MAURO, Eduardo. “Entidad e ideología”. En: revista Tablas. N°. 2 La Habana, 1996. p. 108.
NEVES, Luis Carlos. Poética del teatro infantil. Caracas, Editora Isabel De los Ríos, 1998, p. 60.
WILDE, Oscar. “El crítico artista” en: Ensayos (Prólogo de Jorge Luis Borges. Traductor: Julio Gómez de la Serna). Barcelona, España, Hyspamérica Ediciones, 1986, p. 304.
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