lunes, 11 de febrero de 2013

TIERRA SANTA

¿Cómo hablarle al país desde la escena? ¿Qué decirle a la sociedad venezolano a través de un texto teatral? ¿Cuál es la visión de los problemas que tiene un dramaturgo de lo que representa temas como la paternidad o la desesperanza? ¿Cómo se puede comunicar una obra teatral con el espectador sin caer en algo superfluo o carente de significado? ¿Cuáles son los retos de la dramaturgia nacional cuando pareciese que la producción escrita dramática mundial pareciese expresar elementos más en sintonía con lo moderno del s. XXI? ¿Debe un autor plegarse al ritual de la masificación de temático argumental para estar saberse universal? ¿Cuáles son los elementos de un texto teatral capaces de devolver el interés por lo propio sin caer rayar en discursos acomodaticios para complacer la reflexión evasiva? Estas y otras interrogantes me surgen cuando logro ir al teatro y constatar una propuesta capaz de generarme más preguntas que respuestas. Al salir de la comodidad burguesa de una sala luego de hora y media de contemplación de una puesta en escena, de oír y disfrutar a través de buenos actores como un texto me moviliza resortes ocultos de mi ser y salgo pensando: ¡Si, es cierto; además, eso duele! porque otros autores no han sabido manifestarse de forma reflexiva, dura –si se quiere- o hasta permanente el seguir tratando de levantarle los párpados lagañosos a mi país” o, sencillamente poder salir de la sala pensando en mu fuero interior: ¡Que buen trabajo teatral he contemplado hoy! Es así que, texto escrito y texto espectacular terminan por reafirmarme que, cualquiera de las interrogantes arriba planteadas apenas asoman parte de un iceberg radiográfico de que hemos sido y somos como país o sociedad; donde la necesaria ecuación creación dramatúrgica – producción teatral – puesta en escena – resolución artística debe terminar conformando un todo contundente más que una edulcorada y hasta demasiado ligera de lo que a veces intuimos como país o de cuál es el sentido de responsabilidad del artista dramaturgo, del artista director o del artista actor. Cuando logro constatar una propuesta que vaya más allá de complacer mis expectativas estaré siempre en el umbral del asombro, en las puertas del saberme nuevamente conmovido. Esto lo necesito como espectador; lo demando como público, lo anhelo como crítico. Debo lograr ver como la escenificación de un texto conlleve esa aguzada perspicacia creadora no sencillamente del autor sino de todo el colectivo artístico que al unirse para llevar adelante un proyecto escénico debe entender que su meta en dejar de lado las cosas pequeñas y constituir un logro especial; un resultado llamado espectáculo teatral que indistintamente sea visto por un neófito o por alguien especializado sepa de entrada que, lo que verá sobre las tablas es una aguda reflexión de nuestro país, es la toma de conciencia sobre asuntos puntuales de la sociedad venezolana de hoy. Eso no es fácil. Nunca lo será. Más sin embargo, a pesar que sea difícil de aprehender y sustanciar como una digno esfuerzo artístico creativo debe connotar elementos significantes a lo local de lo cual sabemos tendrá resonancias hacia lo nacional e, incluso, a lo universal latinoamericano. Esta larga cavilación la hago a propósito después de haber constatado como Elio Palencia (Maracay, 1963) dramaturgo inscrito en la generación de relevo que hizo presencia desde los años ochenta del s. XX, ha sabido ostentar esa capacidad de manejar no solo una forma particular en cuanto al tratamiento del personaje sino que ha sabido curtirse en asuntos y temas escasamente tratados o no profundizados por otros autores. Autor con puntual objetivo de conferirle mayor profundidad tanto a situaciones poco tratadas como de construir personajes realistas capaces de sustanciar con corrosivo sarcasmo o imbuidos de distinto humor cotidiano una trascendencia que entra en el tuétano de otras sensibilidades. Dramaturgo esencial en este nuevo siglo del teatro venezolano que, ahora, inscribe una pieza más a su ya dilatado arco de textos con su pieza “Tierra Santa” (2008). Tomando de la página web (http://www.eliopalenciadramaturgia.com/sec/obras.php) del autor, la sinopsis de “Tierra SantaPalencia sintetiza que es: “El reencuentro de dos hermanos cincuentones, en el patio de la casa materna sirve de excusa para la revisión de afectos, resentimientos, prejuicios y equívocos generados por un nexo familiar. Conceptos como el éxito y el fracaso, la paternidad y las oportunidades, así como las expectativas del pasado y la dificultad para comprender el presente y vislumbrar el futuro, se presentan en dos opciones de vida, a partir de un mismo origen, en un mismo país”. No cabe más que decir. Es puntual para que un lector/espectador sepa cuál es la base de esa historia. Y sin embargo, cada espectador sacará otras lecturas, otros niveles de interpretación que hará suyo al contrastarlo con lo que lee de la realidad de nuestro país, de su idiosincrasia, de sus valores, mitos y creencias. En fin, un texto que es medular dentro de la producción dramatúrgica de Elio Palencia y que lo ratifica como un escritor cavilador que ha sabido hilar muy pero muy fino para tejer redes con eso que algunos sociólogos llaman “la memoria colectiva”. El trabajo que logré ver en el Teatro “César Rengifo” de Petare expuesto por la agrupación Taller Experimental de Teatro (TET), ostentó una sencillez escenográfica (diseñada por Edwin Erminy) sintética en el empleo de los elementos; encuadrada en lienzos blancos que conforman un patio de casa del interior del país; la disposición espacial permitió situar exiguos cosas pero estas proyectaron su peso de significación (árboles secos, ladrillos y, en especial, el colgado de dos grandes hamacas cruzadas que pueden ser leídas como ejes/universos donde gravitan los personajes)a quien la ve. La resolución de planta de movimientos se dio sin complicaciones, se permitió enfatizar salidas como entradas de los histriones pero articulando una coreografía sintáctica relacionada con lo que discurrían dialógicamente dentro de su trama familiar. El diseño de vestuario de Raquel Ríos fue justa visual para que, tanto los personajes (Mayor, Segundo como los cambios de Adolescente Embarazada) proyectasen pobreza en uan formula de pieles sociales plenas de significación. La iluminación de Víctor Villavicencio creó las necesarias atmósferas, delineo sutilezas para cada apertura o cierre de escenas o indicó en zonas concretas cuando se daba tal o cual diálogo; supo generar una paleta de sentidos a fin que la obra dialogase plásticamente con el espectador sobre sentimientos, ánimos, esperanzas y durezas de lo que allí discurría. Costa Palamides como director asumió sin empalagar el texto de Palencia, riguroso y comedido ya que deja que el texto y el desempeño histriónico buscaran enlazar un canal de comunicación necesario. Al desaparecer su intervención crea el espectáculo, es decir, deja que la obra fluya y eso se agradece ya que hubo ritmo correcto, tensiones obvias, momentos mágicos y situaciones que atenazaron. Como cierre de este segmento daré efectivo crédito a la labor callada de la producción de Karla Fermín quien logró unir la realidad de un trabajo compacto donde el Taller Experimental de Teatro (TET) expuso los porque le acreditan como uno de los colectivos de peso en el teatro nacional desde su fundación. Pero el texto de Palencia brillo a través de las sólidas respuestas interpretativas dadas por una trilogía actoral que captó la esencia de la trama. Un Guillermo Díaz Yuma orgánico en la contención interna del personaje Mayor se volcó a generar un fraterno nexo con su sangre pero a la vez cargando todo un sistema de creencias y valores que se contraponían; es era la esperanza que se resumía en esa tierra santa donde los sueños se arrugan, la irresponsabilidad se ahonda y la incredulidad por un mejor momento se espanta por los despropósitos y el lodazal de los descréditos. Su contraparte, el actor Ludwig Pineda en el rol de Segundo, fue contundente en la capacidad de articular un espectro técnico no solo con la voz, el gesto y lo corpóreo sino que le dio a su representación esa convincente fuerza de un personaje animal, descreído, fiero adusto, con una sola forma de ver y asumir la vida y expresarla a los demás; fue brillante y natural porque cubrió con prístina exactitud las coordenadas existenciales que ese papel merecía tener. Finalmente, la caracterización ofrecida por la joven actriz Yazel Parra fue merecedora de un fuerte aplauso de mi parte porque compuso a varios papeles de niñas/adolescentes embarazadas que son imágenes de un país dolorosamente cierto marcado por la irresponsabilidad masculina o, peor, por la corroída imagen del patriarcado ausente en forma y fondo de esta sociedad latinoamericana. “Tierra Santa
” fue uno de los mejores trabajos teatrales de este bimestre y me halaga haberlo podido constatar como espectador y crítico teatral. Sencillamente debo recomendarla y ojala que se mantenga y logre girar a lo ancho y largo del país. ¡El público teatral venezolano lo necesita ver! Por Carlos E. Herrera critica@cantv.net www.bitacoracritica.blogspot.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario