domingo, 5 de octubre de 2014

Un tiro de odio

Luis Vicente González da vida a esta callejera
Por Carlos Herrera
@cehs1957
@avencrit

Ser diferente, alguien que en su rebeldía innata sea visto como un ser que debe ser objeto de segregación, burla, comentarios negativos o, sencillamente, marginarlo de sus derechos es una situación que, hoy por hoy, late con fuerza en las urbes o en lo más profundo de la ruralidad venezolana. Saberse con una tendencia sexual distinta en un ámbito donde las leyes del matriarcado o, peor aun, del patriarcado supone para el individuo asumir con temor un ostracismo o levantar con dignidad la frente y afrontar desde temprana edad el rechazo, la mofa, la exclusión e, incluso, de convertirse en el chiste del grupo heterosexual dominante. ¿Vivir con miedo? o ¿erigirse con rebeldía?, pueda que solo sea dos opciones pero cada una implica que, una vez que el individuo la comprende y la asume sabrá que irá en contra de lo que son las normas sociales, la moral tradicional o las reglas que soportan un grupo.

Esta breve reflexión me permite situar un texto y montaje teatral que, con palabras sencillas diré que “me pateo” mi sensibilidad como espectador; me refiero a la pieza Callejera escrita por el actor, bailarín y profesor universitario, Luís Vicente González, cuya reposición ha tomado los espacios de la Sala Rajatabla desde el pasado 02 de Octubre y que después de haberse presentado en el mes de julio en el CELARG bajo el paraguas grupal de Séptimo Piso y con acertada puesta en escena de Carlos Díaz, vuelve a decirnos que el tema del odio y la intolerancia contra las minorías tiene aun mucho que decir en este país.

La breve sinopsis que se asienta en el programa de mano, vale la pena difundirlo porque mejor que sean síntesis que lo que yo pueda agregar: “El hijo varón que se hizo mujer por rebeldía, casi por venganza. El pies descalzos, el manos sucias, el sin camisa. Revelándose contra su familia y el pueblo entero, Perla anduvo por la raya blanca del asfalto, alterando su vida y la de todos. Se rebeldía y su diablura lo llevaron de la casa a la calle, de la calle al liceo y de allí, a la entrada del cementerio y al final de la raya blanca”.

Odio / amor o luchar por ser / defenderse por ser son dos ejes donde la fábula construye una situación, dibuja un marco social hosco e intolerante, crea las coordenadas de un personaje que siempre se supo sostener batallando con las adversidades hasta que el amor convertido en tiro de odio, pone la mortaja de cierre al doloroso canto de su “rebeldía” y su “venganza” contra lo que de él se dice, lo que de el se cuchichea, lo que de él se transformó en rechazo de los intransigentes.

Un trabajo sincero en su forma de contarse y exponerse sobre la escena; sin ambages y sin adornos gracias a una pertinente resolución de puesta en escena de Carlos Díaz que determinó zonas específicas para el juego espacial y donde lo coreográfico y la determinación de ámbitos de acción generasen una potencia al espectador.

El texto de Luís Vicente González es redondo más allá que alguien me haya comentado que es un “performance” al cual le sobra media hora. ¡Discrepo de ello! Las reiteraciones son como agujas lacerantes para que el subconsciente del receptor no olvide y que las situaciones se reengrasen en una historia que por sus casi treinta secuencias, construyen una microhistoria de los seres a los cuales la sociedad machista no desea oír y menos, conocer.

Con trazos de ironía, con dejos de sarcasmo, con plenitud de tensiones internas texto y concreción de acciones en la puesta hace que el lector/espectador sienta un golpe en el alma, que le sacude y al tiempo de quitarle el aliento, le activa la reflexión.

Callejera ha sido un trabajo escénico donde la fuerza de Luis Vicente González como autor y actor se eleva con fiereza inaudita. El público, atento magnetizado no solo por lo dúctil de su capacidad corpo expresiva sino por la síntesis de las imágenes, y la soltura coreográfica (“Vagabundo” de Alan González) todo unido con una atinada atmósfera de luces (diseñadas por Dairo Piñeres) y una banda sonora compacta donde destacan el canto y la voz (Antonieta Colón y Simona Chirinos) capaz de crear un puente emotivo, un nexo con lo que Perla añora, anhela y hasta sueña y que dialoga sea bien con ese mundo familiar que le hostiliza, con una calle/cancha/colegio/liceo que le rechaza o ya, bajo la tumba cuando esos sonidos adquieren la metáfora del amor que redime.

Con Callejera me atrevo a decir que la dramaturgia venezolana tiene un filón de interés y un artista / dramaturgo que de proseguir indagando con estas historias escritas con “h” minúscula, creará una puerta más honesta con lo que esta sociedad espera ver sobre las tablas. Callejera por ende, se constituyó en un trabajo escénico significativo que merece tener por parte del público, más de una lectura.

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