martes, 14 de octubre de 2014

TEXTOS Y PUESTAS

Por Carlos Herrera
@cehs1957
@avencrit


 Hoy, en este espacio no comentaré ningún espectáculo. Estas líneas son para enfatizar sobre algo que me sigue preocupando: ¡hay que permitir que la escena nacional esté más abierta a su propia dramaturgia! Es vital que nuestros autores sean asumidos con propiedad por directores y grupos. Si mal no recuerdo, la dramaturga, Carlota Martínez aludió en su escrito “La dramaturgia en el corral” (Ollantay Theater Magazine; 2002) sobre algunos aspectos que han problematizado la producción escrita teatral nacional. Por mi parte, en el artículo: “Dramaturgia reconocida vs ¿dramaturgia represada?” (Revista Conjunto; 2005) insinúe lo álgido que este tema ha ostentado con sus alcances y limitaciones.

    El punto es: ¿Por qué la dramaturgia venezolana todavía debe colarse en lo que se oferta dentro de lo que se programa en salas y circuitos teatrales de Caracas como de las capitales de estado? ¿Esto será su limitación para que nuestra producción dramática nacional logre captar el interés y satisfacción del lector/espectador? ¿Ésta producción textual realmente está en sintonía con su realidad? Son muchas las preguntas.

    Hablar de que es lo que está en cartelera sustentado en textos teatrales de autoría nacional es algo que debe llenarnos de interés. Un interés que, se orienta por quien la escribe, quien la consume bajo producciones que tienen el sello de tal director y el magnetismo de una buena plantilla histriónica; incluso, hasta de quien la fortalece desde las trincheras del diseño y de lo técnico.

    Un escollo que limita su potencial fuerza de reconocimiento/difusión estará atado a la ausencia de certeras políticas públicas y privadas de las casas editoriales y direcciones de publicaciones por emprender con firmeza los riesgos de publicar tanto autores conocidos como emergentes. Para un autor, los costos de publicar excede cualquier esfuerzo económico y verlas escenificadas, algo de suerte o de relaciones muy particulares.

    Si las políticas editoriales de lado y lado fuese menos coyuntural y más sistemática a crear directrices de promoción y difusión de la dramaturgia venezolana, quizás el efecto en mediano plazo será que se consolide no solo el interés de potenciales lectores tanto en el ámbito de los centros medios y universitarios sino del espectador que tendría una biblioteca nutrida con las letras dramáticas nacionales sin distingo de que sean nuevos autores, textos desconocidos o reediciones de textos poco conocidos. Así, obras de Rengifo o Pinto serán mejor comprendidas y asumidas con respeto; así las piezas más recientes de Alejandro Lasser o Tomás Jurado Zabala entre decenas de muchos más, no sea algo nada extraño sino más bien, fundamental.

    Se hace necesario promover a dramaturgos emergentes como: Jhon González, Joussef Bracho, Javier Prato o Jan Tomás Rujano cuya labor espera tener quien les lea o les escenifique en mayor grado: ¿Quién dice que ellos no terminen siendo los autores necesarios en unos 10 o 20 años?

    ¿Qué define al teatro venezolano en pleno s. XXI? Me arriesgo a decir que más allá de su tenacidad por sostenerse en el oficio o de interrogar al país desde su particular arista ideológica o social, se trata de seducir al lector/espectador con temas, asuntos y personajes que esperan tener otros miradas. Sino, vean como es lo que nos propone Luís Vicente González (con su texto "Callejera" de Gennys Pérez con "¿Tequila o Ron?"); son las nuevas lecturas de un país, una sociedad y un tiempo que están impregnadas de vitalidad para conmovernos, sacudirnos o sorprendernos.

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