Por Carlos Herrera
@cehs1957
@avencrit
Entre la última semana de Febrero y la primera de marzo de 2014, en el teatrino del Laboratorio Teatral “Anna Julia Rojas” situado en la Avenida México de Caracas, se presentó el montaje Compañero de viaje del dramaturgo argentino, Carlos Gorostiza (1920) el cual contó con la sólida versión de Aníbal Grunn y una perspicaz puesta en escena de Carlos Arroyo para la Compañía Regional de Teatro de Portuguesa.
Partiendo del texto original titulado Aeroplanos del año 1989, se pudo observar el tratamiento del hermoso texto que habla sobre la solidaridad pero, sobre todo, el abordaje del tema de amistad. Una versión pulcra que mezcla lo cotidiano junto con elementos del sainete y un toque de melodrama para una trama donde dos jubilados de la sociedad como lo son Francisco y Cristóbal, languidecen en sus rutinas, rumian sus cuitas personales, alardean de sus viejos tiempos pero comprenden que lentamente están siendo apartados de un mundo cambiante; ellos, desde lo más cercano de su cosas y siendo tozudos oponentes beisbolistas lo une la entrañable verdad de ese tránsito existencial que es la verdadera amistad. Para ellos, en el ocaso de ese viaje compartido saben y ven con prístina claridad que la senectud les facilita ser más sinceros el uno con el otro y dejar de lado cualquier ápice de desesperanza para unirse mucho más en ser esos viajeros que están ahí para acompañarse porque son almas comunes.
La resolución del montaje es de corte intimista, carente de efectismo, con parquedad lumínica y una planta de movimientos precisa; pero sobre todo, la perspicacia de la dirección fue centrar esta propuesta en la vitalidad que se debía emanar desde el desempeño actoral. He ahí que vemos como un universo único y sensible se arma para el gozo del espectador.
Desde éste aspecto, tanto Aníbal Grunn como Wilfredo Peraza como yo a veces me tomo la libertad de calificarlos, son “veteranos en homicidios” porque saben acoplarse uno al otro en eso que es la alquimia de leerse con soltura tanto en cada movimiento, en que saben oír el silencio de su contraparte, que están atentos a cada atenuación e inflexión de la voz de su compañero de trabajo artístico y que no le es raro que tras cada acción puedan tejer una reacción porque está la empatía como la sabia comprensión de la dimensión que no solo su papel individual le demanda sino del que debe encarar el otro actor: es interpretar acompañado. Y lo enfatizo, porque en algunos casos uno ha visto más que una labor de conjunto una competencia de egos. Grunn y Peraza no tomaron sus papeles para emanarlos mecánicamente sino que estuvieron siempre consciencia de la presencia del otro actor / personaje quien a su vez ejercía una reacción para que el otro, volviese a accionar.
Por eso matices emocionales como la tristeza o la melancolía producto de alguna circunstancia o hasta lo trágico como una enfermedad o misma soledad que atenaza a estos personajes son compensados con la confianza del apoyo sin dejar que la sinceridad se ausente en esos seres; pero el punto medular radica en que estos dos magníficos actores aunaron un esfuerzo compositivo individual y de conjunto para hilar fino estos el espectro que la versión exigía y siempre atentos a que su trabajo rondase en el peligroso borde de la falsedad o peor aun, de la sobreactuación. Lo emotivo salió del fondo de la comprensión del cómo ese personaje debía erguirse y mostrarse permitiendo que el otro personaje mostrase al tiempo, su figuración emotiva con la cual tejieron lo sensible de un drama con ribetes de comedida gracia.
Compañeros de viaje fue un trabajo escénico firme como bien sostenido; mostró verdad teatral tras la labor de sus actores y permitió proyectar un sentido de significación hacia la sensibilidad de quien los receptó. Contundente espectáculo donde la sencillez y dignidad artística dejo ansias de querer seguir viendo más.
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