Textos escritos durante el taller facilitado por Joaquin Lugo
La Señora Marga: Una
piedra difícil de quebrar
Por Bladimir Aguilera
La Señora Marga de Antón Figuera, la propuesta teatral dirigida por Orlando Arocha en La Caja de Fósforos durante los meses de junio y julio del 2024, es una pieza imposible de pasar por alto. Cuenta en dos cuadros, la historia de una familia disfuncional que gira en torno a una recién enviudada Marga (Carolina Leandro). Este personaje, a través del abuso de sus roles de madre y suegra, controla y limita la vida de su sumiso hijo Félix (Carlos Arraiz) y su determinante nuera (Kate Ramos). Todos conviven en el ambiente decadente de una casa que se deteriora y la triste atmósfera creada por la carga de otro hijo adulto con discapacidad (Miguel Méndez).
En su texto, Figuera plantea como tema central la manipulación matriarcal a través de la evocación del compromiso, la obligación, la lástima, el sentimiento de culpa y la Fe religiosa. El conflicto se centra en el choque permanente entre la esposa de Félix con su suegra y con su propio marido, para intentar conseguir una añorada independencia familiar y económica.
A lo largo de la obra, se observa una clara progresión dramática reflejada en la continuas demandas y obligaciones que los demás miembros familiares van imponiendo sobre Félix, el único personaje con signos de entrega, solidaridad y nobleza, muy al estilo Johnny Deep en la película del ’93: ¿A quién ama Gilbert Grape? Esta progresión se detiene en el segundo cuadro y el conflicto se vuelve algo repetitivo, lo que hace que el espectador se impaciente y espere con ansias a que la olla de presión termine de estallar.
La resolución del conflicto ocurre casi al final y muy unido al desenlace, cuando Félix, al ver a su esposa tomar acción, hace una instantánea observación de sí mismo y debe decidir si continuar en un hogar de abusos sin fin o cambiar su vida por completo.
Como lo indica su nombre de roca sedimentaria, la señora Marga es una piedra difícil de quebrar que se abre hacia dos destinos. Puede ser apartada del camino por quienes se propongan seguir andando hacia el futuro o continuar siendo un obstáculo para aquellos que se quieran tropezar con ella una y otra vez.
La obra de Figuera es un texto humano, realista y hasta cotidiano, probablemente inspirado por alguna historia real del propio dramaturgo. Sorprende su nivel de profundidad y cargas psicológicas para ser una ópera prima y merece la nominación que tuvo en el 2024 al premio Isaac Chocrón.
La puesta en escena, por su parte, está creada con un contundente expresionismo. La escenografía recrea la sala de estar de una casa que alberga un hogar sin armonía, con un ambiente naturalmente lúgubre y siniestro, creado por una mínima y cálida iluminación. Dicha escenografía está bien lograda por el director en el espacio sin laterales de La Caja de Fósforos, con elementos dramáticos que reflejan la psicología interior de los personajes y la relación disfuncional entre ellos. Lo ilustra perfectamente una pared y un techo que se desmoronan constantemente con un sonido incómodo de escombros. Estos le recuerdan al espectador el abandono a la superación personal y simbolizan la decadencia moral y colapso de una familia.
El vestuario muestra claramente el nivel socio-económico de los personajes antes y después de la muerte del patriarca, que es el detonante de la historia. Las prendas usadas por los actores contrastan en los dos cuadros de la obra y reflejan a una clase media que se fue disminuyendo con el paso del tiempo. Una silla de ruedas es incorporada en el segundo cuadro, más como un accesorio que como utilería, para darle una especie de armadura a una señora Marga altamente demandante, agresiva y controladora a través de la lástima.
Todos los elementos de utilería tienen un propósito y están integradas de forma coherente y simbólica en la puesta. Como las obras de arte demodé que son la aspiración económica sin el esfuerzo y la planta decorativa que marca el intento de conseguir la libertad. Destacan también las tazas de chocolates que representan el egoísmo y la necesidad del espacio individual. Una urna de cenizas introduce con humor negro lo efímero de la vida y un vestido sin terminar representa el único signo de evolución hacia la independencia de la nuera. Este mismo vestido es utilizado como una referencia de tiempo hacia la búsqueda de solución del conflicto de la obra.
En cuanto a las actuaciones, todos los personajes están bien concebidos y construidos desde un punto de vista físico, psicológico y teatral. Destacan los magistrales matices entregados por Carolina Leandro, la contención emocional mostrada por Carlos Arraiz y la fuerza actoral de Kate Ramos que emanan sentidas frustraciones que le llegan directo al espectador. La persistente expresión corporal y coherente actuación de Miguel Méndez no dejaron de sorprender y conmover a una audiencia que ovacionó de pie una dramática pieza teatral en la que es muy difícil encontrar algún elemento fuera de lugar.
Verla remontada en
espacios más grandes sería un regalo para el público venezolano que busca
teatro de excelencia. Estoy seguro que moverá los cimientos familiares y
emocionales del espectador, tal como lo hizo con este recién estrenado crítico.
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El musical de historia que está siendo histórico
Por Viannimar Guanchez
El 20 de enero del 2015 fue estrenado en Broadway el musical que, cantando historia, marcó la historia: Hamilton. Debido a su gran éxito y demanda, el 17 de noviembre del 2020 fue publicada la obra en formato digital de streaming en Disney plus, a causa de la pandemia.
Lin-Manuel Miranda es el puertorriqueño dramaturgo, compositor, actor y director de este gran musical dramático de aproximadamente 3 horas de duración. Entre canciones, totalmente originales de la obra, se remontan en el pasado, enfocados específicamente en la vida y obra Alexander Hamilton, quien se convierte en uno de los padres fundadores de EEUU.
La obra se desarrolla, desde sus inicios como inmigrante, huérfano y soñador hasta su constante, trabajado y firme ascenso, y desde su posición e importantísima colaboración a nivel político hasta su vida, relaciones y problemas personales. Ambicioso, dedicado, esforzado e inteligente, con sed de satisfacer sus deseos de superación y reconocimiento, se muestra cómo va logrando un posicionamiento más alto dentro de la política como desarrollador del primer sistema monetario de EEUU, el banco nacional, entre otros, y, en consecuencia, su esmero por escribir de día y noche lo va alejando de su familia y le causa problemas. A su par, empieza a causar envidia y enfrentamientos. También, se tocan temas como el amor, la pasión, amistad, traición y muerte.
Este musical es llamativo para el público de este tiempo por la forma en cómo está escrito, entre drama y escenas de comedia, sin embargo, al ser asesinado el protagonista es evidente que su género es tragedia.
El hecho de que sea la historia de un político de otro país al que no pertenezco y, que logre envolverme el texto, sintiéndome entretenida, entenderlo, empatizar con todos sus personajes y, SOBRE TODO disfrutarlo, me hace considerar que la obra de teatro está escrita para que cualquier persona pueda tener una excelente clase tanto de historia como de dramaturgia.
Es emocionante leer letras de canciones de hip hop que hablan de muertes, triunfos y traiciones. Me demuestra una vez más que no hay limitaciones para unir cosas lejanas que, bien hechas, pueden hacer historia, así como lo hizo Hamilton y como también lo está haciendo el musical de Lin-Manuel Miranda.
En cuanto a la escenografía, las tablas están vestidas con un escenario cambiante de madera, donde varios andamios que permanecen en el fondo recrean desde un pueblo, una casa, hasta una oficina. En medio del escenario, se utilizan pocos recursos y únicamente cuando es necesario como algunas mesas o sillas, pero sus apariciones no son tantas.
El protagonismo de la escenografía se lo lleva el escenario giratorio que se encuentra en el medio de la tarima y es utilizado con bastante provecho, dando efectos de retroceso, enfrentamientos o dos historias paralelas. No son pocos recursos los que utilizaron, más bien diría que fueron los suficientes, para que la visión y movimiento no fueran torpe, recargada o incómoda.
El vestuario y maquillaje están totalmente ajustados a la época, sin ningún tipo de distorsión: los políticos con su respectivo uniforme, impecable y representativo, las mujeres con sus anchos vestidos con estampado y colores pasteles, maquillajes sutiles, corrección de imperfecciones, nada de rasgos extra marcados, ningún maquillaje llamativo o que diferencie a alguno de otro. Algunos personajes utilizaron una peluca para acercarse a las características físicas de quien representaban.
A nivel musical, tiene una cantidad de matices increíbles y conmovedores, desde ópera que saca a la luz con sus letras, las emociones y sentimientos de los personajes hasta hip hop que cuenta las historias y enfrentamientos entre ellos. Es importante mencionar que todas las canciones sin importar el género están sobre la melodía del piano. Cada canción tiene una personalidad muy marcada, ya sea por la historia que esté contando o por quien la esté cantando. Definitivamente, logran comunicar el mensaje que desean transmitir y logré entender lo que sucede en el escenario, desde un “Tengo que esperar mi momento” (frase repetida por un mismo personaje en diferentes instantes de la obra) hasta recibir la información completa en escenas silenciosas de alta tensión donde el único diálogo es la expresión corporal.
Aunque se ve lejano y que no tiene nada que ver, el maravilloso álbum de hip hop en este musical sí tiene más en relación si se compara la habilidad de rapear con la habilidad de Hamilton, su fortaleza al escribir, cuando él claramente representa la habilidad de las palabras para hacer la diferencia. Y, definitivamente es una de las razones que más ha cautivado al público, se podría decir “su gancho”.
En el formato digital que vi Hamilton, la iluminación está centrada principalmente en los rostros al momento de hablar cosas claves o importantes, los sigue mientras se desplazan y cantan con, especialmente, luz cálida y blanca. También, le suma y da protagonismo a los momentos que ponían en acción el escenario giratorio para colocar toda la atención y peso de la escenografía en esos recursos, que se alineaban maravillosamente causando placer al espectador.
A nivel actoral, hay algo que me conmovió mucho y es que, como espectadora, esperaba ver a los personajes históricos como se muestran de forma clásica: decididos, seguros, firmes, sin errores, sin miedo, dispuestos a dar todo por el todo y, aunque en muchas oportunidades es así, aquí se presenta a humanos como cualquier otro, con miedos, tentaciones, envidia, cobardía, tristes, infieles, impulsivos, que cometen graves errores y son totalmente vulnerables. Esto me hace ver en escena una gran carga emocional a nivel psicológico porque ellos se mantienen acordes con su situación social. Las acciones de cada uno son motor para ser mejores, para simplemente conformarse y quedarse en el mismo lugar, o de otra forma, para no avanzar por miedo y siempre actuar de forma impulsiva y poco inteligente para lograr lo que se desea. La relación entre los personajes está clara y cómo conectan entre ellos a nivel emocional o social. Así como la vida misma, los personejas logran dar una visión diferente de que un héroe sigue siendo un humano.
Sería increíble que no
solo yo me quede con esta obra de arte en la cabeza. A mí me inspiró
artísticamente, contigo también lo puede lograr.
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De vuelta al mar
Por Jesús Pérez
En marzo del 2024 se presentó en el marco del Festival Internacional de Teatro Progresista: Mar, obra de la agrupación boliviana Teatro de los Andes.
La obra trata de tres hermanos que emprenden un viaje para dar sepultura a su madre en el mar. Durante su travesía, cargada de simbolismos, se va mostrando la importancia que tiene la madre para sus hijos y cómo el deseo de volver al mar pesa sobre ellos como un deber más que como un querer.
En ocasiones, la travesía se ve interrumpida por otros escenarios donde se muestran conversaciones más directas entre otros grupos ajenos a la familia principal sobre la pérdida del litoral. Estas subhistorias dan más claridad al tema de la obra, que no son solo unos hijos intentando cumplir el último deseo de su madre, sino el sentir de los bolivianos respecto al mar y su anhelo de recuperarlo algún día.
A veces confusa, a veces directa, a medida que se va desarrollando el viaje vamos entendiendo el porqué de las cosas, por qué los hermanos se tratan así, por qué la madre pesa tanto sobre sus hombros, por qué tan fuerte el deseo de llegar al mar y por qué, a pesar de las dificultades, no hay vuelta atrás.
La puesta en escena es simbólica. Una puerta representa a la madre y la interacción de los actores con los elementos del escenario representan el avance de los hijos hacia el mar. Una revelación de la teatralidad en todos los momentos, vemos como todos los elementos del escenario van cambiando a medida que la historia progresa. Por momentos, una tela en el piso representa la arena y vemos cómo se retira y pasa a representar la bruma del mar o el mismo oleaje con un cambio de iluminación.
La escenografía es simple a la vista, pero bien pensada. Es reacomodada en escena por los mismos actores: una mesa y unas sillas que muestran que están en su casa; una puerta que hace las veces de madre y de puerta. Todo tiene más de una interpretación, más de una función. La escenografía te obliga a imaginar, integrándote más en la historia.
Con la iluminación, se crea un ambiente soñado, a veces iluminando todo el escenario, a veces solo a un personaje. Se deja bien claro con el trabajo de luces que la intención de la obra no es apegarse a la realidad, sino que el subtexto salga a la luz a través de una atmósfera soñada.
El vestuario sin mucha ostentosidad cumple con la función de identificar a los personajes, cada hermano con un vestuario que va acorde con su personalidad. En las secciones de los sueños, los actores cambian el vestuario para evidenciar que los personajes que interpretan en el sueño no son los mismos.
La agrupación Teatro de Los Andes demuestra a nivel actoral unos personajes bien construidos, todos con sus personalidades diferentes y marcadas, interacciones que en ningún momento rompen con la imagen que nos proyectan. Incluso en las secciones de los sueños donde los actores interpretan otros personajes, nos dejan bien claro que estos son otros completamente diferentes al trío principal.
La obra deja un muy buen
sabor en la boca y un mensaje muy claro también: a los bolivianos les duele
haber perdido el mar y, después de haberla visto, a mí también me duele.
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Detalles de una historia en el humo
Por Estefany García
La antigua Plaza de Toros de Caracas fue el escenario del espectáculo Toñito, dramaturgia venezolana realizada por Nestor Caballero, dirigida por Carlos Arroyo y producción de la Compañía Nacional de Teatro.
El texto es una historización de la vida de Antonio José de Sucre. Nos presenta a través de flashback momentos memorables del prócer, reflejando sus pasiones, batallas y su conexión con Simón Bolívar. Esto no es algo nuevo para el autor ya que se caracteriza, como lo expresó el Maestro Leonardo Azparren Gimenez, “Por una relación espacio/tiempo en la que coinciden situaciones y personajes para que el espectador tenga una visión positiva del héroe”. El texto entonces nos permite conocer un Toñito que quizás no nos cuentan en los libros de historia donde lo onírico es un recurso protagónico y nos hace viajar a través de la imaginación.
Este espectáculo que los medios denominaron “performance” posee una puesta expresionista con un vestuario escaso de referencias históricas que abstrae el texto y un Toñito que se perdía entre un compás de bragas negras en escena, salvo los colores negro y rojo que se justifican con el uniforme general de esa época. Las máscaras evocan una sensación que te lleva a pensar en la imagen del Minotauro ¿Será que representa el asesinato del héroe? ¿o los miedos y oscuridades del mismo? Aún la duda sigue en la psique de los que asistimos.
¿Funcionó? No soy quien para decir qué funcionó. Hay
proyectos que requieren de resultados; pueden ser factibles para unos o para
otros quizás es suficiente con “presentar” y eso basta. En consecuencia, un elemento de utilería circense:
el fuego se llevó el protagonismo. Un encendido de antorchas que elevaba el
humo alcanzaba a los espectadores y poco a poco desaparecía la imagen del héroe
en la atmósfera de la antigua Plaza de Toros. Quizás la distracción del fuego
es un recurso que contiene espectacularidad y carece de sentido. Este héroe, en
esta puesta en escena, se pierde en el humo de las antorchas y malabares de
fuego que encendían los intérpretes en el lugar escénico, junto a un sonido
deficiente que entorpece por completo al momento de entender lo que decían los
personajes y quedan, en el espectador, solo con lejanos gritos y exclamaciones.
Sobre las actuaciones, considero importante recalcar el ímpetu de los
intérpretes al tratar de levantar un espectáculo aún desprolijo de una
dirección definida de actores. Me quedé hasta el final para aplaudir el hecho
de que el elenco sacara el trabajo adelante, por su compromiso, su labor y
entrega pese a las dificultades. Me quedo con esta última energía que me invita
a reflexionar en los detalles que, a estas alturas, no nos podemos permitir
pasar por alto y continúe como una cultura dominante de trabajo teatral.
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El Feng Shui del Tenedor: Una viaje visual a través de la psique
Por Alejandra Lollett
Luego de ver El Feng Shui del Tenedor, en la Sala Rajatabla y la Sala Plural del Trasnocho Cultural en mayo, les dejo mis impresiones.
Este es un monólogo escrito por Roma Rappa, la dirección por Luis Alberto Rosas y la producción de Ana Sofía Afanador. Es una creación de las filas del Teatro Sensible Amuni, la cual invita a transitar ideas, sensaciones y conflictos del alma de cada espectador.
La obra presenta un drama psicológico profundamente arraigado en la introspección del protagonista, Ander Cruz, un arquitecto atrapado en un espacio-tiempo fragmentado, donde las vivencias pasadas resurgen para tejer su presente lleno de incertidumbre. El texto se adentra en una narrativa no lineal, destacando las tribulaciones que han marcado al protagonista: un diagnóstico revelado tras cuarenta años, la soledad, una relación fallida, las aguas emocionales que lo envuelven sin lograr dar pie por sí mismo y la compleja relación con "Lucecita", su mamá. Estos elementos hacen de la obra un retrato claro y honesto de las crisis emocionales que cualquier individuo puede enfrentar a lo largo de su vida. Un punto clave en el desarrollo de la trama es el elemento sorpresa, una hoja de papel que el actor guarda en un bolsillo de su espalda, la cual describe el diagnóstico que lo ha perseguido toda su vida. Muestra la posibilidad de despertar y asumir su realidad. El acto de esconderla de nuevo en el mismo sitio sugiere una incapacidad para superar su crisis, cerrando puertas a una posible catarsis emocional. Es un gesto simple pero profundo, que encapsula la lucha interna del protagonista por reconciliar su pasado con su presente.
La puesta en escena complementa el tono introspectivo de la trama. El uso de video mapping para abrir la obra no solo crea un espacio simbólico que refleja el estado mental de Ander, además intensifica la sensación de vacío y desconexión. Esta herramienta visual se combina con un vestuario minimalista y terrenal: un pantalón quimono acompañado por una chaqueta, ambos en tonos terrosos, lo cual permite que la gestualidad y el lenguaje corporal del actor se proyecten con mayor fuerza. Esta elección de vestuario, lejos de ser ornamental, parece enfatizar la vulnerabilidad y humanidad del personaje. Los pies descalzos presentes como en ceremonia de iniciación, permite que el personaje conecte con la energía terrenal. La escenografía sencilla, utiliza paneles y el recurso audiovisual del video mapping de manera eficaz para expandir o contraer el universo personal del protagonista, dependiendo de la sala en la que se presente.
En la sala Rajatabla, la
escenografía es fluida y expansiva, permitiendo una conexión más clara entre el
cosmos y el microcosmos de Ander Cruz. En la sala Plural, el espacio más íntimo
con los paneles superpuestos, creando una sensación de claustrofobia emocional
que se alinea con la crisis interna del protagonista. Aunque ambas versiones
parecen efectivas, el uso de iluminación y diseño espacial en Rajatabla se
destaca como una opción más rica visualmente.
La música, utilizada de manera dosificada, actúa como un puente emocional que une los diferentes cuadros de la obra, dándole coherencia y acompañando el ritmo de la historia. Este recurso, amalgama los elementos visuales, narrativos y emocionales, contribuyendo a la inmersión del espectador en el universo psíquico de Ander Cruz.
El actor Theylor Plaza asume su rol de manera orgánica. Su cuerpo transmite el mensaje de acuerdo al desarrollo de la trama, pasando de un adulto, a movimientos corporales en un baile de sensualidad, a un niño que pierde la verticalidad para caer en la imposibilidad de superar sus emociones. ¡Una actuación impecable!
Esta obra ofrece una mirada profunda al drama psicológico de un hombre atrapado en el laberinto de su mente y recuerdos. La escenografía, vestuario, música y la sutil utilización del video mapping crean un ambiente que refleja fielmente la fragmentación emocional y el duelo del protagonista, mientras que la actuación permite una inmersión emocional que conecta con la audiencia.
Les invito para el
disfrute de una obra que conmueve y sensibiliza.
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Post Sho’ah
Por Gustavo Lara Jr.
El romance como eje central, aborda desde el deterioro de la memoria, los recuerdos de Anna y Zygmunt, una pareja de inmigrantes polacos sobrevivientes al holocausto, o como los judíos se refieren en hebreo: sho’ah.
Un recuerdo después del Holocausto, es un drama escrito por Carolina Perelman y Samuel Rotter, ahondando en las historias de sus antepasados. Fue dirigida por Andrés Moros y producida por Humberto Viteri. Se estuvo presentando durante dos fines de semana en el teatro del Trasnocho Cultural. Particularmente, el 21 de septiembre, la obra comenzó 48 minutos tarde, producto del retraso en la llegada de uno de los miembros del elenco; consideremos el respeto que merecemos como público y, al menos, una disculpa al final de la obra hubiese sido aceptable.
La superación, las limitaciones. Gueto de Varsovia, campo de concentración en Cracovia. Dificultades para comunicarse en otros idiomas. Colombia, Venezuela, Latinoamérica, Miami. Empezar de nuevo. Olvidar. Olvidar. Son algunas de las palabras que van titulando las escenas, que, por momentos trasparentes, permiten identificar la continuidad de las acciones. Algunos instantes, se encuentran tan distantes que sólo podrían tener un significado para quien los recuerda o para quien forma parte del contexto, algunos diálogos en lengua extranjera sin una traducción posterior, nos da evidencia de ello. Junta alegorías de la historia judía con la cotidianidad de la cultura occidental. Por momentos biográfica, en otros onírica. La memoria juega un papel protagónico cuando empieza a justificar las acciones. De alguna forma, el romance lo puede todo y ello nos incita a superarnos cada día más, nos invita a salir adelante, aún después de haber vivido las situaciones tan trágicas que quedan en la memoria de los protagonistas. Lenta en sus pausas testimoniales. Cíclica en símbolos. Recurrente para buscar nuestra reflexión sobre lo significativo de los detalles en nuestra inevitable nostalgia.
Al establecer vínculos con la experiencia del teatro entre sus épocas, encontramos un abordaje de la tendencia del absurdo, en hallar relevancia en el sentido de la vida, sin que su representación –en sí misma– lo tenga. Una reminiscencia al Sr. y Sra. Smith, desde el drama, desde el expresionismo. Recordamos lo que nos marca y, dependiendo del momento en el que nos encontramos, los detalles tienen diferente significado. Anna recuerda una foto con cariño, pero en edad avanzada, se permite volver a conmemorar cómo sufrió, quizá ya no con imágenes, pero sí con cartas; al cabo de unos instantes, asimila por qué Zygmunt siente tanto resentimiento y entre recuerdo y recuerdo, han pasado 20 años, 9 años, 34 años, ¿realmente importa?
La escenificación va tomando sentido cuando los códigos establecen vínculos con el espectador entre su simbología y las situaciones, la narradora siempre procura realidad en la abstracción, pues conjuga los elementos de contexto e ilación de las imágenes para ubicarnos en edad, años, lugares o detalles que se escapan del recuerdo que persiste en Anna.
Entrando ya en materia de los elementos de producción que constituyeron esta puesta en escena, el expresionismo toma un papel protagónico como estilo predominante y constitutivo de sus componentes.
Unos decorados al fondo del escenario, para ser más específicos, unos backings que establecen la función de ventanales; estos –pintados artesanalmente– refieren a una paleta de marrones, y con ello, la primera relación con Anna y su armonía cromática entre marrón, mostaza, dorado. Una barra y unas mesas, evocan la estancia de un bar, luego descrito así por la narradora, quien además es caracterizada por una separación cromática con respecto al decorado y a Anna, en un azul Francia. Zygmunt más bien de tonos verdes bien oscuros, pantalón que se pierde entre los zapatos por falta de ruedo. Igual ocurre con el ruedo del pantalón del fotógrafo. Traje bicolor como sus zapatos, unos wingtip propios de las décadas de 1920 o 1930; traje ocre y pantalón marrón; sobrecargado con camisa, chaleco, pañuelo, boina; los zapatos blanco y negro. La amiga luce fucsia y un chaleco floral.
El attrezzo se va descomponiendo en un grupo de elementos apilados a medida que la obra avanza y los cambios permiten revelar la teatralidad. Funcionalidad en todo aspecto, la vitrina se puede deformar, girar y desplazar con facilidad por un arreglo de ruedas en su parte inferior, y llega a decir tanto a lo largo de la escena, que genera incertidumbre saber si en las últimas, se ha averiado o es tan flexible su deformidad, que aparenta su desmantelamiento real.
Sobre los vestuarios, un enlace con los años 50, por medio de una interpretación actual de cómo sugiere arte, que se vestían en París. Pueden dar una clara referencia hacia la mitad del siglo XX, pero se pierde entre los detalles con acabados, patrones y colores mucho más actuales. La estética, parece obedecer a varios estilos, muchas referencias dispersas que acaban por generar un collage de épocas –muy a pesar de su definida temporalidad–. Al margen, algunos otros elementos anacrónicos como la cámara, el ruedo de los pantalones de los hombres, los peinados o los detalles en trajes y vestidos, no permiten definir cuál es la propuesta de dirección de arte para con estos elementos –independientemente de que sea un espacio onírico–. La progresión decadente de la escenografía, también está presente en el vestuario, que va perdiendo intensidad y brillo, así como la vida va disipando esplendor, alejándonos de la nitidez de sus recuerdos.
Sobre la iluminación, precisa, nos ayuda en la narrativa del intercambio entre momentos de recuerdo testimonial y los propios de la síntesis onírica; una disposición concreta de luz general mantiene la escena siempre iluminada, juegos de contrastes entre verde y rojo, o fucsia y verde, o ambientes azules, turquesa. En los testimoniales cálida luminiscencia ámbar.
Entrando ya en temas de banda sonora, el uso de sonidos para referenciar a un reloj o algunos otros inmersos en la escena, tenían un excedente de reverberación que limitaba la apreciación o el entendimiento de primer momento; por instantes, la música opacó –por su intensidad o volumen– la proyección vocal del elenco. Al inicio, se presenta una grabación, parece una referencia a los protagonistas, pero la incorrecta ecualización en los graves, evita que se entienda lo que se reproduce. Uso frecuente de múltiples temas de varias películas muy reconocidas, distancian de la escena en sí misma. La referencia a que Zygmunt, realmente está presente en la Lista Schindler, por medio del tema compuesto por el maestro John Williams, lejos de permitirme concentrarme en la escena, me distancia hacia el filme de Spielberg. Lo mismo ocurre con la incorporación de la composición de Hans Zimmer, que me traslada hacia un planeta de importante oleaje y, además, recuerdo el estrés por el tiempo transcurrido. Algunas de las canciones también están muy relacionadas con tendencias en RRSS y es importante su contexto porque va inscrito en el mensaje –y así como tú, querido lector o querida lectora, has perdido completamente la atención en el montaje escénico en este momento, yo la perdí el día de la función–. Ausente de relación musical en términos estéticos, referencia a cualidades sonoras muy diferentes entre sí y estilos musicales no vinculantes ni en tonalidad, armonía, mucho menos en género. Parece una selección musical, más bien, caprichosa. La interpretación del elenco cantando en vivo, es otro de esos vestigios que aplauden el talento de los actores y actrices, en el contexto de saber aprovechar y potenciar los recursos con los que cuenta la dirección.
Bárbara Arez, nos espera en el escenario interpretando a la narradora, su expresión corporal acompaña a la escena y a veces la incorpora como uno de los símbolos; sin embargo, la transparencia entre su rol como camarera, como enfermera a cargo de Anna, como narradora, pierde un poco al espectador sobre a cuál hacer referencia; romper la cuarta pared, puede ser un buen punto de partida para ubicarse en escena; trabajada expresión facial y prolija en su expresión corporal, prácticamente danza por el escenario con desenvoltura; distanciada e incómoda cuando comparte acciones con el fotógrafo, interpretado por José Gregorio Martínez, quien, en su afán por intrigarnos sobre sus motivaciones para abordar a las personas para tomarles fotos, interrumpe los diálogos de otros personajes; de aspectos físicos exagerados y estilizados, aborda su interpretación en sincronía con el elemento onírico que lo fundamenta, nunca resolvemos si es un estafador o sólo tiene fama de serlo, pero recordemos que sólo es relevante su estancia, mas no lo que realmente hace; a veces tropieza con el attrezzo o con otros personajes sin que parezca dentro de las didascalias del texto escénico; hace llave con Virginia Rivero, con quien procura una pareja de parejas, una grafía de las distintas personalidades que pudieron haber concurrido en el café al mismo tiempo, y que no necesariamente existieron. Virginia evoca amistad, cercanía, quizá ese necesario personaje que nos ha presentado a otros, su paso es netamente un trámite; su expresión también exagerada, genera balance que le permita sobriedad a los protagonistas. Ellos tres arriesgan su expresión dentro del drama, para que hallemos identidad y realismo en Anna y Zygmunt. Ellos –El fotógrafo, La Amiga, La Narradora– interpretan, desde el extremo de la acción, para poder balancear la escena.
Zygmunt es interpretado por Alejandro Miguez, quien adopta –desde su expresión vocal– una caracterización a la que ya nos tiene acostumbrados en sus actuaciones. Interpreta al único personaje que siempre conserva sus orígenes, logra concretar la conducta del inmigrante, a veces ajena, a veces incómoda. Consigue, en muchas ocasiones, invitarnos a refugiarnos en Anna, porque lo demás, es hostil para él. Esos vestigios de delirio de persecución, de que todo el mundo le está esperando para devolverlo a la tortura de donde escapó, sus enemigos en todos lados, permiten que ese conflicto entre su justificado estrés, ansiedad, su claro trauma y su interés por Anna, generen una interpretación física del compromiso psicológico. Rasgos característicos de inmigrantes de Europa del Este en su hablar y su gesto más bien rígido, aún en escenas oníricas, mantiene dudas sobre si es presente o recuerdo, de tal forma que, durante el avance de las escenas, su deterioro en el odio y resentimiento por lo vivido, permite enlazar con otra verdad, él existe por el recuerdo de Anna y nos hace reflexionar sobre la percepción que tienen los demás sobre nosotros, ¿siempre esperan recordarnos como la primera vez?
Y así, llegamos al origen de estos recuerdos, la memoria de Anna, interpretada por Grecia Augusta Rodríguez: prolija, regia, sobria y en contraposición con el resto de las actuaciones, se mantiene interpretando desde la pre-expresividad, un esfuerzo que sólo concluye en la acción única y suficiente, un empleo de expresiones resueltas a reproducir sólo lo necesario y con ello, permiten empatizar con lo más humano y con lo más vivo. Su actuación en los testimoniales, se aleja del estilo de sus compañeros de elenco, para ayudarnos a entender lo que es real para ella, y justifica totalmente la excesiva expresión de los demás, frente a la de ella. De técnica cuidada y cultivada, el marcaje a veces le impide continuar con su actuación, pero está justificado en su rol operativo entre tramoya, símbolo y recuerdo. De escucha activa en escena, espera y da paso a los demás, receptiva y viva ante el diálogo del elenco, busca la complicidad, y atiende a la comunicación en gestos y detalles con sus pares, para advertir la continuidad del siguiente movimiento, del siguiente diálogo; parece siempre fluida la escena, porque se amolda al estado actual de la energía, sabe que los demás la transforman y ella fluye, una protagonista que se ilumina por su elenco y ella retroalimenta al montaje: se subordina. Encontré la humildad, en la propia humildad.
Dos caminos se presentan para el resultado de la dirección: una ausencia de guiatura o fundamentos de técnica actoral para unificar o, por el contrario, una reunión de elementos a los cuales el director se subordinó ante el elenco y la química que se fue desarrollando presentación a presentación. El excesivo y libre movimiento de los actores por la escena en los diálogos y la improvisación en los movimientos de tramoya, dejaban colar un conjunto muy grande de puntos de falla, entre los cuales, no sólo el espectador se pierde intentando suponer si algún elemento de la escenografía o utilería corresponde al sitio, o está ahí producto de un olvido de la escena pasada, sino que, además, pone en riesgo al elenco de cara a prepararse ante contingencias. Otro momento de dispersión, lo presentan en la constante limpieza de una barra o unas mesas que ya, a la vista, se aprecian prolijas; un apresurado movimiento para asegurar los pilares de la parte derecha, mientras un reposado y singular movimiento para afianzar su contraparte en la izquierda, origina suspicacia sobre la cantidad de tiempo destinado a su ensayo y la claridad sobre el marcaje. Tanta diversidad en el estilo de actuación sin elementos unificadores, ¿acierto? ¿el elenco llevó propuesta y no fue guiada hacia una misma visión? ¿La visión del elenco obedece a lecturas muy distintas? ¿Hubo carta blanca para la creación de personajes sin alcance definido? ¿Realmente llegamos a plasmar la idea de la propuesta original?
Ya para concluir con este recuerdo, quisiera destacar la importancia de agradecer al final de la obra –también–, a quienes apoyaron el proyecto para que todo esto fuese posible. Gracias a: Espacio Anna Frank, Unión Israelita de Caracas, Activalores, Grupo Mimesa, Fundación La Compañía Humana, y el Colegio Moral y Luces Herzl-Bialik.
Encontrémonos
con nostalgia en el pasado, sin olvidar que debemos y podemos, seguir adelante.